El ‘universo’ de Helmut Newton en la Fundación MOP
La insólita mirada de Helmut Neustädter (Berlín, 1920- Los Ángeles, 2004), más conocido como Helmut Newton, nos legó para la posteridad varios miles de imágenes del mundo de la moda y del empoderamiento del mundo de la mujer. Ahora la Fundación Marta Ortega Pérez (Fundación MOP) presenta en el muelle de Batería del Puerto de La Coruña, tras el éxito de las dedicadas a Peter Lindbergh (2021) y Steven Meisel (2022), la muestra Helmut Newton- Fact & Fiction (Helmut Newton- Realidad y ficción), una retrospectiva de centenar y medio de imágenes que abarcan más de cinco décadas, así como algunas vitrinas e instalaciones que nos revelan aspectos inéditos de uno de los mejores fotógrafos de moda de la segunda mitad del siglo XX. La exposición abierta el pasado sábado permanecerá abierta hasta el 1 de mayo de 2024.
Organizada en colaboración con la Fundación Helmut Newton de Berlín, la selección de las obras expuestas ha correspondido a los comisarios Philippe Garner y Matthias Harder, vicepresidente y director de la Helmut Newton Foundation, quienes presentaron la exhibición junto a Leticia Castromil, gerente de la Fundación MOP.
Todas las obras se exhiben en los silos y almacenes rehabilitados del Puerto de La Coruña como un entorno propicio para disfrutar de la variedad de imágenes captadas por la magia y el afán visionario de Newton. El espacio ha sido diseñado por Elsa Urquijo Arquitectos.
La gerente de la Fundación MOP dijo que la actividad de la institución tiene tres ejes: la moda, la fotografía y la ciudad de La Coruña. La entrada es gratuita pero los beneficios que se obtienen por el merchandising se destinan a la creación de Future Stories, que permite colaborar con entidades académicas para conceder becas a jóvenes artistas e impulsar el talento de las nuevas generaciones y además desarrollar un programa educativo que acerque la obra de los grandes fotógrafos a las aulas de los colegios de Galicia.
Los comisarios, Philippe Garner y Matthias Harder, hicieron una presentación coral destacando la visión de un fotógrafo lleno de aristas. Desgranaron como habían vertebrado el recorrido de la exposición, desde las casi treinta polaroids que se exhiben en el silo, tomadas entre 1975 y 2003 durante las sesiones y que fueron un buen ejemplo para verificar la luz, la composición y algunos detalles porque incluso ese material permite adivinar su intención, que a veces eran el inicio de un nuevo proyecto.
En las últimas salas en las que se exhiben fotografías de la serie Sexo y Paisajes, pasando por una primera sala en la que se proyectan documentales que hablan de su modo de trabajo y de vida, y una segunda con vitrinas con recortes de prensa, algunas de sus cámaras, sus barbies, anotaciones y prótesis de pechos grandes que usaba en ocasiones con sus modelos.
Asimismo Garner y Harder señalaron que a Helmut Newton le gustaba jugar con los contrastes y las contradicciones, así como las influencias que tuvo del cine y la literatura, siempre explorando los límites y con una mirada ambigua que hacía pensar a los lectores y aficionados al arte de la fotografía. Sus imágenes no dejaban indiferente porque eran objetos “per se”, ya fueran por su maestría en los desnudos como en los retratos y paisajes, género que cultivó en las últimas décadas de su vida. Y apostillaron que le gustaba poco trabajar en estudio y prefería las localizaciones en exteriores e interiores, usando luz natural casi siempre.
Las pequeñas polaroids reflejan cómo Newton sabía captar una mujer tumbada en Villa d’Este en el Lago de Como, esas mujeres con gafas de sol y vestidas de negro en Montecarlo, el glamour de Cannes en un barco, una joven tomando el sol en una terraza cerca de Central Park, otra con sombrero y bañador húmedo y ajustado marcando sus pechos, esas manos femeninas extrayendo llaves y documentos de un bolso, varios hombres al borde de una piscina observando a una mujer aparentemente vestida y otra en bikini con bastón y una venda blanca, el ambiente de un desfile de Yves Saint Laurent, Cindy Crawford en ropa interior con capa bajando unas escaleras de Monte Carlo o esa otra con tacones y medios mirando el mar o tomando el sol.
Son instantáneas expuestas en el silo. Tienen mucha fuerza porque desprenden el misterio que hay detrás en las escenas de esas personas o grupos, pero también rasgos del ingenio, sensualidad, fetichismo y del voyeurismo que acompañó en toda su carrera a Helmut Newton.
En las dos primeras salas antes de entrar a las fotografías que son el corpus central de la muestra hay una serie de videos que muestran al fotógrafo trabajando, nos revelan aspectos de su infancia de un joven judío que tuvo que abandonar Alemania en 1938 con destino a Trieste, más tarde a Singapur huyendo del nazismo y posteriormente a Australia, país al que llegó en 1940. Siete años después conoció a la actriz June Brunell, más conocida como Alice Springs en su labor como fotógrafa, con la que se casó en 1948 y con la que pasaría el resto de su vida. En Melbourne trabajó, salvo un pequeño paréntesis en un viaje a Europa con una estancia en Londres, hasta 1961, cuando se trasladó definitivamente a París a comienzos de la década de los 60.
En esos documentales hablan varias personas que posaron para él o que le conocían muy bien como modelos o musas, incluyendo a su esposa June, Charlotte Rampling – gran admiradora del trabajo de Newton- , Isabella Rosselini y otras, sus amigos o detractores como Susan Sontag que le tildó de misógino. Un video lleno de contrastes por la personalidad poliédrica y controvertida de Newton.
En París adquirió en 1961 un apartamento en la calle Aubriot, que sería su hogar hasta 1975. En ese barrio tomó una fotografía con luz natural de una mujer joven, vestida con un traje de chaqueta masculino de Ives Saint Laurent, pelo engominado. Todo la composición está llena de ambigüedad, es refinada y elegante. La luz natural hace que que esté levemente desenfocada la calle. Quizá en ese equilibrio radique el título de la exposición, realidad y ficción, que sabiamente consiguió en esa foto publicada en Vogue Francia ese mismo año de 1975.
En las primeras salas cuelgan algunos de su mejores autorretratos como el que hizo en Monte Carlo (1993) con una mano que simula una pistola de un mercenario de la fotografía como él mismo se consideraba o ese otro en su estudio con modelos y su esposa June controlando todo, donde Newton dispara su cámara vestido con una gabardina en esa atmósfera del artista y las modelos en el taller. Hay en esa escena tomada en París en 1981 una complicidad de June con él, ejerciendo de directora de arte en ese momento.
Llama la atención su modo de retratar a personalidades a lo largo de su carrera. Desde su modo de captar a Karl Lagerfeld con un elegante traje y monóculo hacia 1973; la pose de Andy Warhol con un abrigo de piel negro con amplias solapas en un interior, sujetando una libreta en su mano derecha y en la izquierda parece atrapar un aparato de radio en París en 1974; la mirada abstraída de David Bowie de perfil con gafas en Montecarlo hacia 1982; el retrato de Gianni Versace desnudo en un sofá; Yves Saint Laurent y Pierre Bergé separados por una puerta de cristal; el rostro enjuto de Margaret Thatcher; y las que hizo a lo largo de su vida a Rachel Welch, Daryl Hannah, Charlotte Rampling o Jerry Hall, entre otras.
La influencia del cine negro y de misterio, tanto de los autores alemanes como Murnau, Alfred Hitchcock o de la Nouvelle Vague francesa resulta evidente en imágenes como la de esa mujer con sombrero que se lanza al césped mientras una avioneta pasa por encima de ella, en ese voyeur, que nos recuerda al director de La muerte en los talones, que a su vez observa una perfomance en el Castillo de Rivoli cerca de Turín; esa imagen para Pierre Balmain (1976), con esas dos elegantes mujeres con abrigo que parecen esperar algo en el interior de un hotel; o ese hombre que yace en el suelo mientras una mujer, probablemente desnuda contempla la acción del crimen, en Dressed to kill.
Helmut Newton sabía captar la elegancia de las mujeres en movimiento como ese grupo de mujeres en Túnez, todas cubiertas menos una con gafas de sol, pantalón corto y sombrero; el de ese militar con una mujer caminando por el campo; las dos mujeres con perro con un gendarme que mira al fotógrafo; una mujer que simula ser como Jackie Kennedy o esa con abrigo que atraviesa los jardines cercanos al Louvre, con la sombra del fotógrafo.
Su dominio del desnudo es un hilo conductor en casi todo el recorrido pero quizás sea en la serie de Grandes Desnudos donde su ojo capte a esas bellas modelos para la posteridad. Newton hizo esas fotografías para ser expuestas en galerías o museos y no como anteriormente solo para ser vistas en las grandes revistas de moda o en los libros de artista.
En una de las salas se exhiben siete fotografías a tamaño natural, cinco de ellas son modelos que posan con un lenguaje gestual muy variado, mirando de frente o de lado, con los brazos en jarras, con los brazos cruzados o agarrándose con una mano la muñeca del otro brazo, dejados caer o por encima de la cabeza. Son mujeres bellas, sofisticadas, con peinados diferentes y empoderadas que miran convencidas al fotógrafo.
Las otras dos imágenes de esta sala son cuatro modelos, en una aparecen vestidas y en otras desnudas, como si fuera un homenaje a Goya en su Maja vestida y desnuda. Precisamente una copia de esa fotografía de las modelos vestidas fue subastada por más de 700.000 euros, siendo el récord de una de las fotos de Newton.
Hay otro homenaje a Velázquez en otra sala, una de Venus rubia vestida desde su primer apartamento en París (1974) y otra siete años después en su segundo piso con esa mujer desnuda de espaldas reflejada en un espejo mientras otra mujer la está mirando.
En la última sala hay también un recuerdo para Eduard Manet en Un bar aux Folies Bergére cuando sustituye a la camarera por esa modelo desnuda, solo con un fajín negro, delante del mostrador; y ese retrato de Monica Bellucci con una tela blanca que resalta el color de un lápiz de labios.
Y esa serie de paisajes de los Apeninos, de esa carretera saliendo de las Vegas, de las rocas húmedas de Cap D’Ail, de las escaleras de un jardín en Viena de Otto Wagner, o de lo que podía fijar desde su apartamento en Monte Carlo de su admiración por el Mediterráneo con ese avión que pasa o ese destructor surcando las aguas con esos reflejos plateados. Hay en casi todos ellos melancolía. Una exposición que no dejará indiferente a nadie porque cada una de las fotografías nos interpela sugiere que disfrutemos y la intepretemos.