Stettner, un poeta de la vida cotidiana en Mapfre
La sala madrileña de Recoletos de la Fundación Mapfre abre mañana dos exposiciones de gran relevancia, la primera una retrospectiva de Louis Stettner (Nueva York, 1922-París, 2016), y la segunda Image Cities de Anastasia Samoylova (URSS, 1984), ganadora del Premio KBr Photo, cuyo galardón ha permitido desarrollar este proyecto. A esta segunda propuesta, comisariada por Victoria del Val, le dedicaremos un artículo en las próximas semanas.
Nadia Arroyo, directora del Área de Cultura de la Fundación Mapfre, destacó que es la retrospectiva más importante del fotógrafo norteamericano, que en nuestro país no ha tenido el reconocimiento que merece por su calidad y larga trayectoria. Y añadió que le satisface presentar el proyecto expositivo de Anastasia Samoylova, que ya se presentó en Barcelona y que ahora lo hace en Madrid. Ambas muestras estarán abiertas hasta el 27 de agosto.
Por su parte, Sally Martin Katz, comisaria de la exposición de Louis Stettner, mostró su admiración tanto por su forma de ser como por su obra, que «no se puede encasillar ya que trabajó en varios registros, desde las fotos en las calles de Nueva York, su ciudad natal, con otra más lírica y humanística que desarrolló cuando llegó a Francia, país en el que esperaba estar unas semanas y terminó quedándose cinco años. Conoció a Brassaï, que se convirtió en su mentor». Aunque le interesaron varios géneros hay un hilo conductor: «la búsqueda de la belleza y la humanidad que encuentra en los seres humanos, con los que empatiza; a través de su cámara revela una gran generosidad de espíritu», subrayó la comisaria.
Cuando tenía 13 años le regalaron una cámara y pronto se comenzó a interesar por ver los fondos y exposiciones del MET y allí conoció muy joven la revista Camera Work, en la que publicaban Alfred Stieglitz, Paul Strand y tantos otros maestros de la fotografía del siglo XX. Poco después entró en contacto con la Photo League, un asociación que organizaba reuniones periódicas para debatir la conexión entre fotografía y política. Allí conoció a Sid Grossman y a Weegee, el ojo público, y le contrataron como profesor en dicha asociación en 1944. Ya comenzaban a detectar su talento los fotógrafos más experimentados de ese período.
Además de ese buen ojo y de los encuadres de sus imágenes, Stettner estuvo influido no solo por la obra de los fotógrafos de su tiempo, sino también por poetas como Walt Whitman, con quien compartía la creencia de que la belleza del mundo se podía encontrar en las cosas cotidianas. Para él Hojas de hierba, el gran poemario de Whitman fue algo inspirador porque le ayudó a concelebrar con sus semejantes y captar el pulso en las calles con los seres humano, un motor constante en su larga trayectoria. Además de la literatura mostró interés por la filosofía y la política, con autores como Platón o Carlos Marx, contribuyendo a una obra única durante más de ocho décadas (1936-2016).
A través de 190 fotografías, que abarcan desde 1936 hasta su muerte en 2016, la comisaria Sally Martin ha estructurado la muestra en siete secciones. El recorrido se abre con un autorretrato del artista y comienza con las imágenes que captó en Nueva York, entre 1936, con solo 14 años, y 1946. Son escenas tomadas en la calle, soldados en un mostrador, personas en una esquina, hombres y mujeres leyendo, captados en su rutina diaria, una geografía humana al terminar la jornada laboral, que capta con su Rolleiflex, un año después de terminar la II Guerra Mundial.
En esta primera parte también cuelgan una serie de fotografías del París de posguerra, muchas de ellas tomadas de madrugada. A veces calles vacías o con alguna figura humana, las sombras de primera hora. En algunas de sus composiciones late la influencia de Brassaï y sobre todo de Cartier-Bresson como en Aubervilliers, 1947, con esos dos niños que miran fijamente a la cámara de Stettner o en Portera, 1950. Hay en muchas de ellas algo de melancolía, pero llenas de humanidad. Sus miradas a los bulevares, los paseos lentos por el Sena, con los puestos de libros, un niño jugando con una pelota en la plaza de Trocadero, o esa madre con su hijo cerca de un automóvil constituyen una serie de gran impacto de un fotógrafo emotivo.
La segunda parte se centra tanto en la fotografía urbana como en la naturaleza, fruto de sus viajes por España, Europa y Estados Unidos, desde 1949 a 1969. Son reveladoras sus fotografías en Ibiza con pescadores españoles faenando en 1956, casi neorrealistas; las estaciones de tren en Andalucía; los niños jugando en una plaza de Málaga; un trabajador del campo en Grecia; granjeros holandeses o personas en las playas francesas o en Massachusetts.
Un tema recurrente en su obras durante más de 16 años, fue su modo de captar el Nueva York de posguerra. Su serie de Penn Station es un friso de cómo fijar la individualidad, incluso en grupo, desde el exterior de los vagones. Son momentos tranquilos, de soledad en un entorno público como es una estación o un vagón de tren, ora leyendo un periódico o un libro, hasta llegar a captar lo más significativo de esas personas anónimas que están volviendo del trabajo y que están en ese momento de tránsito pensando, jugando a las cartas, e incluso durmiendo o percibiendo lo que sucede en los pasillos del tren. También se incluyen otras escenas de la vida en las calles de la ciudad: hombre apoyado en una farola, una mujer leyendo junto a un quiosco, y sobre todo ese hombre que está relajado desde un banco en Brooklyn y al fondo el skyline de Manhattan, un momento de plenitud. Y por último la serie Nancy, la generación Beat, una beatnik del Greenwich Village, que representaba una energía nueva en el cambio cultural que experimentó Nueva York hace 65 años.
El ecuador del recorrido se reserva a las fotografías que hizo de los trabajadores en la década de los 70. Comprometido con el proletariado durante esos años intensificó su activismo y fue visitando fábricas por Estados Unidos. Francia, Inglaterra y la Unión Soviética, pero lo hizo para fotografiar a los trabajadores. No le interesaba ni la función que desempeñaban pero sí quería dignificar a esas personas, ya fuera en una imprenta, en una fundición o en un cadena de montaje. Lo importante es lo que nos transmitía su rostro. Y esas caras expresivas durante las manifestaciones de protesta habituales en esa década, bien por la guerra del Vietnam, la discriminación racial o las huelgas de los sindicatos.
Los últimos 20 años del siglo pasado, Louis Stettner, ya instalado en París, pero regresando a su ciudad natal, fue un período de insistir en captar a los sin techo del Bowery, donde le interesaban las personas pero también las sombras, los reflejos o los encuadres para seguir celebrando la vida como en ese Autorretrato que se hizo en Santiago de Chile entre el año 2000 y 2001. Otras obras como las que tomó en Montmartre o Jardín de Luxemburgo, Times Square o noches de nieve en Nueva York, entre otras, están celebrando la vida.
Hay una pequeña sección dedicada al color de Nueva York durante la primera década del siglo XXI cuando capta la sobrecarga sensorial de las escenas de esos trabajadores en la calle, su modo de fijar la torre Chrysler desde Times Square, en esa dualidad entre el rojo y el gris del edificio, ese hombre junto a un maniquí en parecida pose, un joven bostezando y otro durmiendo, casi siempre en soledad que evocan el aislamiento en la gran ciudad.
Y por último, seis imágenes de Los Alpilles, donde trabajó desde 2013 hasta 2016 para fotografiar el espacio natural en ese rincón montañoso de la Provenza. Lo hizo intentando extraer toda la humanización que puede encontrarse en el paisaje. Vemos cómo los árboles se contorsionan y se retuercen para resistir la fuerza del viento. Hay un lugar para la intimidad en esa naturaleza de luces y sombras, nuevamente en blanco y negro, que expresan lo que de mágico extraía Stettner en esos entornos. Una muestra imprescindible para los amantes de la fotografía y el arte.