Miró-Matisse: conectados por sus diferencias
La primera retrospectiva en España dedicada a la relación entre ambos artistas llega a la Fundació Miró, después de su paso por el Musée Matisse de Niza. A pesar de las divergencias artísticas y generacionales que les separan, Rémi Labrusse, comisario de la muestra, ha encontrado un hilo conductor en la influencia creativa y la admiración mutua. El espectador podrá disfrutar hasta el 9 de febrero de 2025 de una amistad que fue más allá de las imágenes.
Después de medirse con Picasso en la exposición pasada, Joan Miró se reencuentra con Henri Matisse en las salas de la Fundació Miró. De primeras, puede parecer que la relación entre estos dos grandes de la pintura del siglo XX es imposible: el artista francés nació en 1869 y el catalán en 1893, están asociados a entornos artísticos diferentes –surrealismo y fauvismo– y planteamientos creativos distintos.
No obstante, Miró-Matisse. Más allá de las imágenes consigue encontrar en lo aparentemente opuesto varias conexiones. La primera de ellas es la profunda admiración que ambos sentían por el otro. Matisse, que a menudo se refería a Miró como un “pintor de verdad”, admiraba la precisión y la fuerza con que el autor catalán utilizaba el color y la forma. De esta manera se lo contaba al poeta Louis Aragon, amigo común de ambos:
Estábamos hablando de pintores contemporáneos y le pregunté a quién consideraba, aparte de a Picasso, un pintor de verdad. Dijo el nombre de Bonnard… Y luego, sin detenerse: Miró… Sí, Miró… Porque puede representar cualquier cosa en su lienzo… Pero si, en un punto determinado, ha colocado una mancha roja, puedes estar seguro de que es ahí, y no en ningún otro lugar, donde debe estar… Quítala, y el cuadro se cae”
Por su parte, el pintor catalán veía al francés como una figura de referencia. Buscaba crear obras que “tuvieran un espíritu fauve pero dentro de la poesía” y que fueran incluso más “brutales” que las de Matisse. Esta unión con el fauvismo se refleja en su obra, marcada por una intensidad cromática y una energía vital que han sido constantes en su carrera.
A pesar de la diferencia de edad –se llevaban 24 años– y de residir en países diferentes, ambos artistas comenzaron a verse con frecuencia en París a partir de los años treinta. Todo se debe a Pierre Matisse, hijo menor del pintor, que se convirtió en el marchante de Miró en 1934 y dio a conocer sus obras en galerías y museos de Estados Unidos. Esta casualidad no solo consolidó su obra a nivel internacional, sino que estrechó los lazos entre las dos familias. Es también en esta década cuando Miró desarrolló una práctica de dibujo que concuerda con la del pintor francés:
Hacía exactamente lo que decía Matisse, y de manera más profunda que los surrealistas: dejarse guiar por la mano”.
Ambos están de acuerdo en que el pintor debe desconectar su mano de su cerebro para que la línea sea un reflejo de su vida interior. El autor surrealista habla, sobre todo, de esta idea cuando menciona sus “pinturas sobre papel Ingres” de 1931, periodo en el que le obsesionaba la máxima “asesinar la pintura” .
Precisamente estos puntos de unión creativos son los que han servido para construir la muestra de Más allá de las imágenes. No se trata de una exposición que pone una obra junto a la otra para que simplemente dialoguen según la interpretación del espectador, sino que se han buscado las creaciones clave; aquellas que nacieron de tensiones internas y profundas intuiciones que impulsaron a ambos a trascender las imágenes tradicionales.
Es, precisamente, en esa búsqueda de formas orgánicas, materiales y enérgicas donde los dos autores se encuentran y superan sus diferencias, dando lugar a una sinergia artística más, como tantas otras que han marcado las creaciones del mundo del arte. Nerea Méndez Pérez