La versatilidad y eclecticismo de Leonora Carrington en la Fundación Mapfre
La figura de Leonora Carrington (Clayton-le-Woods, Lancashire, Reino Unido, 1917-Ciudad de México, 2011) no es demasiado conocida en nuestro país, donde han podido verse sus obras en exposiciones colectivas junto a otra mujeres surrealistas como Remedios Varo o en colecciones mexicanas. Hasta el 7 de mayo la Fundación MAPFRE muestra en su Sala Recoletos de Madrid la primera antológica de esta artista versátil y ecléctica en nuestro país, cuyos intereses en torno a la ecología, el feminismo o el mundo mágico, entre otros temas, hacen de ella una personalidad fascinante que transitó por la pintura, la escultura y la literatura.
La antológica reúne alrededor de 190 obras, entre pinturas, dibujos, esculturas, fotografías, y documentos, seleccionados por los comisarios Tere Arcq, Stefan van Raay y Carlos Martín, que han estructurado el recorrido en diez ejes que sintetizan la fuerza de esta avanzada creadora al tiempo histórico y artístico que le tocó vivir. Hay una frase de Leonora Carrington al comenzar el recorrido que es toda una declaración de intenciones: «Lo que voy a tratar de exponer aquí no es sino un embrión del saber».
Carlos Martín subraya que esta muestra supone devolverle a Leonora al territorio por el que pasó parte de su experiencia en Santander, pero también una reconsideración de su figura dentro de la historia del arte del siglo XX porque su valoración ha sido muy tardía para los estudiosos y precisamente que el año pasado la Bienal de Venecia tomara como título un retrato de Leonora Carrington ha sido muy relevante.
Y añade Carlos Martín que los temas en los que trabajó ocupan hoy algunos de los temas más candentes como son el ecofeminismo, su preocupación por el medio ambiente, el mundo esotérico y la nueva espiritualidad, la enfermedad mental o las migraciones, entre otros. «Para ella, el caballo es casi un alter ego, pero también es su padre, con el tuvo una relación muy compleja y freudiana y esa figura del animal recorre transversalmente su obra. A veces vemos una mujer con cabeza de caballo o viceversa, otras crea figuras híbridas que rememoran la mitología o la relación conflictiva entre naturaleza y cultura. Pero en ella se observa una pulsión por desarrollar el imaginario de su infancia».
Leonora Carrington nació en el seno de una familia acomodada inglesa. En 1932 viajó a Florencia para contemplar la pintura de los maestros antiguos italianos y al regresar sus padres le permitieron que estudiara Arte en Londres en 1936. Ese mismo año visitó la primera exposición surrealista en Gran Bretaña y en 1937 conoció la obra de Max Ernst en una muestra individual, que la dejó conmovida. Poco después le conoció y tuvo una relación apasionada, rechazada por los padres de Carrington, lo que conllevó que la pareja se trasladara a París, donde se impregnó del surrealismo, antes de trasladarse a una pequeña localidad de la Provenza, Saint-Martin-d’Ardèche. Su convivencia se vio alterada por el triunfo del nazismo y la detención de Ernst, que fue declarado enemigo de Francia por ser alemán. En ese momento Leonora huyó a España, donde estuvo internada en un psiquiátrico en Santander, y más tarde llegó a Madrid, posteriormente a Lisboa, antes de poner rumbo a Nueva York con su reciente marido, Renato Leduc. A finales de 1942 se estableció en México donde desarrolló su periplo más maduro.
Los comisarios de la retrospectiva han estructurado la retrospectiva en varias secciones, en las que se combinan tanto la cronología como los temas más presentes en su obra, a través de una biografía de migrante por varios países en un período histórico convulso. Su obra, aunque ha recuperado su prestigio tardíamente, ha dejado una huella en diferentes artistas españoles y latinoamericanos.
La primera parte, La debutante, centra su mirada en esas piezas creadas a partir de conocer las obras de pintores antiguos italianos como se observa en ese conjunto de pequeñas acuarelas, Hermanas de la luna (1932-1933), donde ya late su preocupación por el lugar que ocupa la mujer en el mundo, con ecos mitológicos y relacionados con la naturaleza, donde están presentes la música, los caballos y toda la influencia de la literatura gótica, el mundo de Lewis Carroll o los cuentos de los hermanos Grim y Andersen, o bien un lienzo temprano Hiena en Hyde Park, inspirado en un relato.
Su encuentro con Max Ernst y su azarosa vida con el pintor alemán primero en Londres, luego en París y finalmente en Saint.Martin-D’Ardèche fueron unos años de gran efervescencia. Gracias a la ayuda de la madre de Leonora compraron una vieja casa en la localidad francesa, y en ella pintaron puertas y ventanas, algunas se exhiben en la muestra de la Fundación MAPFRE, y ahí también cuelgan fotografías que les hizo Lee Miller en alguna estancia. Y sobre todo la primera versión de Los caballos de lord Candlestick (1938), donde nuevamente el caballo le sirve para expresar a Leonora su rabia contra su padre, al que no volvería a ver tras su huida a Francia.
Su estancia en la capital de Cantabria, Memorias de Abajo: Santander, precedida de una violación múltiple por parte de un grupo de militares del bando nacional, provocaron una crisis nerviosa que hicieron que ingresara en un centro psiquiátrico de Santander, hecho que supuso un antes y un después en su vida y en su obra. El relato que escribió Memorias de Abajo, fruto de sus recuerdos del paso por ese sanatorio junto a varios dibujos y pinturas como Down Below (1940) o posteriormente en Transferencia (1963) fueron algo periódico en su etapa creativa.
La cuarta sala Hacia lo desconocido: Nueva York recoge una serie de obras que reflejan el dolor del conflicto bélico en Europa, su drama como exiliada en Ni hermanos ni hermanas tengo, un dibujo de 1942 o una pieza tan simbólica como Té verde, un óleo que resume el estado de conciencia en el que se encontraba Leonora con imágenes como esa figura enfundada en una piel de caballo y con esa mezcla de paisaje inglés, italiano y el parque del sanatorio santanderino.
En 1943 se trasladó a Ciudad de México y entró en contacto con varios exiliados como Kati y José Horna, Remedios Varo y Benjamin Péret, y poco después conocerá a su segundo marido, el fotógrafo Emerico Weisz. Una época de recuperación de la memoria de su infancia con la mansión neogótica de Crookhey Hall junto a visiones melancólicas de tiempos pretéritos. Hay en la muestra una cuna que hicieron entre ella y José Horna para Norah, hija de este escultor y ebanista, decorada con dibujos de animales del universo de Leonora Carrington, una tortuga gigante, una cabra, caballos y criaturas híbridas que parecen extraídos de Alicia en el país de las maravillas y de las pinturas del trecento y quattrocento.
En Saberes arcanos: alquimia, magia y mito, cuelgan una serie de obras que reflejan su interés por plasmar todo lo que rodea al inconsciente y a los enigmas del ser humano y la naturaleza, pues cree junto a sus amigas Katie Horna y Remedios Varo que la magia es una recuperación de los poderes femeninos prohibidos como se desprende del lienzo Carro de Molly Malone (1975).
La Diosa Blanca, que toma su título del conocido ensayo de Robert Graves, donde Carrington fechó su pintura El buen rey Dagoberto, donde ella se representa como la Diosa Blanca. Todo gira en torno a la recuperación de los diferentes cultos alrededor de las deidades femeninas que habían ido desapareciendo a lo largo de la historia. Tanto el libro de Graves como la pintura de Leonora están fechados en el mismo año, 1948.
Mujeres Conciencia: Feminismo y política resume el interés que desde siempre tuvo Carrington por los derechos de la mujer, siempre atenta a lo que ocurría en Estados Unidos. Obras como Mujeres conciencia (1972), Las Magdalenas (1986) o sus constantes alusiones a la Triple Diosa le sirven para reivindicar y transmitir el papel de la sabiduría femenina a las siguientes generaciones.
La penúltima parte tiene como eje a México, un pueblo donde los rituales hechiceros forma parte de la vida cotidiana, el modo de vivir la muerte, la creencia en los animales guardianes, así como la fascinación por la arqueología mexicana y todo el itinerario por las brujas y chamanes practicando ritos ancestrales.
Y por último, Ser humano, ser animal, esa plasmación donde Carrington representa criaturas mitológicas, híbridas y fantásticas, que apelan a la transformación porque ella nos recuerda que tenemos miedo a que se nos considere animales, que en realidad es lo que somos. En ese proceso desarrolló una conciencia ecologista, muy crítica con el instinto depredador del ser humano que ataca al ecosistema y destruye progresivamente el planeta. La talla Rueda de los caballos, realizada junto a José Horna en 1954 o los tapices que hizo para la casa de Edward James en la selva mexicana de Xititla son una huella de esa preocupación por los animales.