La emoción de William Kentridge
El artista sudáfricano William Kentridge (Johannesburgo, 1955) es un creador total, que aúna en sus composiciones una gran sensibilidad política y una serie de cuestiones filosóficas de nuestro tiempo, junto a un profundo conocimiento de disciplinas tan variadas como el dibujo, el cine, la coreografía, la animación artesanal o la escenografía. Se mueve con facilidad en el bitono (blanco y negro), característico del cine clásico pero también con muchos de los elementos del dibujo como el grafito o la tinta.
A lo largo de su carrera ha expuesto en los museos de arte contemporáneo más relevantes y aún recuerdo su exposición hace dos años y medio en el Museo Reina Sofía de Madrid, que coincidió con la entrega del Premio Princesa de Asturias de las Artes en octubre de 2017. Antes había recibido el prestigioso Premio Kyoto en 2010. Ahora el Museo Guggenheim Bilbao, en colaboración con la Fundación Sorigué, ha presentado en su sala Film & Video, espacio dedicado al videoarte, tres piezas del creador sudafricano, seleccionadas por Manuel Cirauqui. Recuerdo también con emoción un par de obras mostradas en esa sala como The Clock, de Christian Marclay, y The Visitors de Ragnar Kjartansson.
La sala 103, donde se desarrolla el programa Fill & Video, permitirá cuando el Guggenheim Bilbao abra de nuevo sus puertas tras la crisis del COVID 2019, que los visitantes puedan acercarse a las tres instalaciones audiovisuales de Kentridge, englobadas en el título genérico de 7 fragmentos, que son un homenaje evocador del creador francés Georges Méliès, innovador y pionero de la cinematografía moderna, a la vez que traza un autorretrato onírico y una detallada descripción de su estudio y de su proceso de trabajo. Filmada en blanco y negro como seña de identidad, en la instalación combina imágenes reales del artista y dibujos realizados con su característica técnica de stop motion. Kentridge realiza dibujos a carboncillo, los muestra a cámara, borra algunas partes y vuelve a dibujar; cada imagen de la animación final conserva las borraduras de las versiones anteriores, lo que supone una reflexión sobre la confección y desaparición de las imágenes como momentos que están fuertemente vinculados.
Mientras que en la primera pieza 7 Fragmentos para Georges Méliès, creada en 2003, el artista trabaja en su estudio e interactúa con algunos de sus dibujos animados en su estudio, que termina convirtiéndose en un microcosmos donde desarrolla su creatividad cotidiana, en Día por noche (2003), nos remite a los experimentos de Meliès con la inversión del negro en blanco del negativo cinematográfico. En esta película capta una invasión de hormigas en el piso del artista, que primero siguen un reguero de azúcar, más tarde se dispersan y de nuevo se vuelven a reunir en formación, lo que las convierte en inesperadas protagonistas secundarias de la obra. La pieza, impresa en negativo, contiene imágenes que sugieren el efecto de una nube de estrellas.
La última obra de la instalación, Viaje a la Luna (2003), constituye un homenaje un siglo después a la obra maestra homónima de Méliès realizada en 1902. La banda sonora original fue compuesta por Philip Miller y como en otras piezas de Kentridge llena el espacio de la sala hasta lograr una obra total como en muchos de los proyectos musicales y operísticos en los que ha participado el creador sudafricano. En las imágenes le vemos deambular otra vez por su estudio e imaginar diferentes acciones creativas; llega a crear un efecto ilusionista cuando parece que varias hojas de dibujos vuelan a sus manos, una experiencia visual y onírica al mismo tiempo. No en vano, al usar la fotografía inversa, Kentridge está siguiendo las técnicas del gran maestro francés: el movimiento inverso, la animación, el corte y el fundido, lo que confirió un aura mágica no conocidas a comienzos del siglo XX. Julián H. Miranda.
- Hasta el 14 de junio (cuando se reabra el Museo Guggenheim Bilbao)