El mundo de Alex Katz en el Thyssen
Hoy se ha presentado en el Museo Thyssen-Bornemisza una retrospectiva del pintor norteamericano Alex Katz (Nueva York, 1927), que incluye 35 óleos de gran formato, a los que se unen algunos estudios, todos ellos seleccionados por Guillermo Solana, director artístico del museo y comisario de la exposición, que permitirán desde mañana y hasta el 11 de septiembre que el público se acerque a los temas abordados por este pintor figurativo a lo largo de seis décadas. En el acto estuvieron presentes el artista, acompañado de su hijo Vincent y su nuera Vivien, así como Borja Thyssen y su esposa, que han adquirido un óleo de Katz pintado en 2016, que se exhibe en la muestra y que cederán para que lo puedan ver los visitantes cuando se clausure la exposición.
La muestra cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid y el arco cronológico que abarca es desde finales de los años 50 hasta hace cuatro años, en 2018, pues no en vano Alex Katz sigue todavía en activo con sus 94 años. En el recorrido planteado por el comisario se pueden ver los grandes temas, desde los retratos individuales en gran formato, los retratos múltiples y de grupo, junto a sus grandes y sugerentes paisajes de vivos colores, esas flores en primer plano tan gratas para la contemplación de los aficionados al arte, o sus ‘cutouts’- cabezas pintadas-, con esa Green Table (1996), una mesa grande con 17 cutouts, lo que confiere una tridimensionalidad a su pintura gracias a esos recortes del dibujo montados sobre madera. En un período tan largo se puede observar su evolución temática y una innovación constante en su carrera.
En las diferentes salas cuelgan obras decisivas en la producción de Alex Katz, desde su conocida Red Smile, datada en 1963, que procede del Whitney Museum, Round Hill (1977), de la colección de Los Angeles County Museum of Art; The Cocktail Party ( 1965), Ted Berrigan (1967) y Blue Umbrella # 2 (1972); y Red Coat (1982) del MET y Black Hat#2 (2010) de la Albertina de Viena. Además de estos cedentes de obra se podrían destacar a otros dos museos, el MoMA de Nueva York y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid. Algunos coleccionistas privados también han cedido composiciones tan relevantes como The Black Jacket (1972) con su maestría para retratos múltiples; y el lirismo que desprende Woods (1991) con esa paleta de grises y verdes.
Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza, dijo que la retrospectiva dedicada a Katz nace de una ausencia, ya que hasta ahora no tenían ninguna obra en la colección del museo, algo que gracias a la compra de Borja Thyssen y cesión de Vivien, se podrá paliar para que los visitantes puedan ver este óleo tras la clausura de la muestra. Y añadió que a pesar de las dificultades – se tenía que haber inaugurado en julio de 2020- por la pandemia y el encarecimiento de los gastos de transporte se ha podido presentar ahora por la colaboración de numerosas personas e instituciones, incluido el artista y su familia, que han contribuido con su esfuerzo a esta exposición.
Por su parte, Asunción Cardona, subdirectora general de Bellas Artes de la Comunidad de Madrid, subrayó el compromiso de la Comunidad de Madrid en apoyar proyectos culturales de calidad como esta exposición que permita un acercamiento de miles de personas a uno de los grandes pintores norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX.
Por último, Alex Katz, vestido con una chaqueta blanca y camisa negra con corbata como algunos de los músicos de jazz que admira, se mostró conforme con la selección de las obras y agradeció la ayuda de su familia para hacer posible la retrospectiva y que él pudiera seguir pintando. Explicó que vive en el presente y cree que la Covid nos ha aislado más, que sigue pintando casi todos los días y experimentando para encontrar nuevos hallazgos y que las cosas tengan sentido. Respecto a Vivien (2016), cuadro adquirido por Borja Thyssen, afirma que es uno de los mejores de esa serie dedicada a su nuera- su nueva musa tras la muerte de su esposa Ada-, a la que capta en cinco versiones como si fuera una especie de secuencia animada.
Quizás por lo que sea más conocido este hijo de inmigrantes rusos, formado en el Woodrow Wilson y en el Cooper Union de Manhattan, haya sido por una retratística singular, tanto de personas solas o en grupo como en los formatos que elige pra representar a sus modelos, muchos de ellos amigos de Katz y a su musa, Ada del Moro, segunda esposa del pintor y a la que ha dedicado más de un millar de obras.
En la primera sala de retrospectivacuelgan cinco pinturas y ya se ve su forma de utilizar los fondos planos, muchas veces monocromáticos, donde la figura separada del fondo y sin referencia espacial llama la atención. La protagonista es Ada, desde ese retrato doble Ada Ada, vestida de azul, pintado en 1959; el estudio y la obra final de The Red Smile (1963); A la cabeza abajo (1965) y un retrato de Ted Kerrigan (1967), muchos de ellos con encuadres ajustados, que le llevan a recortar algunas partes del rostro.
Otra arista en la que profundizó Katz fue en la exploración que hizo de los retratos múltiples con la misma modelo en diferente posado, algo abordado en la fotografía o incluso en pintores antiguos como Lorenzo Lotto, pero que quizás recuerde la hoja de contactos en fotografía o los fotogramas en cine como vemos en The Black Jacket (1972) con cinco imágenes de la misma persona en varias posiciones, o más recientes las que hizo de Nicole 1 o Vivien, ambas de 2016, en la penúltima sala.
Alex Katz como buen observador también ha querido dejar constancia de su forma de captar la interacción social en los grupos para reflejar grupos de pintores, poetas, críticos o fotógrafos cercanos como en The Cocktail Party (1965), que están compartiendo una velada en su loft para plasmar una parte de la vida artística de Nueva York, con esas luces de neón, que destellan más allá de los ventanales. Eso mismo le llevó a reflejar en Round Hill (1977) a un grupo de personas tomando el sol en la playa, entre ellos su esposa y su hijo Vincent.
Aunque hace siete años el Guggenheim de Bilbao le dedicó una muestra a los paisajes de Katz, en esta retrospectiva no podía faltar una buena selección de sus grandes paisajes con los que logra envolver al espectador en la pintura. En piezas como Woods (1991) alterna árboles torcidos y rectos, gruesos y delgados, y sabe usar la luz a través de las hojas para crear profundidad e introducir los claroscuros, mientras en Gold and Black II (1993) las ramas y el tronco se integran con el fondo amarillo y en Apple Blossoms (1994) recuerda a la figura de Jason Pollock. Le atrae la evolución de la luz y reflejarlo en Orange and Black (2008) o en Sunset #6 (2008), aunque también dedica un homenaje a Monet.
En esa línea Katz se sintió atraído por pintar primeros planos de flores, bien solas o en ramos, como la delicadeza que logró en White Lilies (1966) y en Rose Bud (1967, ejemplos de una investigación constante que desprenden verosimilitud y un espacio para estudiar el movimiento. Esa tendencia la ha tenido en dos períodos diferentes, la década de los 60 y la de comienzos del siglo XXI.
Y en la última sala una obra maestra de 1982, cedida por el MET, Abrigo rojo, y Green Table (1996), una mesa de madera alargada en la que se presentan 17 cabezas pintadas o cutouts, una práctica que Katz comenzó a finales de la década de los 50, donde recortaba el dibujo que había pintado para el lienzo y lo iba montando sobre un trozo de madera. No faltan entre los retratados su amada Ada, el propio pintor, su hijo Vincent y gran parte sus amigos y representantes del mundo artístico y literario. Y así pasa de la planitud a las tres dimensiones. Una exposición completa de un pintor figurativo que domina la escala al servicio de lo humano.