La mirada transformadora de Marcel Proust en el Thyssen
Ayer se presentó en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza Proust y las artes, una original exposición con más de 130 obras, seleccionadas por el comisario Fernando Checa con la colaboración de Dolores Delgado, que está centrada en los ambientes estéticos de Marcel Proust (Auteuil, 1871- París, 1922), autor de una obra cumbre del siglo XX, A la búsqueda del tiempo perdido. A Proust le tocó vivir en una época marcada por los pintores impresionistas pero esta muestra, que permanecerá abierta hasta el 8 de junio, nos revela también su pasión por el arte más clásico representado por Vermeer, Anton van Dyck, Jean-Antoine Watteau y Joseph M. W. Turner, entre otros. Muchas de esas obras tuvieron una gran interrelación en esa reflexión sobre el paso del tiempo que impregnó su escritura. Ha contado con préstamos nacionales e internacionales, entre ellos los que ha cedido el Museo du Louvre o la Biblioteca Nacional de Francia.
En la presentación Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza, dijo que el objetivo de esta muestra poco convencional quizás sea aprender la formación de una mirada y la multiplicidad de la misma porque la mirada de Proust no es un bloque monolítico y recordó una frase de Proust que lo corrobora: «Solo a través del arte podemos salir de nosotros mismos». Para Solana estas miradas entrelazadas pueden enriquecer nuestra propia mirada.
Dolores Delgado, conservadora de Pintura Antigua del Thyssen y comisaria técnica, subrayó el reto que ha supuesto el montaje de la exposición, ya que al reunir tantas obras de diferentes disciplinas, entre pinturas, esculturas, obras sobre papel, libros, textiles y fotografías han tenido que cuidar hasta el más mínimo detalle en la que destacan esas piezas y exponerlas teniendo en cuenta también el criterio de los prestadores.
Por su parte, Fernando Checa, rememoró que su pasión por Proust data de algo más de cinco décadas cuando compró algunas obras en español y más tarde en francés y sugirió que a partir de la década de los años 60 se empezó a valorar más su obra. Cree que A la busca del tiempo perdido tiene una estructura muy compleja y cómo Proust la fue construyendo recuerda el proceso de erigir una catedral y que no es algo solo biográfico pero tampoco antibiográfico. «La exposición quiere acercarse tanto al lector que conoce a Proust como al que no lo ha leído». Y por último mencionó que la última sala, El tiempo recobrado, es una metáfora evocadora el tiempo destructor.
La figura de Marcel Proust no solo como escritor sino también como filósofo con un marcado acento estético, está muy ligada a las transformaciones que tuvo París con las reformas del barón Haussmann y los desarrollos de la electricidad, la movilidad con los coches y la rica oferta cultural que situó a la capital francesa en la modernidad. Y un buen reflejo de ello quedó reflejado en muchas de las pinturas de los impresionistas, que supieron representar la vida en las calles y los diferentes ambientes de la capital francesa. Toda esa iconografía está muy relacionada con la estética de Proust y su gusto artístico, influido por las artes plásticas, la música y el teatro. Fue un gran amante de la pintura y frecuentó con asiduidad las salas del Louvre.
El comisario ha articulado la exposición en nueve salas que nos van adentrando el particular universo de Marcel Proust y de su obra magna: Los placeres y los días, el París de la época, el personaje de la novela Charles Swann, la familia aristocrática de los Guermantes, la ciudad de Venecia, la influencia del escritor y crítico de arte británico John Ruskin, la llegada de la modernidad y la Primera Guerra Mundial, la población de Balbec y el personaje del pintor Elstir y el último tomo de la novela, El tiempo recobrado.
En la primera sala, homenaje a su primer libro, Los placeres y los días, se puede observar una fotografía del joven Proust con 15 años, que le hizo Nadar, y cerca de esa imagen una edición de ese libro, así como el único retrato pictórico que se conserva de Proust, que salió de la mano de Jacques-Émile Blanche en 1892, cuando el autor de A la busca del tiempo perdido solo tenía 21 años. En su primer libro ya esbozaba el interés que sentía por la pintura neerlandesa del siglo XVII, la italiana del Renacimiento o la francesa del siglo XIX, con dos buenos ejemplos como son Retrato de James Stuart, duque de Lennox y primer duque de Richmond con los atributos de Paris (1633-1634), de Anton van Dyck, y Salida para un paseo a caballo (1660-1670), de Aelbert Jacobsz. Cuyp, sin olvidar la exquisita ilustración realizada por Madeleine Lemaire para la primera edición de Los placeres y los días, y otras pinturas de Fantin-Latour, Chardin, Manet y de Raimundo de Madrazo.
La ciudad de París fue un escenario fundamental para su educación estética y eso refleja en su novela por la efervescencia artística e intelectual en las clases altas a la que Proust pertenecía y la gran transformación urbanística y de movilidad que experimentó la ciudad como observamos en Jinetes y coches de caballos, Avenue du Bois (hacia 1900), de Georges Stein; Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia (1897), de Camille Pissarro; Después del almuerzo (1879), de Pierre-Auguste Renoir, y En el Bois de Boulogne (1920), de Raoul Duffy. Frecuentador del teatro y la danza se exhiben retratos de Sarah Bernhardt (Georges Jules Victor Clairin, 1876), Reynaldo Hahn (Lucie Lambert, 1907), compositor venezolano, amante y amigo de Proust, y María Hahn (Raimundo de Madrazo, 1901), hermana de Reynaldo y esposa de Madrazo, como testimonio de la importancia que tuvieron las artes escénicas en la vida de Proust.
Charles Swann es uno de los personajes centrales de la novela y representa la alta burguesía parisina culta, interesada por la historia del arte, la crítica y el coleccionismo. Esa figura está tomada de algunos amigos del propio Proust como fueron el crítico de arte Charles Haas, y el historiador, coleccionista de arte y director de la Gazette des Beaux Arts Charles Ephrussi, que aparecen representados en dos obras de esta sala: Haas, en el retrato grupal El Círculo de la Rue Royale (1866) de James Tissot, y Ephrussi, pintado por Léon Bonnat en 1906. La esposa de Swann, Odette de Crécy, está sublimada en otra pintura de Madrazo, sin dejar de mencionar su admiración por Vermeer en Diana y las ninfas (1653-1654), presente en el Thyssen, y del que Proust estaba escribiendo una monografía por su gran admiración al pintor holandés. De La vista de Delft, que contempló en dos ocasiones, la última un año antes de morir, dijo que era «el cuadro más bello del mundo».
El mundo de los Guermantes, cuarta sala de la exposición, se centra en una figura muy poderosa como la elegante duquesa Oriane de Guermantes y el hermano de su marido, el barón de Charlus, aristócrata, poeta y homosexual, interesados ambos por la moda y las fiestas, los amores, la política y la guerra, así como por la pintura, la música y la literatura. Ahí cuelgan entre otras obras dos retratos de Montesquiou, uno firmado por Antonio de La Gandara (hacia 1892) y otro de Lucien Doucet (1879), así como un soberbio retrato de la condesa Mathieu de Noailles (Ignacio de Zuloaga, 1913), amiga de Proust y cuyo marido era primo de Montesquiou.
El ecuador de la muestra en esa misma sala tiene el foco en Venecia, un escenario relevante en la novela y que Proust visitó dos veces, con ese paisaje urbano de Turner de La Dogana y San Giorgio Maggiore, Venecia (1834), los cinco aguafuertes de una serie realizada por James McNeill Whistler en 1880 y seis de Mariano Fortuny y Madrazo, de características muy similares. Asimismo como introducción a la sala y en una vitrina se exhiben varias piezas textiles de Fortuny (una túnica que perteneció a Proust y un vestido Delphos), así como un autorretrato del pintor (1947) que se instaló en Venecia y encarna para Proust la unión de la ciudad con Carpaccio, Ruskin y el gusto por lo oriental, lo exótico y las bellas telas.
Las catedrales góticas de Francia atrajeron la atención de Marcel Proust, guiado por los textos de los historiadores Émile Mâle y sobre todo de John Ruskin. De este último fue lector y traductor. Hay una foto del chófer y amante de Proust, Alfred Agostinelli. En ese espacio cuelgan piezas de Paul-César Helleu, Eugène Boudin, Alfred Sisley, Gustave Loiseau, Armand Guillaumin y Jean-Baptiste-Camille Corot que muestran iglesias y catedrales como las de San Vulfran, Reims o Notre-Dame de París, junto a dibujos de John Ruskin de Amiens y Abbeville y un ejemplar de La Biblia de Amiens (1904), traducida y prologada por Proust.
La modernidad toma como punto de partida la figura de Alfred Agostinelli, que sirvió para inspiración del personaje de Albertine. Se puede ver una fotografía de este chófer de Proust en 1908, fallecido en un accidente de aviación en 1914. Para el escritor estos modernos diseños fueron claves para ilustrar los cambios de finales del siglo XIX y principios del XX. Hay obras de un futurista como Giacomo Balla y otras de Jean Cocteau, entre otros artistas, así como una fotografía de los Ballets Rusos de Serguéi Diághilev, a cuyas representaciones acudió Proust con asiduidad.
En ese universo proustiano Balbec, nombre ficticio de un lugar de la costa de Normandía, en el que están representados el espíritu y el paisaje de muchas ciudades del norte de Francia como Deauville, Trouville, Cabourg, Étretat o Beg-Meil, lugares plasmados por los impresionistas que viajaban allí para pintar del natural. Un personaje como Elstir le sirvió a Proust para resumir su interés por la pintura, donde no faltan Whistler, Moreau, Helleu y, sobre todo, Monet, sin dejar de mencionar a Turner ni a Thomas Alexander Harrison.
Como en la última parte de la novela, titulada El tiempo recobrado, los mundos que representaban Swann y Guermantes confluyen en una última gran fiesta que tiene lugar tras la guerra. En ese tomo Proust pone de manifiesto lo implacable y destructor que es el paso del tiempo, visualizados en dos autorretratos de Rembrandt, uno de 1642-1643 y otro 1661; y dos imágenes de Marcel Proust en su lecho de muerte en 1922 (un dibujo de Helleu y una fotografía de Emmanuel Sougez). Y en una vitrina alargada ejemplares de las primeras ediciones de los distintos tomos y volúmenes de la novela: Por la parte de Swann (1913), A la sombra de las muchachas en flor (1918), El mundo de Guermantes (volúmenes 1 y 2, 1920, 1921), Sodoma y Gomorra (volúmenes 1, 2 y 3, 1922), La prisionera (volúmenes 1 y 2, 1923), Albertine desaparecida (volúmenes 1 y 2, 1925) y El tiempo recobrado (volúmenes 1 y 2, 1927).