Medardo Rosso, capturando impresiones fugaces
La nueva muestra de la Fundación Mapfre sobre el escultor milanés pone de relieve su carácter innovador y pionero, que le convirtió en un incomprendido en su tiempo, aunque siempre fue apreciado por aquellos que estaban a la vanguardia del arte.
Todo fotógrafo se preocupa por capturar lo efímero, por convertir en permanente lo que es, por definición, pasajero. Medardo Rosso, que trabajó con esta disciplina durante toda su vida no podía ser menos, pero él fue más allá y trató de llevar también esta filosofía a la escultura, la faceta principal de su trabajo artístico.
Por ello, reinterpretaba una y otra vez las mismas escenas, utilizando distintos materiales, fotografiando sus procesos desde numerosas perspectivas, dibujando un boceto tras otro. Todo ello para rescatar una imagen concreta almacenada en su memoria a la que dar vida nuevamente.
Esto puede apreciarse, por ejemplo, en su escultura Mujer riendo, una de las piezas de la exposición de la Fundación Mapfre Medardo Rosso: pionero de la escultura moderna. Esta obra que el artista regaló a Rodin a cambio de que este le entregara su famoso Torso esculpido en 1879, está basada en uno de los temas recurrentes del artista milanés: la sonrisa, precisamente por lo efímeras que son las expresiones faciales y la velocidad con la que cambian.
Además, en este caso, desarrolló también una serie de cinco fotografías de la pieza desde diferentes perspectivas, que se asemejan a una secuencia cinematográfica y que favorecen esa impresión de cambio y movimiento que tanto interesaba a Rosso.
Otro de los atributos principales de la obra de Medardo Rosso fue la intimidad, así como el protagonismo de las personas corrientes y las escenas cotidianas protagonizadas por personajes empobrecidos o marginales. La primera de ellas puede contemplarse en Aetas Aurea, que está directamente relacionada con su vida privada, pues el tema que trata es la maternidad y su creación coincide con el nacimiento de su único hijo.
En ella, lejos de la cursilería con la que tradicionalmente se refleja este tema, Rosso plasma una maternidad de forma natural y desenvuelta –casi fotográfica– el momento en el que una madre se dispone a besar en la mejilla a su hijo. Los rostros de ambos se fusionan en una sola figura.
En cuanto a sus modelos, el hecho de escoger a gente humilde se popularizó a finales del siglo XIX, como puede comprobarse en el trabajo de Toulouse-Lautrec o Degas, entre otros.
En su desaparecida Impresión de ómnibus, de la que solo se conservan las fotografías que el propio artista hizo del conjunto escultórico –imágenes que pueden verse en la muestra–, se aprecian perfectamente las características mencionadas de su obra.
Representa a cinco personajes locales que viajan en un tranvía, escena con la que Rosso se topa por casualidad y que decide inmortalizar, convirtiendo así un momento corriente, privado, en una escena perpetua. Sin embargo, se destruyó mientras era transportada para exponerse en Venecia.
Todas estas características, así como su forma de preocuparse por moldear también el espacio que rodea a las figuras en sus esculturas, su tendencia a una cierta abstracción y su preocupación por el movimiento que después emularían, por ejemplo, los escultores futuristas convirtieron a Rosso en un autor sumamente contemporáneo –e incomprendido por ello en ocasiones–, que sin embargo se vio engullido por la alargada sombra de Rodin, el genio renovador de su tiempo.
A la muerte del francés, Guillaume Apollinaire escribe: «Rosso es ahora, sin lugar a duda, el más grande escultor vivo. La injusticia de la que este prodigioso escultor siempre ha sido víctima no está siendo reparada». Ahora, la muestra de la Fundación Mapfre, que puede contemplarse hasta el próximo 7 de enero busca poner de relieve la figura de este artista. A pesar de ese segundo plano en el que quedó relegado, siempre contó con la admiración entre los artistas y críticos más vanguardistas. Sofía Guardiola