Suzanne Valadon: de musa a artista
La nueva exposición del MNAC en colaboración con el Centre Pompidou de Metz y el Musée d’arts de Nantes homenajea a la pintora francesa, recorriendo toda su carrera y poniendo de relieve la dificultad que tenía en su época una mujer para triunfar en un panorama artístico dominado por hombres.
A los cinco años, Suzanne Valadon y su madre se mudaron al parisino barrio de Montmartre, lo cual determinaría el resto de su vida y su carrera. Aquel emplazamiento estaba a punto de convertirse en el epicentro de la bohemia y la creación artística de la capital francesa, de las que la autora sería una de las protagonistas.
Entre los muchos trabajos que desempeñó en su adolescencia se encontraba el de modelo, sobre todo de pintores, aunque también apareció en varios afiches publicitarios en un momento en el que el cartel comenzaba a despuntar.
Mientras posaba para los grandes artistas del momento –Toulouse-Lautrec o Renoir entre ellos–, Valadon observaba lo que hacían con detenimiento; trataba de retenerlo en su memoria, al tiempo que se preguntaba si ella sería capaz de hacer lo mismo. De modo que modelaba y, a la vez, aprendía a pintar.
Degas fue el primero en fijarse en su talento: la enseñó a grabar en su taller, coleccionó las primeras obras de la artista y la animó a explotar aquel potencial. El camino, por supuesto, no fue fácil, pues para triunfar Suzanne tuvo que adentrarse en un mundo de hombres, aunque sus obras pronto empezaron a llamar la atención.
En ellas se alejaba de temas clásicos como el bodegón – que solo pondría en práctica en la edad madura– para representar retratos, especialmente desnudos. Con toda probabilidad, fue la primera mujer de la historia en pintar un desnudo masculino.
Entre sus personajes había efigies burguesas típicas, seguramente fruto de compromisos o encargos. Sin embargo, lo que más destaca en su creación, por su delicadeza y originalidad, son los retratos de la intimidad femenina. Aparecen una o más mujeres que pueden estar tanto desnudas como vestidas, en habitaciones en las que no hay nadie más y en las que descansan, se acicalan o posan, mirando al espectador, en muchos casos, con una naturalidad cautivadora. Son también importantes sus autorretratos, en los que se apropia de ese cuerpo –el suyo– que tantas veces había sido mirado e interpretado por el pincel de otros.
De estos últimos destaca especialmente uno que pinta con más de sesenta años, Autorretrato con los pechos desnudos, en el que aparece semivestida y donde representa, de forma descarnada, los estragos que la edad ha dejado en su cuerpo.
Esta obra, junto con otros muchos cuadros de la artista se pueden contemplar ahora en el MNAC de Barcelona, como parte de la exposición temporal Suzanne Valadon. Una epopeya moderna. Le acompañan piezas de otros autores de la época que ayudan a contextualizar el Montmartre del momento.
Con esta muestra, el museo busca poner de relieve no solo la pericia de la artista, sino también la dificultad añadida con la que contaba por ser mujer, y el éxito que aun así alcanzó. A diferencia de muchas otras figuras femeninas del mundo del arte, Valadon triunfó en vida. Prueba de ello es que el Estado francés adquirió una obra suya en 1924, cuando aún vivía, y que artistas de la talla de Picasso o Braque acudieron a despedirla en su funeral.
Con el paso de los años su figura fue cayendo en el olvido, hasta el punto de ser recordada injustamente solo como “la madre de Maurice Utrillo”, el artista al que concibió junto al también pintor Mikel Utrillo. No obstante, en los últimos años ha vuelto a ensalzarse su talento, su fuerte personalidad y su determinación.
La presente muestra, que podrá visitarse hasta el próximo 1 de septiembre en el MNAC, busca contribuir a esa renovada puesta en valor de la artista francesa. Para ello se incide en lo original de sus retratos femeninos, mostrando algunos de los hitos cruciales como sus cinco reinterpretaciones de La Venus negra, una iconografía atípica en la época.
También se abordan sus relaciones con otros artistas, como el ya mencionado Utrillo o el músico Erik Satie, a quienes retrató; igual que a Santiago Rusiñol o Ramón Casas. El recorrido se completa con algunas de las naturalezas muertas que pintó ya en su época madura.
Con todo ello, se ofrece una perspectiva rica y amplia de su prolífica carrera, que no solo permite apreciar su calidad técnica, sino también su sensibilidad y su maestría a la hora de trabajar con la intimidad. Sofía Guardiola