Los próximos retos del mercado del arte antiguo
Un mes de confinamiento, un mes de reclusión. Hasta que todo esto se nos vino encima, muchos habrían pagado –algunos ya lo hacían– por tener el privilegio de una desconexión del mundo, por una huida a una vida contemplativa y monacal. En un momento de nuestra historia en la que la velocidad de las interacciones, de los desplazamientos y de las transacciones estaban a décimas de segundo de ser instantáneas, algunos reclamaban el derecho a parar, a reflexionar sobre lo que estábamos haciendo (bien o mal). Pues bien, a la manera de un capítulo de Expediente X, el deseo se ha concedido con un macabro giro.
¿Qué ocurriría si el mundo se detuviese? Tenemos el cuestionable privilegio de ser testigos de ello. El shock inicial está desvaneciéndose y como de un sueño especialmente profundo, nos desperezamos y tratamos de fijar nuestra mirada en el futuro inmediato. No es casualidad que, en la última semana, cada vez proliferen más los artículos que se preguntan qué mundo encontraremos cuando recuperemos la deseada normalidad. Al drama humano se suma el comercial, bursátil y económico, cuestiones evidentemente secundarias en momentos de crisis, pero de las que dependerá nuestra supervivencia en el futuro menos inmediato.
Los expertos de distintas áreas parecían divididos, unos creyendo en un efecto “rebote”, según el cual deberíamos ser poseídos por una joie de vivre consumista que permita el rescate de las empresas, otros pronosticando un punto de inflexión a partir del cual las reglas de hace tan solo unos meses ya no serían válidas. La segunda opción está ganando adeptos, y ya sin saber si se trata de un destino inevitable o del fruto de una profecía autocumplida –aquella que se hace realidad únicamente por haberse formulado– nos la vamos creyendo. La expresión de una necesaria purga de nuestros valores se hace realidad en ese deseo/predicción.
La contracción de la economía y el desplome de las bolsas –de tal magnitud que debemos retroceder hasta momentos de tanta envergadura como el crash del 29 o la Segunda Guerra Mundial– ponen en entredicho las inversiones tradicionales. Sectores tan fundamentales como el inmobiliario podrían experimentar un cambio aún desconocido. Dentro de todo ese ruido se encuentra también uno de los considerados como valores de compra más seguros, el arte antiguo.
El contemporáneo, aunque es considerado el hermano mayor y cuenta con los resultados más elevados, también se describe dentro del mundo de las inversiones como algo más cercano al concepto de Blue chip (un producto con un gran margen de ganancia en un periodo corto de tiempo). El arte antiguo siempre hace gala de su solidez, las grandes piezas serán siempre grandes, no son resultados coyunturales, son autoevidentes (al menos, en el discurso oficial).
No obstante, un mercado más volátil es uno más flexible y, ante un escenario tan incierto, el contemporáneo puede tener más cintura para tomar las decisiones de cambio necesarias. Además, su cercanía a las nuevas tecnologías y las técnicas de venta alejadas de lo tradicional del sector, juegan a su favor en una transición a un mundo menos presencial.
Dentro del antiguo, las casas de subastas han estado coqueteando con las ventas online –merece la pena que recordemos el intento por parte de Sotheby’s de la venta de un imponente biombo mexicano valorado entre 3 y 5 millones de dólares el pasado año, tal y como contábamos en ARS45–, pero si ha habido un feudo de lo presencial, han sido las galerías.
Es interesante, por lo tanto, discutir cómo están afrontando dos profesionales del sector, Artur Ramón, de Artur Ramón Art, y José Antonio de Urbina, de la galería Caylus, este nuevo panorama. Ambos espacios, en Barcelona y Madrid respectivamente, han permanecido cerrados desde el comienzo del Estado de Alarma, que coincidió por espacio de unos días con la clausura precipitada de TEFAF Maastricht, donde los galeristas contaban con sendos stands. No son una excepción al clima de incertidumbre y, como todos, se preparan para cualquier eventualidad: “El panorama es imprevisible. La única certeza es que tendremos que cambiar el modelo en el que trabajamos porque el mundo de mañana no será el de ayer” comentaba Ramón.
Como decíamos, esta profecía que impone su cumplimiento es difícil de rebatir cuando hasta algunos de los principales museos han asumido que la era de las exposiciones Blockbuster ha llegado definitivamente a su final. No obstante, cualquiera de los planteamientos que ahora se proponen como fundamentales en ese “nuevo mundo” fueron corrientes defendidas por sectores del mundo cultural que veían la insostenibilidad de un modelo que solo se fundamentaba en el crecimiento de los públicos, y de los ingresos producidos por la venta de entradas. Posiblemente, nos hubiese llevado unas décadas aún el convencernos de que el turismo masivo y la sobreexplotación de nuestros enclaves culturales no podían ser la piedra angular de nuestras estrategias.
El previsible nuevo flujo de públicos, más contenidos y, sin duda, mucho menos numerosos, afecta de lleno a uno de los medios de venta más utilizados por las galerías: las ferias de arte. También es una reflexión que ya hemos planteado en ocasiones pasadas: cómo la dependencia de estas macroorganizaciones suponían un serio problema para la mayor parte de galerías que no se encontraban entre las más potentes. La promesa de clientes premium a cambio de una sustanciosa cuota de inscripción no siempre se veía cumplida, al menos no para todos.
El rumor de la cancelación de TEFAF Nueva York, la segunda cita más relevante en el circuito del arte antiguo, está en el aire. Si la situación general parece dramática, la coyuntura a la que se enfrenta la ciudad de la Costa Este se debe medir por otros parámetros. Si finalmente no se celebra esta feria, el efecto podría ser grave, tal y como apunta Artur Ramón: “Nuestra estrategia comercial desde el año 2000, con un mercado local muy debilitado, ha sido la exportación, y las ferias internacionales han sido una parte fundamental de nuestro sustento. Su suspensión supone un déficit muy importante en nuestro balance”.
Art Basel Hong Kong fue la primera de las citas más importantes en ser cancelada. La solución fue la creación de un espacio virtual, Online Viewing Rooms, donde las galerías pudiesen mostrar las piezas que hubiesen sido parte de su stand. Sin poder valorar realmente los resultados, nos preguntamos si este modelo sería extensible en cualquier caso al arte antiguo.
José Antonio de Urbina ve una transición algo más compleja: “Este método es muy aplicable al contemporáneo, porque ya trabajaba el digital, pero hasta ahora en la venta de antiguo la experiencia sensorial era muy importante, tanto para los coleccionistas particulares como para los conservadores de instituciones culturales. Es raro que hoy por hoy se haga una venta completamente online. Lo importante es saber cómo podemos adaptarlo, y cómo replantearnos nuestras estrategias”.
Quizá la manera en la que pudiesen sobrevivir las ferias de arte sería ofreciendo una plataforma digital de gran calidad en conjunto con una audiencia de mucho nivel. No obstante, gran parte del valor añadido que aportaba una feria como TEFAF era el impresionante espacio físico. Las toneladas de tulipanes no eran un gasto superfluo, la experiencia sensorial, como apunta Urbina, era su sello de identidad. Si nos vemos abocados a un mundo en el que las masificaciones no son una posibilidad, al menos durante un tiempo, ¿cuál es el sentido de esas ferias? ¿Acaso no sería más rentable la eliminación del intermediario –digital en este caso hipotético– y que cada galería se diese difusión a sí misma? El galerista madrileño no lo ve así: “Las galerías pequeñas no tendrían ninguna posibilidad, el volumen de clientes que proporciona una feria es algo inaudito, en el Preview de TEFAF Maastricht hay 6.000 invitados, ni siquiera un museo de primer nivel consigue eso”.
En cualquier caso, estamos en búsqueda de un nuevo modelo, de un nuevo sistema. Artur Ramón lo ve claro: “El problema no es que las ferias no se hayan podido celebrar ahora, sino cómo se verán afectadas en el futuro. Me temo que el problema aquí no es tanto coyuntural como estructural, porque hasta que no se haya erradicado completamente la pandemia, estos eventos multitudinarios no se podrán celebrar, o al menos no se celebrarán como antes. Calculo como mínimo un año para saberlo. No pienso en ninguna feria hasta entonces”.
Aunque el medio sea un problema, es posible que la clientela no lo sea. Es imposible calcular la fluctuación de las fortunas, y qué inversores habrán podido salvar los muebles y cuáles no, pero todo momento de crisis, económica o de cualquier otro tipo, puede ser un momento de revitalización del mercado del arte. El movimiento de las colecciones será probablemente inevitable, dado el desplome de la bolsa y la caída del consumo. A pesar de ello, hay esperanza en la capacidad regeneradora del sistema. “En EE.UU. las instituciones son privadas, es un mercado muy activo y las inversiones en compras no tardarán en volver a activarse”, nos dice Urbina. El panorama nacional puede ser muy distinto, el recorte en el presupuesto destinado a la compra de obras de arte parece inevitable y, según argumentarían muchos, necesario teniendo en cuenta la situación crítica que atravesamos.
Con todas estas preocupaciones como telón de fondo de nuestras mentes, solo nos queda controlar lo poco que queda a nuestro alcance: “Al estar cerrados te puedes plantear bajar el ritmo del día a día, y te replanteas muchos temas”, reflexiona Urbina. Hacer lo máximo posible con los recursos que tenemos en esta situación parece lo más acertado, Artur Ramón está destinando sus esfuerzos a una mayor presencia online, mediante newsletters, exposiciones virtuales o recuerdos de su último stand en Maastricht.
Si no tenemos más remedio que la reflexión y la contemplación, hagamos que nos sirvan de apoyo para los meses venideros.