El Prado exhibe el otro Tesoro del Delfín

El Prado exhibe el otro Tesoro del Delfín

El Prado exhibe el otro Tesoro del Delfín

Nuestra primera pinacoteca conserva una de las colecciones suntuarias más destacadas del mundo: los estuches del Tesoro del Delfín. Por primera vez se exponen, en la Sala 60 del edificio Villanueva, 101 de los 124 estuches que han llegado hasta nuestros días de aquel magnífico conjunto. La muestra podrá visitarse hasta el 13 de septiembre.


Hyacinthe Rigaud (copia). Luis de Francia, el Gran Delfín. Óleo sobre lienzo. 103 cm diámetro. Museo Nacional del Prado, Madrid ©Museo Nacional del Prado.

Durante la segunda mitad del siglo XVII, Luis XIV y su heredero, el Gran Delfín Luis, formaron sus correspondientes colecciones artísticas. El lujo y la ostentación fueron la nota predominante, pues estas debían servir de espejo en el que se reflejase la magnificencia de Francia y de su familia real ante las demás cortes europeas. Entre los objetos que compusieron sus colecciones, los vasos de cristal de roca y piedras duras, engastados con gemas y otros materiales preciosos, jugaron un papel primordial, no solo por su alto coste económico, sino por el papel que jugaron como elemento de exhibición en las grandes ceremonias.

En un claro ejemplo de emulación hacia su padre, Luis de Francia (1661-1711) adquirió piezas antiguas en el mercado y también en testamentarías. A ellas sumó algunos encargos de nueva factura y también regalos. Todo este abundante conjunto de arte lapidario es el que hoy se conoce como El tesoro del Delfín. Cuando falleció en 1711, su hijo Felipe ostentaba ya el trono español gracias a la hábil política de su abuelo. Felipe V recibió parte de la herencia paterna en forma de un conjunto de piezas de su colección, seleccionadas por el propio Luis XIV, que fueron embaladas en 1715 y llegaron a Madrid un año después. En total, el monarca español recibió ciento treinta y cinco vasos y treinta y tres agrupados en nueve conjuntos, que acabaría exponiéndose en el palacio de La Granja de San Ildefonso.

A ese rico conjunto, que ha llegado muy mermado y que en la actualidad conserva el Museo del Prado, se le ha prestado especial atención. En 2001, Leticia Arbeteta publicó el catálogo razonado y, más recientemente, el Tesoro ha ocupado un nuevo espacio expositivo donde puede admirarse.

Pero existe otro núcleo estrechamente vinculado a él, el de los estuches que albergaron las piezas y que, además, se han conservado casi en su totalidad. Estuvo depositado en el Museo de Artes Decorativas desde 1935 hasta 2017, y aunque también ha sido objeto de estudio durante las últimas décadas, con esta exposición obtiene la entidad y la importante que merece.

En efecto, si hay algo que convierte en única a la colección lapidaria del Museo del Prado, son precisamente sus estuches. La mayoría de ellos fueron realizados en París a finales del siglo XVII por encargo del Gran Delfín. Otros datan de la misma época que las piezas que albergan, por lo que posiblemente se trate de los contenedores originales y por tanto fueron realizados en el mismo taller. Los estuches –algunos de ellos muy lujosos–, no solo preservaban las obras, sino que permitían trasladarlas con seguridad y facilitaban su recuento en los guardajoyas de los palacios, al ser fácilmente reconocibles porque se adaptaban a sus formas y diseño.

Cada uno de ellos se desmonta generalmente en dos partes que se unen por un sistema de aldabillas metálicas. Tienen un alma de madera y el interior está forrado de paño de lana roja o, en ocasiones, de gamuza, seda o terciopelo. Junto a un pequeño grupo cuyo exterior presenta telas ricas como brocado o terciopelo, una gran parte de ellos se recubre por un tipo de fina piel teñida de rojo, satinada y lustrosa, denominada tafilete, tal como ya recogían los inventarios históricos. Están además decorados, en su mayoría, con motivos dorados, principalmente lises y delfines, en ocasiones con el escudo del Gran Delfín, e incorporan a veces los collares de las órdenes francesas de San Miguel y del Espíritu Santo.Varios de ellos tienen en la base diversos motivos decorativos que podrían identificar sus posibles autores, talleres o coleccionistas. El más frecuente es una mosca, aunque en ocasiones aparecen lises, gallos, florones y otros elementos, e incluso una figura alada.

Estuche para vaso de cristal en forma de águila Italia, posiblemente Milán, 1650? – antes de 1689 Madrid, Museo Nacional del Prado.
Imagen de la sala de la exposición Foto © Museo Nacional del Prado.

Ahora, este singular conjunto podrá admirarse hasta el 13 de septiembre en la Sala 60 del edificio Villanueva. En dos vitrinas complementarias se exhiben, por un lado, varios estuches abiertos, junto a la pieza que protegen, lo que permite al visitante apreciar los detalles de su diseño. Por otro, se muestran una serie de estuches en una posición inusual, boca abajo, para descubrir lo que nunca es visible, la decoración que aparece en la base con motivos que podrían identificar posibles autores, talleres o coleccionistas El proyecto expositivo ha corrido a cargo del Área de Conservación de Escultura y Artes Decorativas del Museo del Prado, que dirige Leticia Azcue Brea.

Estuche para jarro de pico en cristal Paris, 1690-1711. Madrid, Museo Nacional del Prado.
Estuche para copa abarquillada de ágata con sirena alada París, 1690-1711 Madrid, Museo Nacional del Prado.
Estuche para vaso de ágata con banda central de camafeos. París, después de 1688. Madrid, Museo Nacional del Prado.