La influencia francesa en España desde el siglo XVII al XIX

La influencia francesa en España desde el siglo XVII al XIX

La influencia francesa en España desde el siglo XVII al XIX


La exposición El gusto francés y su presencia en España. Siglos XVII-XIX, con la que abre 2022 la Fundación Mapfre en su sala de Madrid (del 11 de febrero al 8 de mayo), aborda la presencia e influencia que tuvo en España el arte galo a lo largo de más de doscientos años, entre los siglos XVII, XVIII y XIX, cuando Francia se convirtió en uno las mayores potencias políticas y económicas del mundo, bajo el reinado de Luis XIV y posteriormente de otros gobernantes. A través de más de un centenar de obras, seleccionadas por Amaya Alzaga, comisaria de la muestra, procedentes de más de una treintena de museos, colecciones públicas y privadas, se conforma un friso de cómo la pintura, la escultura, el dibujo, las artes decorativas y suntuarias procedentes del país vecino impactaron en nuestro país.


Como explica la comisaria la exposición se articula en diez secciones y un epílogo en los que se analiza, de una manera cronológica y temática, “el proceso de transferencia, culturización, mestizaje y recepción del arte francés en nuestro país”. Y añade que con esta muestra se “rinde homenaje a un largo y complejo período en que lo francés fue sinónimo no solo de clasicismo en las artes sino sobre todo de distinción, magnificencia y elegancia extrema en el adorno y el vestir de los espacios y sus habitantes”.

El montaje diseñado por Francisco Bocanegra es una escenografía que propicia una visita gozosa y diferenciada, tanto en la elección de las vitrinas, la disposición de las obras como por la iluminación y los colores utilizados en las paredes para resaltar el acontecer histórico de cada uno de los períodos: el azul, el rojo y el verde como símbolos desde finales del siglo XVII a finales del siglo XIX.

Esta influencia de Francia sobre España comenzó en el siglo XVII con la imagen que proyectó un rey absolutista como Luis XIV a los países vecinos y que dotó a su reinado de una imagen muy poderosa. El estilo vino marcado por un tono clasicista, a través de la fundación en París de la Academia Real de Pintura y Escultura (1648), y de las reales manufacturas, que controlan la producción artística de acuerdo con el lenguaje establecido. Aunque este gusto ya permeó bajo el último monarca de los Habsburgo, Carlos II,  esta elegancia  francesa se oficializó a lo largo del XVIII con la llegada de los Borbones al trono español, y se extendió durante el siglo XIX y casi llegó a  principios del XX.

Esta exposición ha supuesto una gran labor de investigación, de búsqueda de obras francesas en el patrimonio español y como explica Amaya Alzaga ha sido muy importante saber cómo llegaron, quiénes las trajeron y en qué momento histórico vinieron. «Hemos querido rendir un homenaje a Francia y ser el capítulo primero de una indagación sobre un escenario que duró, con altibajos, más de doscientos años de lo que se consideró el buen gusto para varias generaciones».

Charles y Henri Beaubrun. María Teresa de Austria y el Gran Delfín de Francia, ca. 1664. Óleo sobre lienzo, 225 x 175 cm. Museo Nacional del Prado. (nº inv. P002291). © Archivo Fotográfico. Museo Nacional del Prado. Madrid
Jean-Baptiste-Siméon Chardin. Bodegón con almirez, cántaro y caldero de cobre, ca. 1728-1732. Óleo sobre lienzo, 32,5 x 39 cm. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid. [nº inv. 118 (1930.14)]. © Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Madrid

Durante ese largo período numerosos coleccionistas, tanto de la realeza como nobles y aristócratas, comenzaron a comprar o encargar pinturas, esculturas, artes suntuarias, moda o dibujos realizados por artistas franceses. Lo que venía de la corte francesa tenía un halo de prestigio que impresionó a muchos de los amantes del arte durante esos siglos de canon francés. Un ejemplo muy característico de finales del siglo XVIII y durante parte del XIX fue la consolidación del retrato como un género dominante por la gran demanda que tuvieron, ya que servían para afianzar la posición social, política o profesional de los retratados.

Sin embargo, a mediados del siglo XIX, España seguía admirando a Francia pero también supo atraer la atención de numerosos escritores y pintores, no solo del país vecino sino de otros más alejados como el Reino Unido y de otras naciones, gracias a la visión romántica que de nuestro país tenían y a la mirada que autores tan innovadores como Manet tuvieron de nuestro Siglo de Oro de la escuela española, partiendo de las enseñanzas de nuestros maestros, al representar la vida contemporánea a partir de Velázquez y Goya, entre otros representantes de la gran tradición española.

Aunque durante las décadas de 1630 y 1640, bajo el reinado de Luis XIII, confluyeron en una edad de oro para la pintura francesa, lo que animó el mercado del arte. Tras su muerte, Ana de Austria, hermana de Felipe IV, mantuvo el mecenazgo artístico de su marido Luis XIII. No sería hasta la llegada de Luis XIV (el Rey Sol) cuando Francia confirmó su primacía como primera potencia mundial y eso hizo posible que por un lado se proyectará su poder absoluto y a la vez el arte ayudaba a tejer alianzas mediante enlaces matrimoniales e intercambio de objetos artísticos. Dos buenos ejemplos que se pueden admirar en la exposición son un composición de Charles y Heni Beaubrun en la que se puede ver a María Teresa de Francia y el Gran Delfín de Francia o un retrato ecuestre de Jean Nocret con protagonismo del Gran Delfín de Francia, realizado hacia 1665. Sin olvidar el san Juan Bautista pintado por Pierre Mignard en 1688, encargo realizado por Felipe de Orleans para el rey Carlos II, o un buen paisaje de Claudio de Lorena.

En 1700, con entronización de Felipe V, se instauró en España la dinastía de los Borbones. El monarca, de origen francés, quiso traer a la corte española lo que conoció en Versalles y París. Inició el Buen Retiro, renovó el interior del Alcázar y emprendió la construcción del palacio y jardines de la Granja de San Ildefonso, en Segovia. Para proyectar su imagen buscó a pintores galos de prestigio. En 1715 llegó a la corte española el pintor Michel-Ange Houasse, del que se exhiben un dibujo y un óleo, al que sucedió Jean Ranc. En 1735 Louis-Michel Van Loo sustituyó a Ranc y se convirtió en el primer pintor del rey, así como en director de pintura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, fundada en 1752. De su mano salió un retrato de María Antonia Fernanda de Borbón, infanta de España (1737) que también cuelga en la muestra.

El cénit de la cultura francesa quizá coincidiera en la época de Carlos IV, nieto de Felipe V. El interés de este monarca por la pintura, escultura, el mobiliario y las artes suntuarias se manifestó relativamente pronto en su reinado, que se sintió atraído por diferentes objetos de lujo franceses: sedas, bronces, ebanistería y sobre todo la pasión que tuvo por los relojes, acrecentada por el conocimiento del relojero de cámara, François-Louis Godon. Y hay que destacar que la miniatura francesa fue uno de los géneros pictóricos preferidos por la aristocracia española.

La Revolución Francesa trajo consigo cambios profundos, donde la sociedad monárquica y absolutista dio paso durante los años de Napoleón a otra donde la nobleza y la aristocracia tuvieron un mayor protagonismo. Durante los años del imperio napoleónico se desarrolló un cierto neoclasicismo sobrio como se observa en algunos ejemplos de moda presentes en la muestra como ese traje masculino de lino y seda con casaca o en ese otro vestido de mujer estilo Imperio, ambos inspirados en la austeridad de la antigua Roma. Ese reflejo también alcanzó a la pintura como vemos en una escena costumbrista de Jean-Démosthène Dugourc, y en El retrato de María Elena Palafox, marquesa de Ariza (ca. 1815), realizado por  François-Xavier Fabre en la campiña italiana, que revela un ángulo pintoresco, aunque más bucólico y refinado. Y mencionar ese exquisito dibujo de Jean Auguste-Dominique Ingres, al fijar la imagen del Príncipe Achille Murat (1814).

Jean-Honoré Fragonard. El sacrificio de Calírroe, 1765. Óleo sobre lienzo, 65 x 81 cm. Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid. (nº inv. 0710). Foto © Pablo Linés
Anicet-Charles-Gabriel Lemonnier. Doña María de los Dolores Leopolda Cristina de Toledo y Salm-Salm, duquesa de BeaufortSpontin, con sus hijos, ca. 1789. Óleo sobre lienzo, 128 x 95 cm. Colección Duque del Infantado. Foto © Pepe Morón
François-Louis Godon y Joseph Coteau. Reloj de La Fuerza y la Prudencia, ca. 1795-1800 Mármol, bronce, oro, porcelana, metal, 75 x 53 x 17 cm. Colecciones Reales. Patrimonio Nacional, Palacio Real de Madrid (nº inv. 10137846). © Patrimonio Nacional, Palacio Real de Madrid

Los años de expansión de Napoleón por Europa y norte de África durante el siglo XIX tuvo un poder transformador, primero por la Guerra de la Independencia (1808-1814), lo que supuso un cambio de paradigma en la visión de España que se tenía hasta entonces. Dentro del ejército francés que invadió España había pintores que captaron tanto escenas de batallas como también retratos. Esos cuadros provocaron que unos años después, hacia la década de los años 30 del siglo XIX, llegaran a España artistas románticos atraídos por lo pintoresco del paisaje y por las costumbres españolas. Uno de ellos fue Eugène Delacroix, quien llegó a Cádiz en 1832, junto a otros menos conocidos como Adrien Dauzats y Henri-Pierre-Léon Pharamond Blanchard. Todos ellos generaron un abanico de tipos españoles: mendigos, gitanos, bandoleros y vagabundos, sobre todo. Este gusto por lo español coincide en el tiempo con el reinado de Luis Felipe de Orleans (1830-1848), que ansiaba hacerse con una Galerie espagnole para el Louvre aprovechando la inminente desamortización de Mendizábal.

Más adelante otras personalidades como Antonio de Orleans, duque de Montpensier y de Galliera, y Eugenia de Montijo ahondaron en esa idea romántica de España. Antonio de Orleans y su esposa, la infanta Luisa Fernanda, hermana de Isabel II, constituyeron en Sevilla una corte paralela a la de Madrid, a la que Isabel II se refería despectivamente como la «corte chica». Desde su palacio de San Telmo, los duques ejercieron un profuso mecenazgo que incluyó tanto a artistas españoles como a franceses como Alfred Dehodencq, admirador de Velázquez, cuyas obras de temas españoles precedieron a la realizada posteriormente por Gustave Doré.

Madrid también sucumbió a la atracción por los productos franceses, ya que la capital española seguía muy de cerca todo lo que París proyectaba.  En la corte española se puso de moda la ostentación del París del II Imperio. Eugenia de Palafox Portocarrero de Guzmán y Kirkpatrick, conocida popularmente como Eugenia de Montijo, futura esposa de Napoleón III, había nacido en 1826. Se crio en París y ejerció de puente del gusto entre un país y otro.

Como epílogo de esta ambiciosa exposición cuelgan tres joyas que ya preludian la modernidad a partir de la gran pintura española: Uvas e higos (1864), bodegón de Monet; Armero, una escena en claroscuro de Théodule-Augustin Ribot realizada en 1860; y Jarrón de alhelíes blancos (1872), óleo delicado de Henri Fantin-Latour. En esas tres obras ya hubo un cambio en la mirada artística, interesada en lo que se hizo en España, como camino imprescindible al arte moderno en el último tercio del siglo XIX.

Alfred Dehodencq. El duque de Montpensier con su familia en los jardines de San Telmo, 1853. Óleo sobre lienzo, 175 x 135 cm. Colección particular. Foto © Pablo Linés
Gustave Doré. Los vagabundos, ca. 1868-1869. Óleo sobre lienzo, 197 x 95 cm. Museo de Bellas Artes de Bilbao. (nº inv. 20/217). © Bilboko Arte Ederren Museoa-Museo de Bellas Artes de Bilbao
William-Adolphe Bouguereau. La pequeña Ofelia, 1875. Óleo sobre lienzo, 54 x 45,7 cm. Colección particular