Por fin, una exposición sobre Pedro Orrente

Por fin, una exposición sobre Pedro Orrente

El Museo de Bellas Artes de Valencia salda su deuda con uno de sus más insignes pintores del Siglo de Oro y le dedica una muestra monográfica que en su día propuso Felipe Garín. TEXTO: Ángel Rodríguez Rebollo

Imagen de sala de la exposición de Pedro Orrente en Valencia. Fotografía: Juan R. Peiró.

Quienes tuvimos la fortuna de asistir a las clases de pintura barroca española impartidas por el profesor Pérez Sánchez pudimos comprobar el enorme aprecio que sintió por Pedro Orrente. De él destacó su San Sebastián de la catedral de Valencia como “uno de los más bellos desnudos varoniles de la pintura española”, cualidad que generó –ya en 1615– un pequeño altercado para el pintor (no haré spoiler, lean por favor hasta el final).

Aunque la idea de dedicar una muestra a una de las figuras más destacadas de nuestra pintura patria del Siglo de Oro partió hace años de Felipe Garín, por entonces director del Consorcio de Museos de la Comunitat Valenciana, ha habido que esperar a 2025 para que el proyecto se hiciese realidad.

Gracias al Consorcio, con especial atención a Vicente Samper, y al esfuerzo de su comisario José Redondo Cuesta, Pedro Orrente. Un artista itinerante en la España del Siglo de Oro puede –y debe, si me permiten la licencia– visitarse ya en la sala de exposiciones temporales del Museo de Bellas Artes de Valencia hasta el 12 de octubre de 2025. Su título es en sí toda una declaración de intenciones. Nacido en Murcia en 1580 e hijo de un mercader de sedas oriundo de Marsella, Orrente se pasó media vida de un lugar a otro buscando las mejores oportunidades para desarrollar su carrera profesional. En 1600 estaba en Toledo y en 1605 aparece documentado en Venecia. De vuelta a la Península, lo veremos saltar de Murcia a Toledo y de allí a Valencia, donde residirá desde 1632 hasta su fallecimiento en 1645.

Vista de sala. Fotografía: Juan R. Peiró.

En consonancia con su espíritu viajero –y también financiero, todo hay que decirlo– su producción puede definirse a grandes rasgos como un crisol en el que convergen su formación italiana y su posterior “españolización” para dar respuesta a una clientela muy específica. Porque si en algo fue experto Orrente fue en generar grandes beneficios a partir de la creación de series temáticas, habitualmente sobre el Antiguo Testamento.

Pese a que en ellas ha pesado mucho su apodo de “el Bassano español”, en su producción las referencias a Veronés, Caravaggio o Cavarozzi son palpables. Pensemos en el Sacrificio de Isaac del Bellas Artes de Bilbao o en el Martirio de Santiago el Menor de Valencia (1639); pero sobre todo en su maravilloso Milagro de Santa Leocadia de la catedral de Toledo (1616), que participó como obra estrella en la exposición Caravaggio y el naturalismo español celebrada en Sevilla en 1973.

A través de las distintas secciones de la actual muestra valenciana se va profundizando en la manera de trabajar del murciano. Para conocer sus inicios y la huella veneciana en su pintura se han seleccionado algunas obras de Jacopo Bassano y Pablo Veronés pertenecientes a Patrimonio Nacional, que han sido restauradas para la ocasión.

Con todo, uno de los platos fuertes pasa por contemplar las dos versiones recién restauradas de San Sebastián –catedral de Valencia y Patrimonio Nacional, esta última apenas conocida, pese a que Palomino ya la mencionó en su tratado– junto al ya citado Martirio de Santa Leocadia. Dos pinturas tempranas –1614 y 1616, respectivamente– en las que Orrente dio lo mejor de sí y que por primera vez se reúnen en un mismo espacio.

El guión narrativo nos lleva también hacia algunas de sus composiciones más célebres, al tiempo que pone el acento en su faceta como dibujante. El recorrido reúne ejemplares procedentes del propio museo valenciano y, sobre todo, del Prado y la Biblioteca Nacional de España, que atesoran sus mejores esbozos (no se pierdan el Entierro de Cristo, del que por primera vez puede verse su reverso gracias al montaje).

Pedro Orrente. Milagro de santa Leocadia. 1616. Catedral de Toledo. Fotografía: Juan R. Peiró.

Algunos se presentan además junto a los cuadros para los que sirvieron de modelo, como el Bautismo de Cristo y, sobre todo, los retratos de Carlomagno y David con la cabeza de Goliat. Gracias a ello el espectador comprenderá mejor los distintos métodos de trabajo que empleó el artista a la hora de crear sus composiciones.

Los nocturnos y su influencia veneciana suponen otra de las novedades, pues permiten admirar por primera vez Jesús en el pretorio del Museo del Prado, restaurado también para la ocasión y que hasta fechas muy recientes se consideraba de mano de uno de los Bassano. Fue Gómez Frechina quien lo dio a conocer en esta revista y ahora luce en todo su esplendor, tal y como lo vieron quienes pasearon por el Palacio del Buen Retiro. Este mismo estudioso presentó además un San Juan Bautista con la concha que puede verse también por primera vez en público junto a otra versión más reducida que guarda la iglesia del Hospital de San Juan de Valencia.

Vista de sala de la exposición. Fotografía: Juan R. Peiró.
Pedro Orrente. San Juan Bautista en el desierto. Colección particular. Fotografía: Imagen M.A.S.

Si estos párrafos no son motivo suficiente para moverle, estimado lector, a visitar la exposición, le recomiendo encarecidamente que acuda al catálogo de la muestra, que estará disponible próximamente, porque se llevará una grata sorpresa por su calidad científica. Si el texto del comisario repasa de manera meticulosa la trayectoria de Orrente, María José López Azorín pone al día toda la documentación conocida hasta la fecha y aporta un testamento inédito realizado en Toledo en 1631.

Quien aquí escribe hace lo propio con los dibujos y añade un vaciado documental de las pinturas del murciano que estuvieron en colecciones reales españolas. Además, y aquí tienen otro de los platos fuertes del volumen, Yolanda Gil Saura analiza cómo tras su llegada a la catedral valenciana en 1615, el San Sebastián fue rechazado por la viuda de su promotor –Diego de Covarrubias–, alegando que este más parecía un Hércules que un santo.

Esperemos, en fin, que Pedro Orrente. Un artista itinerante en la España del Siglo de Oro, sea la primera de una de tantas exposiciones –muy necesarias– que aún esperan algunos nuestros pintores hispanos del siglo XVII.

Imagen de sala de la exposición de Pedro Orrente en Valencia. Fotografía: Juan R. Peiró.