Art Brut, belleza fuera del canon en París
El Grand Palais expone, en colaboración con el Centre Pompidou, unas 400 obras pertenecientes a este movimiento protagonizado por artistas autodidactas y, a menudo, marginados por la sociedad. Parte de las piezas ahora mostradas pertenecieron a la colección particular de Jean Dubuffet.
Como suele ocurrir en todas las disciplinas artísticas –y en la vida en general–, lo que sucede en los márgenes, fuera de los cánones y las normas habituales de la sociedad resulta muy interesante para quien no se encuentra en ellos.
Lo desconocido se convierte, a menudo, en algo atractivo, un misterio que desentrañar. ¿Qué ocurre en esos lugares fronterizos que nos intrigan pero a los que, en realidad, no queremos pertenecer, puesto que supondría perder ventajas y comodidades que ahora gozamos?
Todo esto se debió preguntar el director de cine francés Bruno Decharme cuando, en la década de los 70, descubrió la colección de Art Brut de Jean Dubuffet –creador del término–, que cambiaría su vida para siempre. A partir de entonces, Decharme pasaría no solo a reunir una amplia selección de este tipo de obras, sino que también fundó el ABCD (Art Brut Connaissance and Diffusion), una asociación centrada en la investigación de estos trabajos.
Posteriormente donó gran parte de ellos al Centre Pompidou, que a su vez ha prestado las piezas al Grand Palais para la exposición Art Brut. En la intimidad de una colección, que podrá visitarse hasta el próximo 21 de septiembre.
En ella se exponen más de 400 piezas, reunidas durante 45 años de coleccionismo. Las disciplinas, temáticas y materiales empleados son diversos.
El Art Brut es, en realidad, un cajón de sastre en el que se engloban todas las obras de autores outsiders, personas que se encuentran alejadas de los circuitos más tradicionales y sin formación reglada. A menudo, están marginadas de la sociedad, como pueden ser los enfermos mentales o los presos.
Habitualmente, se ha explicado este arte como un rechazo de la belleza más tradicional en busca de representaciones más crudas o incluso siniestras, debido a que hay obras de este tipo dentro del movimiento. Pero también al prejuicio que asociamos, por ejemplo, con las personas que sufren enfermedades mentales y por las que la sociedad no solo siente rechazo, sino también algo de miedo, alimentado por las novelas y películas de terror. La muestra del Grand Palais pone de relieve que esta visión es reduccionista y que hay belleza en muchas de estas piezas, aunque esté alejada de las normas más tradicionales, teñida por una pátina de inocencia casi infantil.
El recorrido, fiel reflejo del movimiento en ese sentido, se organiza como un rompecabezas, un caleidoscopio de distintos temas y perspectivas. En ella caben desde el arte textil hasta los lienzos, pasando por las caras hechas con conchas marinas de Pascal-Désir Maisonneuve, el dibujo o el collage.
Muchos de estos artistas realizaron sus creaciones en la intimidad, cuando no directamente en secreto, y aún hoy, aunque su obra se exponga en el Grand Palais, ellos permanecen en el anonimato. Es el caso, por ejemplo, de una pieza textil atribuida a una tal Bridget Cronnin.
Se trata de un bordado con elementos añadidos como cuentas o pétalos de flores de terciopelo, que fue realizado en un hospital psiquiátrico cerca de Manchester, en Estados Unidos. El nombre de Cronnin aparece escrito en numerosos puntos de la composición, así como el año 1902, que se menciona asociado a varios meses. Pero eso es todo lo que queda de su autora: un nombre que podría no ser el verdadero, una serie de fechas y, por supuesto, su obra.
En ella aparecen caballos, iglesias y barcos, entre otros elementos. ¿Serían imaginaciones de la autora? ¿Recuerdos que no quería olvidar en el hospital? ¿Por qué estaría confinada en él? ¿Bordaría más piezas? ¿Cuándo moriría? Resulta imposible saberlo, pero al menos su creación ha sobrevivido.
De otros de los autores que participan en la muestra de Art Brut del Grand Palais sí se tiene más información. De hecho, algunos de ellos se han convertido, aunque sea a nivel local, en iconos contraculturales. Es el caso del artista austriaco August Walla, cuya historia resulta, cuanto menos, estrambótica. Fue un hijo único criado por su madre y su abuela al que vistieron de niña para evitar que se convirtiera en soldado.
Wallace vivió tanto la Segunda Guerra Mundial como el auge de la Rusia de Stalin, y afirmó que pasó “de ser una niña nazi a una gemela comunista”. En sus obras está muy presente toda esta simbología, pues a menudo asocia a las mujeres con esvásticas, y a los hombres con la hoz y el martillo. Aunque en los primeros años tuvo un desarrollo normal, después asistió a escuelas especiales e ingresó en varios psiquiátricos a lo largo de su vida (plasmó todo aquello que experimentaba en dibujos, escritos, lienzos y fotografías).
Walla ha aparecido en canciones punk, ha sido homenajeado en álbumes de música electrónica y se han hecho audiolibros con cartas y otros textos suyos. Llegó incluso a convertirse en un personaje de novela para el escritor Philipp Weiss. Falleció en 2001 a los 65 años.
De él puede verse en la exposición un lienzo donde el personaje principal parece mezclar atributos religiosos con indumentaria militar. Al fondo, la hoz y el martillo se encuentran acompañando otros elementos como estrellas o letras.
Lara Delvaux , Martín Ramírez o Augustin Lesage también están presentes en este recorrido sobre el Art Brut. Este último fue un minero del carbón que afirmó haberse convertido en artista gracias a la guía de voces espirituales que solo él era capaz de escuchar. En definitiva, esta muestra no solo busca dar a conocer este tipo de arte y a sus creadores, sino también invitar a la reflexión sobre otras formas de pensar, de crear, de representar y, en muchos casos, de crear belleza. Sofía Guardiola