Óscar Alzaga dona tres pinturas italianas al Museo de Bilbao
Ayer Óscar Alzaga Villaamil (Madrid,1942), acompañado por el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto; el director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, Miguel Zugaza; y María Isabel Ruiz, hizo entrega de tres pinturas italianas donadas al Museo de Bilbao: un Retrato de dama con niño, anónimo del siglo XVI, y dos pinturas de Orazio Gentileschi y Salvator Rosa, que contribuirán a mejorar la representación de la pintura italiana del museo.
Esta generosa donación del catedrático y abogado Óscar Alzaga llega tras la realizada al Museo del Prado en noviembre de 2017. En esta ocasión, se trata de tres obras de gran calidad artística como son el Retrato de dama con niño, hacia 1570-1580 –sin autor reconocido, aunque tal vez florentino–; Judit y su sirvienta con la cabeza de Holofernes pintada por Orazio Gentileschi entre 1605 y 1612, y Judá y Tamar (c.1660) de Salvator Rosa.
Aunque cronológicamente la composición de Gentileschi (Pisa, 1563-Londres, 1639) es posterior en el tiempo al anónimo italiano mencionado anteriormente, la obra de Orazio posee un gran valor artístico, tanto por la excelente factura técnica como porque muy probablemente perteneció a la hija del artista, otra gran pintora: Artemisia Gentileschi, que también hizo escenas de Judit. Y por si fuera poco, esta nueva obra del maestro italiano se une a Lot y sus hijas, que adquirió el museo bilbaíno en 1924.
En Judit y su sirvienta con la cabeza de Holofernes, Orazio Gentileschi representa un episodio del Antiguo Testamento. Capta el instante en que la joven viuda hebrea Judit, empuñando aún la espada, retira la cabeza del general asirio Holofernes, a quien ella ha seducido con el propósito de decapitarlo para librar la fortaleza de Betulia del asedio de su ejército.
Cuando la pequeña ciudad estaba a punto de la rendición, Judit se introdujo en el campamento de Holofernes acompañada por su sirvienta Abra con la intención de liberar a su pueblo del enemigo y vengar el asesinato de su marido. Fue entonces capturada por los centinelas y llevada ante Holofernes, quien la invitó a un banquete en su tienda. Durante la cena se emborrachó y cayó dormido, ocasión que Judit aprovechó para decapitarlo con ayuda de Abra. El ejército asirio, ya sin su mando, levantó el asedio y huyó.
La primera obra en el tiempo de las tres donadas por Óscar Alzaga, figura relevante de la política española durante la Transición española, es Retrato de dama con niño (c. 1570-1580), de artista italiano anónimo, quizá florentino. Representa un notable ejemplo de la retratística cortesana y anteriormente se atribuyó a Sofonisba Anguissola. En esa escena el pintor representa a una mujer con porte rígido acompañada por un niño, su hijo o un paje, al que tiende un ramillete de claveles y jazmín, símbolo de amor o tal vez ofrenda para un infante difunto. La dama se adorna con magníficas joyas y luce un elegante traje bordado en oro y plata, guarnecido con gemas y perlas, propio de la moda cortesana de los Austrias.
Llama la atención la situación del niño, de pie sobre un pequeño mueble papelera con marquetería, cuyo diseño deriva de las perspectivas creadas en 1560-1562 por el pintor y arquitecto Hans Vredeman de Vries, así como la gestualidad de las manos, que parecen sujetar un objeto que finalmente no fue pintado. A la originalidad de la composición de este doble retrato contribuye también la alfombra de manufactura española de Alcaraz (Albacete) o Cuenca.
Por último, Judá y Tamar (c.1660), de Salvator Rosa (Nápoles, 1615-Roma, 1673), una pintura calificada como prerromántica, cuya representación aparece relatada en el libro del Génesis. Judá, hijo de Jacob y perteneciente a la genealogía de Jesús, tuvo tres hijos: Er, Onán y Selá. El primero se casó con Tamar quien, al enviudar sin descendencia, tuvo que desposarse con Onán, que tampoco le dio hijos al saber que no se le reconocerían como propios según la ley hebraica del Levirato. Dudando de que Judá le entregara a su tercer vástago, Tamar, que oculta su identidad, se ofreció a su suegro como prostituta.
La escena se sitúa en un lugar indefinido al aire libre y recoge el momento en que el patriarca le da en pago su sello y el bastón, con los que ella pudo después demostrar que los gemelos concebidos en aquel acto eran hijos suyos. La pincelada suelta y el bello cromatismo empleado por el autor crean una atmósfera clasicista cuyo equilibrio se transgrede únicamente por el detalle del rostro velado de la protagonista y por la luz crepuscular que baña el encuentro.