Chirino, el artista que dominó el fuego y el hierro
Esta semana ha fallecido a los 94 años el gran escultor canario Martín Chirino (1925- 2019), prácticamente el último de los artistas de su generación que quedaba vivo.
En julio del año pasado tuve la oportunidad de visitarle en su casa-estudio de Morata de Tajuña junto a Soledad Liaño y Mateo Maté gracias a la invitación de Jesús María Castaño, Director de la Fundación Martín Chirino de las Palmas de Gran Canaria.
Lo encontramos físicamente regular pero en plenitud de sus facultades mentales. Recordó con todo lujo de detalles su época de artista residente en Estados Unidos y su etapa al frente del Círculo de Bellas Artes de Madrid en aquella época de efervescencia cultural que se produjo durante los primeros gobiernos de Felipe González.
Allí, a la sombra del retrato fotográfico que le hizo Alberto Schommer, el artista nos regaló historias y opiniones de lo más interesante –muchas de ella inéditas– sobre el arte y los artistas contemporáneos. Nos obsequió también con sus últimos catálogos dedicados y firmados con esa rúbrica en espiral tan característica de él.
No estaba en condiciones de bajar a la forja, pero Jesús nos acompañó a un itinerario sugestivo, incluido el estudio abierto al campo, al campo abierto de Guadalajara a pocos metros de las trincheras y de los recuerdos de la Guerra Civil.
De Martín Chirino me interesa destacar no solo al artista que dominó el fuego y el hierro ni al autor de las grandes obras que admiramos en los espacios públicos de muchas ciudades, sino también al académico y al artista de profunda y extensa formación. Hay grandes artistas, sobre todo pintores, autodidactas, por ejemplo Balthus, tan de actualidad ahora con la exposición de Madrid. Sin embargo, quizá sea en los escultores en los que más se aprecia ese rigor formal y esa cualidad pedagógica que difícilmente se adquiere sin haber pasado por la educación académica. No podemos olvidar tampoco el espíritu marino y atlántico de este gran canario que, junto a Millares, Padorno y otros, trajo a la península allá por los lejanos 50 el espíritu avanzado de la modernidad envuelto en los alisios, los paisajes secos y las luces primitivas de sus islas. Un espíritu que nunca le abandonó y que seguía inspirando su obra más reciente, la que hace nada ha triunfado en ARCO y en la galería Marlborough. Rafael Mateu de Ros. Abogado