Maruja Mallo devora al personaje en el Centro Botín

Maruja Mallo devora al personaje en el Centro Botín

La institución santanderina ha inaugurado una retrospectiva de la artista, organizada en colaboración con el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y comisariada por Patricia Molins, miembro del Departamento de Exposiciones Temporales de este último. En esta reivindicación de su figura, largamente esperada, se ha reunido la mayor parte de su producción desde sus comienzos en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1922 hasta su obra gráfica de finales de la década de los 70.

Como mucha gente de mi generación, conocí a Maruja Mallo por las entrevistas grabadas que le hicieron Paloma Chamorro y Joaquín Soler. En ellas, la artista aparecía con su habitual maquillaje –excesivo– y vestida con colores chillones (además de un abrigo de visón y un bolso, en el caso de la conversación con Chamorro).

En las entrevistas traslucía la atípica personalidad de Mallo, que relataba sus aventuras con sus amigos de juventud y compañeros de profesión –Salvador Dalí y Federico García Lorca, entre otros–, las preocupaciones que regían su obra y su forma de ver el mundo. Todo de manera muy elocuente.

Aun así, al verla se corre el peligro de hacerse la idea de que estaba representando una pose afectada, exagerando sus excentricidades para causar la admiración –u odio– del público.

No obstante, es evidente la creciente atención –y admiración– que ha adquirido su obra en los últimos años. Por eso mismo, se ha generado mucha expectación en torno a la exposición retrospectiva que inauguró el Centro Botín la semana pasada: Maruja Mallo: Máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982.

“Teníamos una deuda histórica con Maruja Mallo”, declaró en la inauguración Manuel Segade, director del MNCARS (que ha coproducido la exposición), quien tenía como prioridad desde que asumió el cargo dedicar una retrospectiva a la artista “que hizo la mayor aportación a la plástica de la Generación del 27”.

Vista de la entrevista de Paula Chamorro a Maruja Mallo en la exposición 'Maruja Mallo: Máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982. Fotografía: Belén de Benito.
Vista de la exposición 'Maruja Mallo: Máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982. Fotografía: Belén de Benito.

A pesar de que el resto de los artistas de su generación siempre la valoró mucho y a pesar de su dilatada carrera –dificultada por el exilio, pero nunca detenida– han tenido que pasar 30 años desde su muerte para que se haga justicia con su legado.

“Todo el mundo la llamaba ‘fascinante’, su trabajo parece muy obvio a primera vista, pero su significado es más complicado de entender”, contaba Patricia Molins, comisaria de la exposición y miembro del Departamento de Exposiciones Temporales del Reina Sofía.

Molins también comentó que quienes la veían pasear por el Madrid de los años 80 con su sombra de ojos azul turquesa y ralla negra a lo Cleopatra, podían llevarse una impresión equivocada.

Pero nadie que vaya a ver las más de 90 pinturas y demás dibujos y trabajos preparatorios reunidos en el Centro Botín, podrá mantener ese prejuicio. El recorrido se estructura cronológicamente, desde sus años en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, a la que ingresó en 1922 y donde estudió bajo la tutela de Chicarro y Romero de Torres, entre otros.

De un par de estudios anatómicos y de personajes nos zambullimos en sus Verbenas, que por primera vez van a reunirse desde que se expusieron en la Revista de Occidente en 1928 (ahora mismo hay cuatro de las cinco, la última viajará en las próximas semanas desde otra exposición).

Mallo fue de las artistas que se vieron atrapadas por la influencia de Franz Roh y su libro Realismo mágico de 1925, que les permitió articular una respuesta figurativa a las primeras vanguardias sin la necesidad de caer en el género narrativo. Es en las Verbenas donde plasma esa idea.

Ya en esas composiciones complejas, influidas por el lenguaje cinematográfico de Buñuel, se pueden apreciar varias líneas de pensamiento que atraviesan la obra de Mallo: su atención a las clases populares, su representación de la mujer moderna –que ella también encarnaba– y, en general, el choque entre tradición y modernidad.

Pero hay otro componente importante en esos lienzos y que también tiene en común toda su producción: la destreza técnica. Si bien la idea de que los pintores necesitan una formación academicista para ser buenos está pasada de moda, sí que es necesario admitir que alguien con esa clase de conocimientos produce un trabajo muy distintivo.

Vista de la exposición 'Maruja Mallo: Máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982. Fotografía: Belén de Benito.
Vista de la exposición 'Maruja Mallo: Máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982. Fotografía: Belén de Benito.

Conocer las reglas permite vulnerarlas con criterio. Y las anatomías caricaturescas de Mallo rezuman conocimiento. Algo que se va haciendo más evidente según sus intereses se centran en la figura humana a escala monumental.

Ver en conjunto los cuadros que creó en su exilio a Argentina –donde huyó en 1937 gracias al pretexto de ser invitada para impartir unas conferencias–, Canto de las espigas o La red, en los que crea una imagen idealizada de la humanidad trabajadora, es ver un excelente trabajo de ilustración (entendida de la manera más elevada posible, en la que se ha despojado a la imagen de todos los elementos superfluos, y solo queda lo necesario para la transmisión de un mensaje concreto).

Mientras que otros artistas de su generación se dedicaron a la caricatura del enemigo durante la Guerra Civil, Mallo decide apostar por un activismo positivo y retrata a la humanidad encarnada en mujeres con espigas de trigo o con redes de pesca.

La clase trabajadora, para ella, debía ser representada en armonía con la naturaleza, no imponiéndose a ella con el uso de las máquinas. Ella lo llamó la “fe materialista en el triunfo de los peces, en el reinado de la espiga”. Además, decidió que la imagen universal fuese la femenina.

A esta transversalidad hay que sumar la racial gracias a su experiencia en América. La diversidad de la que fue testigo provocó un cambio en su obra, tal y como se aprecia en la serie de sus Máscaras.

En ella recorre una cuerda floja, la de la representación de las variedades fisionómicas. En ocasiones, la crítica mordaz a un sistema racista puede ser indiscernible del propio racismo institucional.

Así que es necesario conocer el contexto de la creadora para interpretar correctamente alguna de las obras más impactantes de la exposición, como es La cierva humana. No se trata de una pieza de un sistema de castas, no intenta ser una catalogación biológica, sino la plasmación de la belleza de las diferencias.

La exposición cierra con una serie abstracta más experimental que Mallo crea a su vuelta a España en 1962. En ella mezcla su interés en lo científico con la simbología de los colores. Además, también se recogen varias ilustraciones que hizo para portadas de la Revista de Occidente.

En definitiva, Máscara y Compás –que se podrá visitar hasta el 14 de septiembre y que más adelante tendrá su continuación en el Reina Sofía, donde se incluirán más piezas procedentes del Archivo Lafuente– es una exposición fundamental para comprender a una artista que no ha recibido la atención que merecía en los últimos tiempos.

El Centro Botín y el Reina Sofía se han encargado de reparar este agravio y demostrar lo erróneo de ignorar a Mallo. Héctor San José.

Vista de la exposición 'Maruja Mallo: Máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982. Fotografía: Belén de Benito.