González y Picasso, dos titanes de la escultura del siglo XX en la Fundación Mapfre
La colaboración entre Julio González (Barcelona, 1876-Arcueil, 1942) y Pablo Picasso (Málaga, 1881- Mougins, 1973), a finales de la década de los años 20 y los primeros años 30, dio como resultado un hito en el terreno escultórico: la «invención» de la escultura en hierro y algunos de los primeros pasos de la abstracción en el sendero escultórico. Ahora la Fundación Mapfre presenta en su sala madrileña Julio González, Pablo Picasso y la desmaterialización de la escultura, primera exposición en España de las actividades programadas con motivo del cincuentenario de la muerte del genio malagueño acaecida en 1973, que patrocina Telefónica en nuestro país.
Comisariada en la génesis del proyecto por Tomás Llorens (Almazora, Castellón, 1936- Denia, Alicante, 2021) y hasta su muerte junto a su hijo Boye Llorens, la muestra reúne 170 obras, entre pinturas, esculturas y dibujos, no sólo de Julio González y Picasso, sino también de creadores del siglo XX como Isidre Nonell, Gargallo o Lipchitz, entre otros. En ella se analiza cómo un hecho de esta envergadura no fue algo puntual ni espontáneo sino consecuencia de un proceso que según Tomás Llorens «respondía a un impulso de transparencia y desmaterialización que agitaba. de diferentes maneras, la creación artística de finales de los años veinte y comienzos de los treinta».
Las obras reunidas proceden de grandes museos e instituciones nacionales e internacionales como el Reina Sofía, el Picasso Barcelona, el Thyssen de Madrid, el Bellas Artes de Bilbao, el IVAM, la Tate, la Staatsgalerie de Stuttgart, el Hisrhhorn de Washington o el Museo de Filadelfía, pero sobre todo del Museo Macional Picasso de París y de la Administración González, así como de diferentes colecciones particulares, que permiten una mirada a los antecedentes y logros de la colaboración de dos artistas independientes que supieron construir una nueva línea en la escultura contemporánea. El arco temporal de la muestra abarca desde la primera década del siglo XX hasta el primer tercio de los años 40, con últimas obras de Julio González, poco antes de su fallecimiento, y algunas de Pablo Picasso de ese mismo período. La muestra permanecerá abierta desde el 23 de septiembre al 8 de enero de 2023.
Nadia Arroyo, directora del Área de Cultura de la Fundación Mapfre, dijo que la temporada 2022-2023 arrancaba con dos exposiciones importantes como son la retrospectiva de Ilse Bing y la de Picasso y Julio González. Subrayó que esta última era un homenaje póstumo a Tomás Llorens, uno de los grandes historiadores españoles de las últimas décadas y que este proyecto nacido en 2019 quería arrojar una nueva mirada a la colaboración que unió a Julio González y Pablo Picasso para el devenir de la escultura en hierro.
Por su parte. Boye Llorens manifestó emocionado que este fue el último gran proyecto de su padre en un tema que le ocupó muchos años previos a la puesta en marcha del proyecto. Aunque la exposición se divide en ocho secciones para Boye Llorens se podrían condensar en tres: la Barcelona modernista con el reflejo que el miserabilismo reflejado en pintores de ese período y de cómo se difuminaron las fronteras entre las bellas artes y las artes decorativas; el período de la colaboración entre 1928 y 1932 de los dos creadores, con el influjo de la arquitectura moderna; y el tercer bloque a partir del Pabellón Español de 1937, bajo los ecos de la Guerra Civil y posteriormente de la Segunda Guerra Mundial. donde los dos con su singularidad tuvieron inquietudes afines a la hora de oponerse a la barbarie de esos conflictos bélicos.
El recorrido se estructura en ocho secciones y comienza con una introducción titulada, Picasso 1942: Homenaje a Julio González, entre las que cabría destacar dos naturalezas muertas, que para el artista malagueño, representaban ‘la muerte de González’ como esa impactante Cabeza de toro, óleo datado en 1942, y que hoy pertenece a la Pinacoteca de Brera, una vanitas y un homenaje póstumo tributado a su amigo y a su obra, en ese modo de plasmar la pureza estructural del cráneo pintado, que nos retrotrae a algunas de las formas escultóricas de Julio González. Y cómo no otra escultura del mismo título que realizó Picasso, en la que ensambló el manillar y el sillín de bicicleta, que subrayan de nuevo la amistad, el respeto y admiración que se dio entre ambos artistas, solo interrumpido por el prematuro fallecimiento del escultor catalán.
El segundo capítulo, Picasso, González y el Modernismo catalán tardío (Barcelona, c.1896-1906) analiza el impacto que tuvo este movimiento en la obra de pintores como Isidre Nonell o escultores como Carles Maní, habitual colaborador de Gaudí, pero sobre todo en la de dos jóvenes artistas como González y Picasso. En ella se introduce la reflexión y una selección de piezas en una vitrina de artes decorativas del taller de de Concordio González, tiradores y manivelas de Gaudí, y sobre todo cómo todos ellos estaban atentos a reflejar los problemas sociales que la modernidad conllevaba. Aquí se exhiben óleos como Dos gitanas de Nonell, Los miserables (Pobreza) del período azul de Picasso, Campesina con cabra (1906) de Julio González, o la escultura en yeso, Los degenerados de Mani, acuarelas y dibujos de Julio González y de Picasso con especial atención a la maternidad. Poco años después González y Picasso se enemistaron y ambos decidieron instalarse en París, donde el segundo triunfó rápidamente y el primero fue reconocido de algún modo tras finalizar la Primera Guerra Mundial, aunque su verdadera dimensión plástica fuera valorada tras su fallecimiento.
El contexto y los precedentes de la desmaterialización de la escultura son relevantes para comprender mejor la exposición. Aquí se analiza con las piezas expuestas un período de siete años, de 1918 a 1925, en el que González se acercó al cubismo y fue influido por artistas como Ozenfant, Gleizes, uan escultura cubista de Laurens o una naturaleza muerta de Juan Gris. Todo ese caudal le llevó a investigar alrededor de la escultura metálica y a la desmaterialización de los volúmenes.
El cuarto capítulo aborda La desmaterialización de la tradición cubista (París, c 1924-1930), en torno a un término que subrayaba Tomás Llorens, la ‘transparencia’, que comenzaba a afectar a la escultura, tanto en la obra de Gargallo, del que se exhiben tres esculturas, un yeso de Giacometti o dos piezas de Lipchitz, pero también una escultura cubista de Picasso, La Guitarra, 1924, con esa tendencia a desmaterializar los volúmenes, algo común a una forma escultórica trabajada posteriormente por Julio González, El arlequín (1930) donde no había ni masas ni volúmenes cerrados.
Uno de los momentos más emocionantes de la exposición es observar las obras que resumen la colaboración de Julio González y Pablo Picasso, entre 1928 y 1932. A Picasso le habían encargado el monumento al poeta Apollinaire a mediados de esa década. El malagueño hizo varios dibujos preparatorios pero finalmente el resultado fue Figura: proyecto para un monumento de Guillaume Apollinaire, 1928, hecha con alambre y chapa, una especie de jaula estrecha y alta, a modo de barrotes en miniatura, donde coexistieron la fuerza creativa de Picasso con el dominio técnico de Julio González, que tenía tras de sí una tradición de orfebre. Además un año más tarde, ambos abordaron una de las esculturas más importantes del pasado siglo, Mujer en el jardín, donde retomaron la idea de la esfinge, con un solo ojo y cabellera al viento, que Picasso concluyó pitándola de blanco en 1930. Mas adelante haría otra en bronce forjado, con el mismo título, que hoy se conserva en el Museo Reina Sofía. Y resaltar Mujer llamada ‘Los tres pliegues’ (1931-1932), de Julio González, a base de hierro forjado y soldado, que hoy pertenece al Museo de Bellas Artes de Bilbao. La destreza para pintar la forma en el espacio.
Entre 1930 y 1932, tanto Julio González como Pablo Picasso siguieron trabajando independientemente en sus estudios. El primero explorando la escultura metálica donde alternó cierto realismo con el primitivismo, gracias a lo aprendido con el cubismo tardío, inclinándose por formas planas y lineales como El beso I (1930), una escultura innovadora como en Deslumbramiento (Personaje de pie), 1932, o dos años más tarde por Gran Maternidad. Mientras Picasso instaló su taller de escultura en Boisgeloup y prefirió centrarse en los volúmenes, en las formas rotundas y en lo matérico como se observa en Cabeza de mujer, Boisgeloup, 1931-1932, un bronce inspirado en Marie-Thérèse Walter, de ecos neolíticos.
Y como colofón de la muestra, la huella que les dejó a los dos las dos guerras consecutivas, la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial, un momento muy crítico para millones de personas y que supuso también una inflexión en la trayectoria de ambos artistas. Fueron los años en que Picasso pintó Guernica, su serie de mujeres llorando o El hombre del cordero, una escultura realizada durante la ocupación alemana de París en 1943, algo que le une a varias piezas de Julio González, sus dibujos de Mujer gritando, 1941 o esculturas como Cabeza de Montserrat gritando II, Pequeña Montserrat asustada y Hombre cactus I. Todas estas piezas de Picasso y González muestran la respuesta de ambos hacia la barbarie de lo que acontecía en Europa.