‘Mercurio y Argos’ de Velázquez recupera su formato original

Mercurio y Argos de Velázquez recupera su formato original

El museo presenta, dentro del proyecto «Enmarcando el Prado», la nueva instalación de uno de los últimos cuadros que pintó el sevillano. Con un nuevo marco y siguiendo el mismo proceso de la Fábula de Aracne –ambas se exponen en la misma sala– la pintura recupera su formato original, ocultando los añadidos que se realizaron durante el siglo XVIII. La intervención ha contado con el apoyo de American Friends of the Prado y ha sido patrocinada por la Fundación American Express.

Toda obra de arte posee una doble historia: la del tema que representa y la de su trayectoria a través del tiempo desde que fue creada. En el segundo de los casos, los avatares históricos que la acompañan pueden acarrear en ocasiones su transformación para adaptarla a los nuevos emplazamientos en los que es depositada. Este es precisamente el caso de Mercurio y Argos, una de las pinturas más emblemáticas de Velázquez al servicio de Felipe IV. 250 años después de su ampliación, la pintura vuelve a recuperar el formato original con el que fue concebido hacia 1659.

Pintado poco antes de fallecer en el verano de 1660, podríamos considerar el cuadro como el último canto del cisne del artista. Aunque no conocemos la fecha exacta de su ejecución, los especialistas lo han fechado hacia 1659, justo después de que los pintores boloñeses Mitelli y Colonna decorasen al fresco la bóveda del Salón de los Espejos del Alcázar de Madrid, el corazón simbólico de la Monarquía Hispánica.

Para el muro sur de este espacio –donde se encontraban los balcones que daban a la fachada principal del palacio– el sevillano pintó cuatro obras, emparejadas dos a dos: Mercurio y Argos y Venus y Adonis formaban el primer grupo, dispuestos en formato apaisado y con unas dimensiones de unos 85 x 250 cm. El segundo lo formaban Psiquis y Cupido y Venus y Adonis, más cuadrados y con unas proporciones aproximadas de 85 x 120 cm. Situados sobre los famosos bufetes de leones, eran las pinturas más pequeñas del conjunto –sobre ellas se encontraban, por ejemplo, La fragua de Vulcano de Jacopo Bassano o Cristo entre los doctores de Veronés– y con ellas el pintor se aseguró un puesto en el espacio más representativo del salón.

Allí se describen en los sucesivos inventarios de 1666, 1686 y 1701, pero la suerte les depararía un trágico final a tres de ellos cuando en la navidad de 1734 se incendió el edificio. Sólo sobrevivió Mercurio y Argos, que pasó primero a los depósitos de pinturas salvadas en la Armería –no en las Casas Arzobispales como se suele indicar– para seleccionarse años después y una vez reparado, en el Palacio del Buen Retiro.

Diego Velázquez. Mercurio y Argos (detalle). Hacia 1659. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid (P1175).
Mercurio y Argos de Velázquez con los añadidos ocultos por el nuevo marco.
Mercurio y Argos de Velázquez con los añadidos realizados antes de 1772.
Reconstitución del muro sur del Salón de los Espejos del Alcázar de Madrid según el inventario de 1666. Autor: Daniel Martínez Díaz en Martínez Leiva y Rodríguez Rebollo (2015).

De nuevo desconocemos con exactitud cuándo se procedió a esta modificación, pero lo cierto es que en 1772 ya se encontraba en el nuevo Palacio Real de Madrid, guardada de nuevo mientras Mengs diseñaba para Carlos III la decoración del nuevo edificio una vez se iban acabando las obras. En el inventario redactado ese año se alude explícitamente a su ampliación: «En los Ymbentarios antiguos se hallara menos de cayda porque esta añadido. Una pintura de la fabula de Argos y Mercurio, de tres varas de largo y vara y media de cayda, original de Velazquez» (1). Poco tiempo después se trasladaría a la Antecámara de la Reina, donde descansaría hasta su traslado al Real Museo –el Prado– en 1819.

Respecto a la ampliación, deben tenerse en cuenta las intervenciones llevadas a cabo a partir de la década de 1760 para adaptar las antiguas pinturas de las colecciones de los Austrias a los salones del nuevo palacio, de muros más altos y que requerían por tanto formatos más grandes para rellenar los huecos. En el caso de Mercurio y Argos, alteró la lectura formal de la composición, cuyos personajes invadían de manera más decidida el primer plano hasta proyectarse incluso hacia el espectador en una especie de trampantojo. Con esta actuación se recupera por tanto su lectura original, para la que se ha realizado un nuevo marco que enmascara los añadidos dieciochescos.

 

1. Gloria Martínez Leiva y Ángel Rodríguez Rebollo. El inventario del Alcázar de Madrid de 1666. Felipe IV y su colección artística. Madrid: Polifemo, 2015, p. 718, nº 103.