El paisaje en la fotografía de José Guerrero
El paisaje no es –o no solo es– una cuestión física, visible y palpable, sino emocional e intuitiva. A menudo lo que nos importa de él no es lo que se ve, sino lo que ya no está y, sobre todo, lo que es capaz de evocar. Miremos un momento el díptico La Mancha (2009-2012) presente en la muestra, para comprender mejor esta cuestión.
En ambas instantáneas, el horizonte, esa línea imaginaria que no existe en ningún mapa, no solo marca la separación entre el cielo y la tierra, sino también entre el silencio y el vacío. Aunque no sea visible, de alguna forma percibimos el carácter transitorio del paraje representado y asociamos entonces la idea de cultivo con la evocación de temporalidad.
Lo mismo ocurre con el cobertizo blanco situado a la derecha de la imagen, que sugiere la relación entre naturaleza y ser humano. Tal y como lo representa Guerrero, el paisaje es el lugar en el que se suceden un conjunto de realidades humanas, económicas, sociales y culturales. Es esa “entidad activa y dinámica donde lo sociopolítico, lo cultural y el imaginario colectivo se entrelazan”, según palabras de la comisaria Marta Gili.
En prácticamente todas las salas del Centro KBr de Fundación MAPFRE parece rondar la idea de mirar para entender la ausencia como forma de suprema presencia. Y eso es lo que, a mi juicio, propone el artista en A propósito del paisaje con la selección de fotografías que ahora expone en Barcelona hasta el 18 de mayo.
La mayoría de ellas se muestran como polípticos, en lugar de como imágenes aisladas. Esta manera de ordenar las series le permite construir un mosaico de instantáneas en torno a un mismo lugar, lo cual le permite al visitante adentrarse en una especie de viaje sensorial. Así ocurre, por ejemplo, en el espacio dedicado a las canteras de Carrara situadas en la Toscana.
Desde hace siglos, son conocidas por la calidad de su mármol blanco, pero también como lugar de explotación masiva de los recursos naturales. Por eso, el espacio que ahora se ha diseñado para estas siete fotografías queda muy lejos del concepto que el visitante podría tener de una cantera de mármol. Guerrero ha querido deliberadamente dejar atrás su blancura y su miríada de luces cristalinas para introducirnos en la oscuridad del subsuelo.
De este modo, la opacidad de las paredes y la presencia vertical en Carrara (2016) sugieren la opresión de la excavación. Al mismo tiempo, el fotógrafo explora tanto las sedimentaciones geológicas como sus evocaciones históricas.
Encontramos un trabajo similar en la sección titulada Arqueologías, donde el artista nos sumerge en el pasado a través del presente. Aquí sobresale la proyección de Roma 3 Variazioni (2017), una pieza audiovisual dividida en tres actos –Mater, Vortex temporari e In crepuscula– que propone reflexionar sobre el origen, el tránsito, el final y el renacimiento.
Guerrero filma el interior subterráneo del Acueducto Claudio, la corriente de un afluente del río Tíber y una gruta a las orillas del Mediterráneo al sur de Italia. Pasamos así del frenesí marino a la tranquilidad que transmite la contemplación de la luz, que nos sumerge en un abismo sugestivo.
Otra de las peculiaridades de esta exposición es la manera en la que hace replantearse al público la noción de paisaje; desde el mural pintado en Pared de Mina, Nevada hasta los frescos de Pompeya, pasando los errores arbitrarios en la codificación del archivo digital en el momento de la toma fotográfica en GFK. Todos estos ejemplos son formas paisajísticas y sin embargo a veces no lo parecen, por su condición artificial.
Por todo ello, los paisajes de José Guerrero se nos antojan mutantes. Se rompen y se recomponen, dejando en el camino tantas heridas geográficas como emocionales. El fotógrafo entiende que la cámara sirve para atrapar los movimientos de una transformación: la del paisaje. Nerea Méndez Pérez