Descripción
DE MANILA A SEVILLA PASANDO POR MÉXICO
Pablo Amador, uno de los asesores científicos de la exposición Tornaviaje del Museo del Prado que llevamos a nuestra portada, me contó durante una visita a una localidad cercana a Puebla que para saber si un mueble chino o filipino era auténtico solo había que abrir los cajones y comprobar que eran de madera y hechura mexicana. Aquellas consolas, biombos, armarios, sillas, porcelanas y demás ajuar viajaban empaquetados en las bodegas del Galeón de Manila, cruzaban el Pacífico y llegaban a los puertos de Nueva España en América: Acapulco, Bahía de Banderas (Nayarit), San Blas (Nayarit) y Cabo San Lucas (Baja California) para que luego los artesanos de Villa Alta de Oaxaca los montaran antes de llegar a España y Europa.
Aquel Galeón supuso la primera globalización de la historia moderna. Y no solo artística, sino económica y comercial. Resulta asombroso el proceso. Unas piezas pensadas y creadas en una parte del mundo –China, India, Japón o Filipinas– se completaban, montaban y decoraban en otro continente, América, para terminar en las mesas y palacios de media Europa. Aquella aventura que tenía lugar una o dos veces al año –la travesía duraba entre cuatro y cinco meses– fue inaugurada en 1565 por el marinero y fraile español Andrés de Urdaneta, tras descubrir el tornaviaje o ruta de regreso a Nueva España a través del Pacífico. Duraría dos siglos y medio, hasta 1815, año en el que zarpó el último barco de Acapulco.
La exposición que dedica el Prado a aquella aventura no solo viene a recordar la magnitud de aquella epopeya, sino que también hace justicia con un arte que, por razones incomprensibles, ha estado ausente en el museo. La calidad de las piezas seleccionadas demuestra la creatividad y belleza de aquellos artistas. América y Oriente entran por la puerta grande en nuestra primera pinacoteca.
Por Fernando Rayón
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