La memoria recobrada de Giacometti en el Guggenheim Bilbao
Hace poco más de dos años la Kunsthaus de Zurich, que cuenta con la colección más importante y completa de obras del escultor, pintor y dibujante suizo Alberto Giacometti ( 1901-1966) tuve ocasión de visitar una pequeña exposición que englobaba algunas piezas de varios de los miembros de la familia Giacometti, de su padre Giovanni, un pintor postimpresionista, y algunas de su hermano Diego (1902-1985), y por supuesto de Alberto y en ella se vislumbraba el universo artístico en el que se formó el hijo mayor de la saga Giacometti, que también tuvo un ejemplo en el hijo pequeño, Bruno, que fue un arquitecto suizo de renombre tras la Segunda Guerra Mundial.
Ahora el Museo Guggenheim Bilbao ha organizado, con la colaboración de la Fundación Giacometti de París y el patrocinio de Iberdrola, la mayor retrospectiva dedicada a Alberto Giacometti en nuestro país, que reúne más de 200 esculturas, pinturas y dibujos de uno de los artistas más influyentes del siglo XX, desde sus comienzos en los años 20 hasta su fallecimiento en París en 1966. Las dos comisarias de la exposición, Caherine Grenier y Petra Joos, con la ayuda de Mathilde Lecuyer-Maillé, han seleccionado este gran conjunto de piezas para admirar el devenir plástico de cuatro décadas y el mundo personal que supo crear Alberto Giacometti desde sus obras tempranas a las finales, así como su evolución e influencias hasta conformar esa visión tan singular de la figura humana, la escala y la memoria.
En la presentación, Juan Ignacio Vidarte, director del Museo Guggenheim Bilbao, destacó que la retrospectiva de Giacometti continúa la programación del Museo dedicada a escultores relevantes del siglo XX como Brancusi, Serra,Chillida o Calder. Por su parte, Rafael Orbegozo, asesor de la presidencia de Iberdrola, entidad que patrocina la exposición, dijo que les satisfacía poder contribuir a que esta muestra se exhiba en Bilbao y anunció que este fin de semana, 20 y 21 de octubre, el público podrá visitar gratuitamente la muestra, iniciativa que ya impulsaron el pasado año con motivo del XX aniversario del Guggenheim Bilbao.
Catherine Grenier, directora de la Fundación Giacometti de Paris, señaló que «a Giacometti le hubiera gustado estar aquí porque este museo transmite» y añadió que la selección de obras en las tres disciplinas revelan un espíritu libre y un acercamiento sentido a la figura humana y su fragilidad. Por último, Petra Joos, apostilló que en el recorrido encontramos ritmos diferentes pero hay una adaptación tanto a las escalas de las piezas de Giacometti al espacio del propio Museo y a las esculturas de Louise Bourgeois o Serra. Y eso es algo que se constata porque el montaje es muy limpio y permite conocer en profundidad los periodos del universo creativo del artista suizo.
A Giacometti le gustaba crear a partir de las personas que le rodeaban, ya fueran su esposa Annette, su última amante Caroline o su hermano Diego con el que compartió estudio y que no solo fue modelo, sino que también le ayudó al ser un experto en la técnica del yeso y otros materiales como la arcilla para que Alberto pudiera hacer esculturas en diferentes escalas. “Desde siempre, la escultura, la pintura y el dibujo han sido para mí los medios para comprender mi propia visión del mundo exterior y, sobre todo, del rostro y del conjunto del ser humano. O, dicho de una forma más sencilla, de mis semejantes y, sobre todo, de aquellos que, por un motivo u otro, están más cerca de mí”. Esa obsesión sobre cómo abordar la figura humana, una constante en su obra, ha terminado siendo un eje fundamental del arte contemporáneo.
La retrospectiva de Alberto Giacometti, que se abre al público mañana y permanecerá abierta hasta el 24 de febrero, ocupa toda la planta segunda del museo bilbaíno y comienza cuando el artista se trasladó a París en 1922 para estudiar con Bourdelle y en esa estancia descubre las piezas de Lipchitz, Laurens, Brancusi y de Picasso, lo que conllevaría que se alejara de una educación más formal para cultivar un estilo neocubista, centrado en la figura humana, aunque influido por la escultura de la Antigua Grecia y el arte no occidental, que tendría su reflejo en una obra maestra, Mujer cuchara, 1927, creada primero en yeso y luego en bronce, hasta mostrar simplicidad y esas formas estilizadas del arte africano, en claro homenaje a la fertilidad. Sin embargo, en esa investigación constante llegó a la abstracción a través de unas esculturas planas de finales de esa década como se observa en esa serie titulada Mujer o en Cabeza que mira, una escultura plana de yeso con una cavidad sutil que sugiere un ojo, apenas perceptible.
En la siguiente sala, la 209, adquiere todo su protagonismo el movimiento surrealista, al que Giacometti abrazó oficialmente en 1931 por lo que suponía como investigación del lenguaje y los sueños que Breton y otros propugnaban, lo que trajo consigo composiciones oníricas e insólitas como se ve en Bola suspendida, 1930-1931; Objeto desagradable, 1931; y un año más tarde en Mujer degollada. Todas ellas abordan temas complejos que nos adentran en el inconsciente y en estados antagónicos de un territorio poco explorado.
La sala 207, contiene una serie de esculturas que evocan las jaulas y la delimitación del espacio, junto con las calles y las plazas. A partir de 1935 se fue distanciando de los surrealistas y retornó al trabajo con modelo, y ahí tanto su hermano Diego como una modelo profesional, Rita Gueyfier, que le hizo ahondar en las técnicas de modelado para conferir a sus esculturas un tono más expresivo.
Sin embargo será a partir de los años de la Segunda Guerra Mundial cuando empezó a crear figuras alargadas, delgadas, con contornos desdibujados pero donde siempre está sugerida la figura humana, porque esa es su visión fiel de la humanidad. Ejemplos de esta década y de estos temas quizá sean La nariz, 1947, todavía ligeramente surrealista, con esa punta de la nariz superando el marco que delimita la obra para asomarse al exterior; Figura entre dos casas, 1950, que está relacionada con el aislamiento y la angustia de existir; y El Bosque, 1950, un conjunto de figuras alargadas, ancladas a una base, que recuerdan a un grupo de árboles en la tierra del bosque, pero que tal vez fueran una reflexión profunda sobre el aislamiento del ser humano aunque esté acompañado de muchas personas.
Y de ahí a las salas 202 y 209 donde encontramos una serie de esculturas minúsculas: aumenta la distancia entre el espectador y las personas representadas. Fue un periodo durante algunos años de la Segunda Guerra Mundial en los que el escultor suizo fue reduciendo el tamaño de sus piezas, en una síntesis de escala, que empezaba a mayor tamaño para luego hacerlas minúsculas porque como el artista dijo: ”Solo lo minúsculo se me antojaba parecido. Lo comprendí más tarde; no se ve a una persona en su conjunto hasta que se aleja y se hace minúscula”.
En esa misma sala 209 se exhiben las figuras alargadas y filiformes que le entroncan con el movimiento existencialista, que también son novedosas en su forma de plasmar el espacio y la distancia entre el artista y su modelo. Ese cambio de escala probablemente mejoró su expresividad sobre la angustia que produjo la guerra. Unos años después, en 1956, representó a Francia, su país de adopción, en la Bienal de Venecia, y para ese Pabellón no sólo llevó obras anteriores sino que creó una serie de obras nuevas, titulada Mujeres de Venecia, ocho esculturas en yeso que son una de sus obras cumbres que sólo se han exhibido en Venecia hace 62 años, en Londres y ahora en Bilbao, tras su reciente restauración.
Una de las preocupaciones de Giacometti siempre fue la investigación de las diferenes escalas que utilizó a lo largo de su carrera. En la etapa surrealista exploró variaciones en la forma y las dimensiones de la base en sus esculturas, que se integraba en dichas formas y también durante la década de los años 40. En la década de los 50 intensificó esa búsqueda como vemos en La pierna, 1957, que recuerda por lo fragmentario a una escultura antigua, en bustos de hombres como en Gran cabeza, 1960; y, sobre todo, en una de sus piezas más emblemáticas, Hombre que camina, 1960, quizá una de las mejores esculturas del siglo XX y que tal vez estaba inspirada en la estatuaria egipcia.
En tres de las salas (202, 203 y 208) se exhiben una faceta menos conocida de Alberto Giacometti como fue su labor como dibujante y pintor. En su pintura, al igual que en su escultura, aparecen las personas más próximas a él como fueron su esposa Annette, su hermano Diego, su última amante y musa Caroline y algunos amigos intelectuales de Montparnasse. En esos retratos, género que más cultivó, les pedía a sus modelos que permanecieran quietos, a veces durante largas sesiones, porque estaba en búsqueda de la semejanza total. La figura y el individuo han sido verdaderos pilares de su obra como también lo fueron en la segunda mitad del siglo XX y en las primeras décadas del siglo XXI.
En los retratos pictóricos Giacometti acumuló sucesivas capas de color lo que confería a los mismos un punto escultórico, pero casi siempre tienen una quietud que sorprende al espectador al incluir fondos terrosos o grises, muchas veces inacabados, dando sensación de cierto aislamiento como en el que pintó de Caroline sentada, 1964-1965, perfectamente delimitado con ejes verticales y horizontales para enmarcar la obra.
Tanto en los dibujos más surrealistas y abstractos de sus primeras décadas como en los que hizo posteriormente en la década de los 50, en los que dibujó a partir del natural, hay una tendencia inequívoca de buscar la verdad en la representación con dos magníficos ejemplos, realizados con bolígrafo sobre papel: Annette desnuda de pie y mujeres de pie en perspectiva, 1955, y en Cabezas de hombres, 1959, de un artista que supo combinar su pasión por la escultura y la pintura. Julián H. Miranda
- En el número 40 (octubre, noviembre y diciembre de 2018) se publica un largo reportaje de la retrospectiva de Giacometti en el Guggenheim Bilbao.