La experimentación constante de Gabriele Münter en el Thyssen
Dentro del grupo expresionista El Jinete azul (Der Blaue Reiter) fundado por Wassily Kandinsky y Franz Marc en Múnich en 1911, había además dos mujeres Gabriele Münter y Marianne von Werefkin, entre otros artistas como Macke, Klee o Jawlensky. Precisamente a Gabriele Münter (1877-1962) le dedica el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza – en su línea de dar a conocer a mujeres artistas fundamentalmente del siglo XX- una muestra retrospectiva de una larga trayectoria plástica que abarca seis décadas desde principios del siglo XX hasta los años 50. Comisariada por Marta Ruiz del Árbol, Isabelle Jansen y Mattias Mühling, reúne 145 piezas, entre pinturas, grabados y fotografías de una artista que experimentó constantemente y se rebeló contra las limitaciones de las mujeres artistas en ese período.
La muestra, que cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid y el apoyo de la Art Foundation Mentor Lucerne, se podrá ver en Madrid hasta el 9 de febrero y luego viajará al Musée d’Art Moderne de París. En la presentación de ayer Guillermo Solana, director artístico del Thyssen-Bornemisza, destacó la calidad de la pintora expresionista alemana y cómo surgió el proyecto a partir de las cuatro obras que atesoran las colecciones Thyssen para hacer posible la primera retrospectiva de Gabriele Münter que abarca seis décadas de una larga trayectoria.
Isabelle Jansen, comisaria y directora de la Fundación Gabriele Münter y Johannes Eichner, dijo que estaba muy satisfecha de que la obra de Münter se expusiera fuera del ámbito alemán y en este museo español, porque aunque nunca estuvo la artista en España si cree que es conveniente conocer la valoración de historiadores del arte y que puedan aportar una aportación diferente.
Por último, Marta Ruiz del Árbol, conservadora de Pintura Moderna del Thyssen, invitó a los presentes a que realizaran un viaje atrás en el tiempo, hasta 1911, cuando un grupo de artistas, entre los que estaba Gabriele Münter, creó El Jinete azul en Múnich. Y así se ha diseñado el montaje de la exposición a lo largo de diez capítulos que atraviesan los temas y los tiempos en que ese conjunto de obras fueron realizadas por la artista.
De este modo, las colecciones Thyssen que cuentan con cuatro pinturas de la artista alemana en sus fondos, continúa la programación del Museo Thyssen en su afán de investigar y reivindicar la obra y el lugar que merecen en la Historia muchas grandes mujeres artistas. Y ha sido posible gracias a la colaboración de dos instituciones de prestigio como son con la Fundación Gabriele Münter y Johannes Eichner y la Städtische Galerie am Lenbachhaus und Kunstbau de Múnich, que atesoran muchas de sus obras y la memoria de una mujer luchadora que abordó una gran aventura plástica, no exenta de riesgos, en un universo íntimo de autorretratos, amigos cercanos, paisajes, objetos cotidianos o de campos de color.
El recorrido por la exposición se vertebra en diez secciones, y además de incluir las casi 150 obras, entre pinturas, obras sobre papel y fotografías de la artista alemana, encontramos otras 19 fotografías, algunas tomadas por Kandinsky, pareja de Münter, y objetos diversos como su paleta o esculturas de la cultura popular bávara, que ayudan a contextualizar de un modo cronológico-temático, no exento de excepciones y saltos en el tiempo. Para ella la fotografía fue un proceso de búsqueda y reflexión con un medio de expresión moderno que le ayudó a desarrollar todo su potencial creativo. O sus viajes por Europa y Norte de África que hizo con su pareja.
En la primera sala, Reflejos y sombras, cuelgan varios autorretratos que realizó a lo largo de toda su carrera, pero particularmente entre 1908 y 1914, los años en los que fue una de los protagonistas del desarrollo del expresionismo en Múnich. Y esas fotografías en las que aparece la sombra de la artista proyectada en la imagen, un recurso para incluir su figura en la composición que Münter utilizó a veces en sus cuadros, como en Paseo en barca (1910), donde captó a Kandinsky de pie con ella Marianne von Werefkin, y el hijo de ella y de Jawlesnki; en otro realizado posteriormente Desayuno de los pájaros (1934), en los que la pintora se representa de espaldas en primer plano.
Y de ahí a Comienzos en blanco y negro, que reflejan su pasión por la fotografía ya que entre 1898 y 1900, Gabriele Münter realizó un viaje por Estados Unidos, país en el que sus padres, emigrantes retornados a Alemania durante la Guerra Civil, se habían conocido y casado y que ella visitaba por primera vez. Conoció la realidad de la sociedad norteamericana y fue fijando aquello que le llamaba la atención en sus cuadernos de apuntes pero también con su cámara portátil Kodak, que se unió a su faceta como dibujante. Ahí se pueden encontrar ejemplos de cómo la fotografía le ayudó a depurar su forma de mirar. En esas instantáneas captó el paisaje, la vida en la ciudad, el mundo laboral o doméstico, muchos temas que abordará posteriormente en sus pinturas y revelan su peculiar de mirar.
Los viajes tuvieron mucha influencia en su trayectoria y su forma de abordar el aire libre en esas pinturas de formato pequeño. Al volver a Alemania en 1901 se estuvo formando artísticamente en Múnich y terminó por decantarse por la pintura como medio de expresión favorito. Junto a su pareja Kandinsky, entre 1904 y 1908, recorrió Europa y el Norte de África y se instalaron en París durante un año, donde tienen la oportunidad de ver la obra de Gauguin, Van Gogh o los fauvistas, con Matisse a la cabeza. Alterna la fotografía con la pintura al aire libre como se observa en Callejón en Túnez y Casa en las afueras de Túnez (1905), en los que muestra un interés por los volúmenes, pero también en sus jardines franceses o en las vistas de Sèvres y Bellevue.
Tras el regreso a Múnich en el verano de 1908, junto a Kandinsky y la pareja formada por Alexej von Jawlensky y Marianne von Werefkin, visitan el pueblo bávaro de Murnau, en las estribaciones de los Alpes, donde los cuatro trabajarán en estrecha colaboración en unas obras que se consideran fundacionales de la vertiente expresionista del sur de Alemania. “Fue una época creativa maravillosa, interesante y feliz en la que discutíamos mucho sobre arte”. En ese período hubo una transición en su modo de trabajar, desde las pinceladas cortas y empastadas hasta un nuevo estilo más fluido. En muchas de esas composiciones fue eliminando progresivamente lo anecdótico y haciendo que el color se vuelva esencial. Ese lugar en la montaña se convirtió en el epicentro de la vanguardia artística alemana.
El género del retrato está muy presente en la exposición porque para ella “Pintar retratos es la tarea más audaz y difícil, la más espiritual, la más extrema para una artista”, algo que ya había apuntado en su viaje a Estados Unidos para captar a mujeres y niños. En muchos de ellos reveló una gran destreza para combinar la reducción de los elementos compositivos con la fidelidad con el parecido físico de la persona retratada. Sus linograbados para fijar la imagen de Kandinsky con su pipa, o la gestualidad de Aurélie son buenos ejemplos. La gama cromática se hizo más intensa, se simplificaron las formas para fijar a personas de su entorno más íntimo, bien sobre un fondo neutro como en su Retrato de Marianne von Werefkin (1909) o ese otro de Jawlenski escuchando con cierta perpeljidad del mismo año.
Precisamente los Interiores y Objetos son otra parte relevante de la retrospectiva cuando su mirada congeló naturalezas muertas y bodegones, con fondo gris, con cuenco blanco, con espejo o con butaca, que desprenden cierta confusión en la forma en que están dispuestos los elementos. La pintura sobre vidrio típica de Murnau, expresión artística popular, le sirvió de inspiración para componer bodegones que querían conectar con la espiritualidad de los objetos.
Entre 1909 y sobre todo a finales de 1911, en las exposiciones de El Jinete Azul fue documentando con sus fotos los acontecimientos de esos años, en línea con lo que Kandinsky propugnaba la “necesidad interior”, como forma de expresión individual con elementos comunes, lo que llevó a Gabriele Münter a interesarse por la cultura popular europea y el arte de otros continentes en una labor de desaprender, en esa delgada línea entre figuración y abstracción.
Como a muchos artistas y personas de su generación la Primera Guerra Mundial le impulsaron a exiliarse a Suecia desde 1915 a 1920, conociendo lo más genuino del arte escandinavo contemporáneo, que estaba influido por Matisse. Cultivó de nuevo el paisaje pero de un modo más narrativo, incluso incluyendo figuras, también retratos por encargo y otros más simbólicos que intentan captar los estados de ánimo de las personas representadas y más concretamente de las mujeres.
Nuevamente regresa a Alemania en 1920 pero su círculo artístico y personal se había desvanecido. Kandinsky había regresado a Rusia y allí inició una nueva relación sentimental. Fueron años para Münter de cierto nomadismo en los que alternó su gran versatilidad y virtuosismo como dibujante con una serie de retratos de mujeres libres y emancipadas, cuya limpieza con el lápiz recuerda mucho el magisterio de Matisse. Algunas de las pinturas de la década de los 20 se han vinculado con la Nueva Objetividad, caracterizada por la reducción de la paleta de colores hasta casi hacer desaparecer el rastro de la pincelada.
Y para culminar su regreso a Murnau, tras un paso previo por París a finales de los años 20. En esa casa y en la vida tranquila de ese pueblo bávaro encontró motivos para su inspiración. Calles y paisajes de sus alrededores fueron los ejes de sus lienzos otra vez marcadamente expresionistas. Durante los años del Tercer Reich vivió allí y redujo su exposición pública para proteger su seguridad hasta que el fin de la Segunda Guerra Mundial hizo que se redescubriera su importancia como artista, gracias a exposiciones y adquisiciones de museos y coleccionistas. Sus últimas composiciones fueron versiones de obras anteriores en los que la artista reflexionaba sobre su propia trayectoria.
En 1957, con motivo de su 80 cumpleaños, Gabriele Münter donó a la Lenbachhaus numerosas obras suyas y del resto de integrantes de El Jinete Azul que había mantenido escondidas en su casa durante el periodo nazi, convirtiendo a esta institución en el museo de referencia para este movimiento artístico.
La retrospectiva se complementa con un ciclo de conferencias y otro de cine, que incluirá un documental del que muestra un resumen al final de la exposición en el que se nos acerca a los lugares que transitó Münter, así como un cómic de Mayte Alvarado, titulado Gabriele Münter, Las tierras azules, que ha sido editado con Astiberri.