Tàpies, la huella circular del tiempo, en el Reina Sofía
El pasado 13 de diciembre se celebró el primer centenario del nacimiento de Antoni Tàpies (1923-2012), uno de los artistas españoles más decisivos de la segunda mitad del siglo XX, que no sólo cultivó la pintura, la escultura, la cerámica o el grabado, sino que nos ha legado una obra ensayística que comenzó con La práctica del arte (1971) y continuó con El Arte contra la estética (1978), La realidad como arte (1982) y Memoria personal (1983), entre otros corpus teóricos. Ahora el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia y la Fundació Tàpies presentan una gran retrospectiva – que ya pudo verse en el Bozar de Bruselas aunque más pequeña-, a partir de hoy y hasta el 24 de junio en el Reina Sofía con más de dos centenares de obras, y posteriormente en versión más reducida en la Fundació Tàpies de Barcelona a partir del 17 de julio. En la presentación estuvieron presentes Manuel Segade, director del MNCARS; Imma Prieto, directora de la Fundació Tàpies; Toni Tàpies, hijo del artista catalán; Manuel Borja-Villel, comisario; y Gonzalo Cabrera, director general de Cultura y de Industrias Creativas de la Comunidad de Madrid.
La muestra cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid y ha sido comisariada por Manuel Borja-Villel, uno de los grandes especialistas en la obra de Tàpies, a quien ha dedicado años de estudio sobre su trayectoria plástica, porque como escribe en uno de los ensayos del catálogo sobre cómo era el sentido del tiempo para el artista: «era espiral. Hay mutaciones y cambios en su obra y desde la materia de los años cincuenta a los barnices de los ochenta hay una evolución. Pero esta no se fundamenta en una progresión, en un quemar etapas, en un desarrollo lineal, sino en las superposiciones, repeticiones y ritornelos».
Borja-Villel destacó en sus palabras que es la sexta exposición que comisaría de Tàpies pero es con la que más ha disfrutado, entre otras muchas cosas por reunir obras que no se veían juntas desde hace tiempo, por recuperar nueve escritos inéditos y porque ver todo este conjunto nos acercan a su polifacetismo como artista, coleccionista y escritor. «Tàpies se quejaba que en sus exposiciones faltaba algo y le gustaba hablar de crear entorno con una serie de elementos que no son extáticos». Y añadió que el diseño del montaje en las salas del Reina Sofía ha querido imaginar diez estudios, con un conjunto de obras que revelan su curiosidad, las posibilidades de la materia, la relación entre arte y ciencia, lo cotidiano, el compromiso político, los elementos objetuales y sobre todo la fuerza e importancia de lo poético, entre otros temas.
Tanto Imma Prieto, directora de la Fundació Tàpies, como su hijo Toni Tàpies, destacaron que su obra permite pensar el presente, su humanidad en torno a los temas que preocupan a los seres humanos, la vida cíclica y la posibilidad de que exposiciones tan ambiciosas como esta salven de la oscuridad a creadores fallecidos hace algunos años, permitiendo que las nuevas generaciones se acerquen a su obra y las que ya le conocen puedan revisitarla.
Es la mayor retrospectiva dedicada al artista, gracias a los préstamos que proceden de museos de todo el mundo, la ayuda de la Fundació Tàpies de Barcelona y poder presentar piezas de la familia del artista, lo que posibilita tener una visión amplia durante más de seis décadas, desde alguna obra primeriza de los los años 40 hasta su fallecimiento en 2012, en una honda reflexión sobre la materia, el lenguaje plástico y sobre todo sobre la pintura y la representación.
Aunque la exposición transita por toda su trayectoria, el recorrido se inicia con una serie de obras realizadas en sus años iniciales como artista. Tàpies fue un claro ejemplo de autodidacta, tal vez condicionado porque con apenas 18 años sufrió una grave enfermedad pulmonar que le mantuvo convaleciente entre 1942 y 1943, periodo que aprovechó para copiar dibujos y pinturas de artistas como Van Gogh y Picasso. Llaman la atención una serie de autorretratos que realizó en la segunda parte de la década de los 40 y hasta 1950, desde el lápiz, tinta e incluso ese óleo que mira al espectador como si fuera un espejo, con ese papel con su apellido escrito y esos ojos llenos de curiosidad, en unos años de autoafirmación.
Bajo la influencia de Matisse o el mismo Picasso, comenzó a realizar una serie de dibujos, alejado del academicismo y que ya presagiaban el carácter introspectivo e intimista que caracterizará en muchas ocasiones su obra a partir de entonces. En esta primera etapa, en la que se percibe igualmente una influencia notable de Miró, Ernst o Klee, ya se perfilaban algunas de las temáticas y técnicas que luego vertebrarían su lenguaje plástico, tales como símbolos (la cruz, por ejemplo) y caligrafías autorreferenciales, perforaciones e incisiones, paisajes o la ambigüedad del cuerpo y la sexualidad. Como preámbulo a esa primera sala, seis ejemplos que abarcan desde 1947 a 1955 con ese Relieve gris perforado con signo negro, Blanco con manchas rojas o Collage de papel moneda, entre otros.
Poco después, en 1948 fundó, junto con figuras como el poeta Joan Brossa, el teórico Arnau Puig y otros pintores como Joan Ponç, el grupo catalán de vanguardia Dau al Set —creado en torno a la revista homónima—, que desempeñó un papel relevante en la renovación artística de la España de posguerra y la irrupción del informalismo. Durante algo más de tres años, la pintura de Tàpies experimentó un giro iconográfico acentuado por cualidades fantásticas y líricas, de reminiscencias mágicas. El empleo de elementos geométricos y el estudio del color pronto suscitaron en el artista un interés por la materia que se hizo visible en enigmáticas telas con espacios sugerentes y dinámicos.
Becado por el Instituto Francés de Barcelona, entre 1950 y 1951 Tàpies residió en París, donde conoció a Picasso y entró en contacto con las vanguardias internacionales. Allí realizó la serie de dibujos Historia natural (1950-1951), una réplica al porfolio de frottages que Max Ernst realizó en 1926 con el mismo título. En comparación con trabajos anteriores, en esta serie, con la que el artista intenta dar respuesta a su deseo de entender el mundo y de reflexionar sobre la condición humana, subyace un carácter político y literario de mayor alcance.
Tras esta introducción pueden observarse en las salas siguientes su aproximación a la materia en los mediados de los años cincuenta, donde fue incorporando texturas densas a las que aplicó incisiones, marcas, huellas, con una paleta cromática a base de grises, ocres y marrones, en una pulsión que tendía a la monocromía, aunque introduciendo sutiles contrastes de tonos para enriquecer el campo pictórico, innovando con el empleo de nuevos materiales que fue extendiéndose en numerosos artistas de posguerra.
Todo ello contribuyó a su proyección internacional al participar en varias Bienales de Venecia en esa década de los cincuenta, la de Sao Paulo en 1957 y que tuvo una feliz culminación en una colectiva que organizó el MoMA de Nueva York en 1960, Nueva Pintura y Escultura española, en una individual dos años después en el Guggenheim de Nueva York, junto a la difusión de su obra en colecciones públicas y privadas, y fundamentalmente por su participación en la Documenta III de Kassel (Alemania) para la que produjo tres piezas que ahora se pueden ver juntas en el Reina Sofía: Ocre para Documenta (1963), Gran tela gris para Documenta (1964), y Relieve negro para Documenta (1964). Esa sala es deslumbrante porque junto a esas tres piezas en gran formato resaltan Gran pintura (1958), Pintura azul con arco de círculo (1959) y Gris con cinco perforaciones (1958).
En ese afán por innovar, Tàpies trabajó con papel y cartón, entre los que cabe mencionar esa serie de dibujos, titulada Teresa, dedicados a su esposa, porque él se encontraba a gusto realizándolos porque le atraían la repetición y el fragmento, a la vez que le permitía nuevos efectos estéticos con arrugamientos o incisiones visibles en Papel de embalar (1964) y Morado con ángulos negros (1963), sin olvidar Materia en forma de pie (1965), donde incorpora objetos reconocibles para conferir un nuevo ángulo de representación. En ese espacio también se han incluido tres esculturas pintadas como Taburete en papel maché (1970), Huevera y periódico (1970) y esa tela arrugada de 1961, y su magisterio pictórico en Gran sábana (1968) o Gran relieve negro (1973), a las que confiere infinidad de matices.
El compromiso político de Tàpies frente al franquismo fue un proceso sostenido en el tiempo, desde finales de los 50 hasta la llegada de la democracia. Y su acercamiento a posturas que cuestionaban la falta de libertades tuvo su reflejo en numerosas obras en las que dejó huella de su gesto como creador plástico. Fue arrestado en 1966 por participar en una reunión clandestina de estudiantes e intelectuales en el Convento de los Capuchinos de Sarrià (Barcelona) que se convocó para debatir sobre la creación del primer sindicato universitario democrático. Y cuatro años después participó en una asamblea clandestina en el monasterio de Montserrat para protestar por el Proceso de Burgos, en el que un tribunal militar juzgaba a opositores del régimen de Franco. Obras como 7 de noviembre, Caja con camisa roja (1972), El espíritu catalán (1971) o A la memoria de Salvador Puig Antich, como homenaje al joven anarquista ejecutado en 1974 por oponerse al régimen de Franco.
En la década de los 80 la pintura de Tàpies experimentó ligeros cambios formales y conceptuales hacia un refinamiento del peso matérico, sin que un elemento tan distintivo como el “muro” deje de estar presente. Son piezas más sosegadas, aunque siempre reconocibles, trabajando al principio una paleta austera en la que predominan ocres y negros, y luego se inclinó por usar el barniz de un modo diferente, abriéndole nuevas posibilidades expresivas. Eso unido a su pulsión por ahondar en la cultura oriental nos presenta piezas tan potentes, en las que no faltan la inscripción o el ideograma en casos como Jeroglíficos (1985), una obra compendio de la iconografía de Tàpies (la cruz, los ojos, la cama, los pies, etc.).
Por su parte, Celebración de la miel (1989) alude directamente a los Upanishads hindúes, textos sagrados que el artista profundizó y en los que la miel se asocia a la materia espiritual de la esencia del universo y sus seres.
En las últimas salas se expone un conjunto de trabajos de las dos últimas décadas de su vida, obras que están impregnadas de melancolía pero donde todavía late su ilusión para seguir aportando. Tàpies continuaba teniendo un gran reconocimiento nacional e internacional. Son piezas en las que hay una constantes referencias al dolor, la enfermedad y la muerte. fruto de su avanzada edad y de una honda conciencia sobre la proximidad del final.
Su preocupación política y social, tras la caída del muro de Berlín y la descomposición de la Unión Soviética hacen mella en un ánimo tocado por el fin de las utopías. Para Tápies el arte era una herramienta de denuncia al servicio de la sociedad y de su compromiso de artista para ponerla en valor. Como escribió en el último capítulo de Memoria personal: «Lo importante es sentir, experimentar por nosotros mismos, ver con los ojos del propio destino. Saber tomar partido ante la realidad de nuestra época».
Cuando en 1993 inaugura su muestra en el Pabellón de España de la Bienal de Venecia no deja de pensar que, a pocos kilómetros de los festejos, la antigua Yugoslavia se enzarzaba en una cruenta guerra fratricida. Impactado por la limpieza étnica de esta guerra realiza en 1995 una de las obras más icónicas de sus últimos años, Dukkha. De traducción compleja –Dukkha comporta significados múltiples (la desilusión, el sufrimiento, el vacío, la tensión…) que no escapan a la desazón y al momento vital del artista.