El lenguaje innovador de Calder para esculpir el tiempo
La figura como creador de Alexander Calder (Lawnton, Pensilvania, 1898- Nueva York, 1976) no ha dejado de confirmarse con el paso del tiempo. Fue uno de los mejores escultores del pasado siglo y las obras que realizó durante más de cinco décadas hoy constituyen un legado presente en museos de arte contemporáneo de todo el mundo y en las principales plazas y lugares emblemáticos de grandes ciudades. Ahora y hasta el 6 de octubre el MASI Lugano (Museo de Arte de la Suiza Italiana) le dedica una exposición monográfica, Calder. Esculpir el tiempo, que reúne más de una treintena de obras del período 1931 y 1960, gracias al apoyo de la Fundación Favorita.
Comisariada por Carmen Giménez -gran experta en la obra del escultor norteamericano y en Picasso– y por Ana Mingot, Calder. Esculpir el tiempo, es la primera exposición dedicada al artista en una institución pública en Suiza desde hace casi medio siglo. Gracias a los préstamos de colecciones públicas, privadas y sobre todo por la generosidad de la Fundación Calder de Nueva York, el público suizo y de otros países puede contemplar más de 30 obras maestras del escultor norteamericano.
Calder, nieto e hijo de escultores y de madre pintora, estuvo muy unido a dos de los grandes maestros españoles del siglo XX: Picasso y Miró, con los que compartió el espacio del Pabellón de la República Española para la Exposición Universal de París de 1937, en la que además se expusieron otras piezas de Julio González y Alberto Sánchez, entre otros.
En las piezas seleccionadas por Carmen Giménez y Ana Mingot hay dos ejes que definen perfectamente su trayectoria: la introducción del movimiento en la forma artística estática de la escultura; y el empuje que tuvo Calder para exceder dicha forma hacia una dimensión temporal.
Las esculturas, realizadas entre 1931 y 1960, están expuestas en una planta abierta sin paredes y en esa disposición se puede observar la capacidad que tuvo Calder para ir innovando constantemente durante las décadas de los años 30 y 40, desde sus primeras abstracciones hasta los mobiles posteriores, stabiles de pie de diferentes tamaños, sin olvidar las constelaciones que fue el término que dijo Duchamp y Sweeney para esas esculturas de madera y alambre que Calder hizo en 1943.
Siguiendo los pasos de su madre Nanette Lederer Calder, que estudió en la Academia Julian y en La Sorbona, Calder se trasladó a la capital francesa en 1926, introduciéndose progresivamente en la vanguardia parisina, primero creando su innovador Cirque Calder y luego realizando retratos de alambre sin masa. Sin embargo, a partir de 1930 dio un giro radical que desembocó en la abstracción y es ahí donde la muestra del MASI de Lugano pone el énfasis, a partir de las primeras esculturas no objetivas que él fue definiendo como dénsites, sphériques, arcs y mouvements arrêtes.
Una pieza como el stabile ‘Croisière'(1931) revela todo su rigor al crear con una serie de finos alambres e ir trazando un volumen curvilíneo al que se conectan dos pequeñas esferas pintadas en blanco y negro. Precisamente esas líneas de alambre presentan la acción sin masa y esculpen volúmenes a partir de vacíos.
Sus mobiles eran esculturas cinéticas cuyas composiciones siempre en profundo cambio son activadas por su entorno y en el recorrido puede admirarse uno de los mobiles colgados más reconocidos de Calder, Eucalyptus (1940), que se presentó en la conocida Galería Pierre Matisse de Nueva York y que a partir de ese momento formó parte de las grandes exposiciones que se organizaron cuando el artista vivía y en otras posteriores. Según las comisarias esta obra está «moviéndose libremente e interactuando con su entorno, parece dar forma al aire; está cambiando constantemente, jugando con el tiempo».
En ese paseo armónico por el espacio y el tiempo también se incluyen otros mobiles colgantes conocidos como son Arco de pétalos (1941), procedente de la Colección Peggy Guggenheim de Venecia, de gran sutileza al combinar aluminio y hierro; y la obra a gran escala Almohadillas de lirios rojos (1956), expuesta en la última parte junto a un enorme ventanal que ofrece una impresionante vista del lago de Lugano y el paisaje circundante. Estas dos piezas respondían al más mínimo cambio en el aire y la luz, vibrando en lo imprevisible del tiempo y sus diversos momentos. Las dos comisarias afirman que «Calder dio el paso único para crear organismos metálicos que poseen las cualidades de ligereza y variedad, en sutiles formas biomórficas, y que son al mismo tiempo resistentes y frágiles, dinámicas y estéticas, firmes e hipersensibles».
También se exhiben algunos stabiles de Calder -término acuñado por Jean Arp para definir las obras estáticas del artista en respuesta a Marcel Duchamp-, que exploran el movimiento implícito. Sin título (c. 1940) y Funghi Neri (1957) son dos ejemplos que muestran los espectaculares cambios de escala de estas dos piezas, que van desde la miniatura a lo monumental.
Y por último mencionar sus Constelaciones que partiendo de la necesidad de la escasez de materiales, las chapas metálicas durante la II Guerra Mundial, hizo que Calder creara de modo virtuoso una nueva serie de esculturas abstractas, a base de alambres y maderas que colgaban a alturas inesperadas en la pared. Fueron James Johnson Sweeney y Marcel Duchamp, comisarios de una retrospectiva de Calder en el MoMA en 1943, quienes bautizaron a esas esculturas como «constelación», que Calder a su vez sugirió que «me interesaba su composición extremadamente delicada y abierta». Hay algunas afinidades entre la serie de pinturas que Miró dedicó a las constelaciones, bastante líricas, y las que hizo el escultor norteamericanos más sobrias, aunque no exentas de poesía.