La capilla Herrera, Annibale Carracci y el arte de contar historias
Entre 1833 y 1835, Pellegrino Succi arrancó los antiguos frescos sobre la vida de San Diego que Anníbale Carracci había pintado a principios del siglo XVII para Juan Enríquez de Herrera en su capilla familiar en la iglesia romana de Santiago de los Españoles. Una década más tarde emprendían un viaje a España que las llevaría a Madrid y Barcelona, donde se dividieron a partir de entonces. Ahora, el Museo del Prado las reúne de nuevo y reconstruye el conjunto en una exposición que es fruto de un intenso trabajo de restauración iniciado en 2012. Comisariada por Andrés Úbeda de los Cobos y con la colaboración de la Fundación Amigos del Museo del Prado, la muestra podrá verse en primero Madrid. En julio viajará al Museo Nacional de Arte de Cataluña y finalizará en noviembre en la Gallerie Nazionali di Arte Antica Palazzo Barberini de Roma.
Durante la Edad Moderna, el arte y su promoción por parte de reyes, príncipes de la iglesia, nobles o personajes acaudalados, supuso una manifestación más –quizás la más evidente por su rápida visibilidad– de su poder político y económico. Más allá de sus localidades natales o de los grandes edificios de representación de sus países de origen, Roma, sede del pontificado, se convirtió, sobre todo a partir del siglo XVI, en el mejor escenario posible. La Santa Sede, mediadora y favorecedora de concesiones política claves para los distintos reinos que se disputaban el poder en Europa, conoció a partir de entonces un exponencial desarrollo de templos, capillas y palacios encargados y financiados fundamentalmente por España o Francia en su continua pugna.
Un ejemplo singular de todo ello se pone de manifiesto ahora en la exposición Annibale Carracci. Los frescos de la capilla Herrera, que acaba de presentar el Museo del Prado y que ha sido comisariada por Andrés Úbeda de los Cobos, Director Adjunto de Conservación de la pinacoteca. Juan Enríquez de Herrera, un rico banquero español de origen palentino, adquirió en 1602 una capilla con destino funerario para él y su familia en la iglesia romana de Santiago de los Españoles. La elección del templo, centro neurálgico de la corona española en la ciudad, ya ponía de manifiesto sus aspiraciones. También la elección del artista, Annibale Carracci, una de las figuras más sobresalientes y punteras del momento. Herrera pidió a Carracci un ciclo de frescos sobre la vida de San Diego de Alcalá, santo taumatúrgico recientemente canonizado (1588) al que «agradecía» la milagrosa curación de uno de sus hijos. Tampoco esta deliberada elección del santo era casual, pues en 1562 sus reliquias habían sanado al príncipe don Carlos, hijo de Felipe II, con lo que el banquero hacía reflejar de manera simbólica en su propia familia su servicio para con la monarquía española.
Lo siguiente es bien conocido y se trata en profundidad en el catálogo que acompaña a la muestra, por lo que no profundizaremos en ello. El pintor boloñés desarrolló un ciclo de pinturas sobre la vida del santo que se coronaba con el gran cuadro de altar en el que San Diego intercedía ante cristo por la curación del muchacho. La enfermedad de Carracci hizo necesaria la participación de sus principales ayudantes –con Domenichino, Badalocchio y Lanfranco a la cabeza– para la finalización de los trabajos. Así las cosas, el conjunto, así como el propio templo, permanecieron inalterables hasta el siglo XIX, cuando la corona española decidió enajenarlo. Poco tiempo después y ante el mal estado de las pinturas, se decidió arrancarlas y traspasarlas a lienzos, trabajo que fue encomendado al especialista Pellegrino Succi –al que se ha llegado a denominar «el arrancador del papa por su especialización– y que se llevó a cabo entre 1833 y 1835. El conjunto, compuesto por 19 pinturas, fue trasladado a la iglesia de Montserrat y en 1850 se enviaron a España, quedando nueve de los fragmentos a Barcelona y otros 7 a Madrid. En Roma quedaron otro dos y el cuadro de altar.
En 2012 el Prado comenzó la restauración de las pinturas que posee y que desde la década de 1970 no habían sido expuestas al público. Las intervenciones culminaron con los cuadros depositados en el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Ahora, se han reunido en un montaje creado ex profeso por Francisco Bocanegra en el que se ha reconstituido, en la medida de lo posible, el aspecto original de la capilla. Desde Roma ha venido también el cuadro de altar. Asimismo y para reforzar su estudio, se muestran para la ocasión buena parte de los dibujos preparatorios de Carracci y sus colaboradores.
Annibale Carracci. Los frescos de la capilla Herrera, podrá visitarse en el Prado hasta el mes de julio. Después viajará al Museo Nacional de Arte de Cataluña y finalizará en noviembre en la Gallerie Nazionali di Arte Antica Palazzo Barberini de Roma. Una oportunidad única para conocer uno de los ciclos murales más interesantes de la Roma del momento y exponente del prestigio que la corona española y sus servidores manifestaron ante las cortes europeas.