Un viaje a través de la memoria
Por segundo año consecutivo nos vemos obligados a pasar un Jueves Santo atípico y hogareño. Pero no nos rendimos. Y si en 2020 burlamos el confinamiento con un viaje a través de la mirada de pintores como Sorolla, Fortuny o Carlos de Haes, esta vez la propuesta es esquivar los cierres perimetrales y dejar volar la memoria por las culturas antiguas, desde los templos milenarios de Egipto, al nacimiento de la civilización europea en Grecia y Roma o los vestigios de la cultura maya, para terminar el periplo en una Maravilla del Mundo Moderno: el Taj Mahal, esa lágrima imborrable de la dinastía mogol.
Otro año más sin poder viajar a Jaca y de nuevo las emociones se agolpan en la garganta. Porque solo tengo memoria de mis Semanas Santas en esta ciudad, salvo el año pasado, en el que todo fue extraño. Parece increíble cómo nos hemos acostumbrado a esta “nueva normalidad” que rechazamos en su momento, pero con la que llevamos casi 366 días. ¡Para más inri 2020 fue bisiesto! La fatiga pandémica sigue amenazando los ánimos y las restricciones puede que debiliten nuestra paciencia, pero no la agotan. Porque cuatro décadas de memoria –en mi caso– y miles de años de Historia no pueden borrarse con un solo año fatídico.
Para tomar perspectiva, nada mejor que echar la vista atrás y evocar momentos pasados. Como ya hemos aprendido a sortear los confinamientos, esta vez nos desplazamos bien lejos en el espacio y en tiempo. Cogemos un avión imaginario para recordar aquellas primeras civilizaciones conocidas in situ, en un viaje que bien podría comenzar en el aeropuerto de Barajas, extraño lugar donde decidir estudiar Historia del Arte. ¡Abróchense los cinturones, que vamos! De nuevo sin maleta y sin riesgo de sufrir jet lag.
Toda búsqueda de la cultura antigua empieza en Mesopotamia, región que habitaron los sumerios, acadios y, más tarde, los babilonios y asirios. Recordar a estos primeros pobladores de hacia el 3.500-3.000 a.C. ayuda a relativizar los meses de pandemia, pues no son más que una minúscula mota en el mapa de la Humanidad.
Babilonia, por ejemplo, ha quedado inmortalizada para siempre en la pareja de leones alados que decoraron el palacio de Ashurnasirpal II, hoy en el British Museum. Esos que, por cierto, reprodujo el artista Adam Lowe en FACTUM para garantizar su conservación y estudio, tal y como contamos en el número 30 de ARS Magazine.
También en la Puerta de Ishtar, cuya majestuosidad sorprende a todo aquel que visita el Museo de Pérgamo en Berlín. Si es verdad que los Jardines Colgantes existieron y engalanaron la ciudad más grande del mundo en su época (605-539 a.C.), nosotros también podemos fantasear con pasear, aunque sea virtualmente, por una de las ocho puertas de su muralla: la que está dedicada a la diosa del amor y de la guerra. Al contemplar la belleza de esos muros cuajados de ladrillo vidriado azul y los relieves de leones, resulta fácil imaginar que historiadores como Diodoro de Sicilia o Estrabón cayesen rendidos ante una de las Maravillas del Mundo Antiguo.
Lo cierto es que de esas Siete Maravillas solo una ha perdurado hasta nuestros días, curiosamente la más antigua: la gran pirámide de Guiza (hacia 2.570 a.C.), es decir, la de Keops. Llegamos así a orillas del Nilo y al Antiguo Egipto, que siempre ha gozado de una fascinación especial entre el público, alimentada quizá por unas momias que parecen burlar a la muerte y por la leyenda hollywoodiense.
Una cosa es segura: la pirámide construida por Meniunu resulta impresionante con sus 146 metros de altura en origen (fue el edificio más alto del mundo durante cuatro milenios). Un solo bloque es suficiente para superar la altura de un hombre y resulta que no está sola en el desierto, la acompañan sus ‘hermanas’ las pirámides de Kefrén y Micerinos. Además, en junio llegará un cortejo completo de esculturas, momias y autoridades locales, cuando se inaugure por fin el Gran Museo Egipcio (GEM), previsiblemente el más grande del mundo dedicado a una única cultura.
Ni el ruido de cláxones ni el tráfico actual pueden impedir que los inmensos templos de Karnak y Luxor nos trasladen hasta la época de los faraones, cuando Ramsés II recorría esa avenida de los carneros que comunicaba ambos edificios. En la orilla opuesta, junto al Valle de los Reyes, se encuentra otro templo que posee dos peculiaridades: está excavado en la roca y se dedica a la primera mujer en ostentar la máxima autoridad durante años: Hatshepsut (hacia 1479-1458 a. C.). Por supuesto, sus esculturas mantienen los cánones tradicionales, incluida la barba postiza.
Sin embargo, si hay un monumento en Egipto capaz de dejar a cualquiera con la boca abierta es Abu Simbel. Descubrir desde un lateral el perfil de las cuatro figuras gigantescas sedentes de Ramsés II resulta una experiencia indescriptible, casi tanto como entender que el complejo íntegro fuese trasladado piedra a piedra hasta su actual emplazamiento y que, aún así, los rayos del sol naciente sigan colándose en el interior de la estancia justo el 22 de octubre para celebrar el cumpleaños del faraón. El eco evocador de la máscara de Tutankamon en El Cairo se escucha también en Londres, segunda morada de las momias y sarcófagos antiguos, o en Turín, sede de uno de los museos más completos e importantes de arte egipcio. Siguiendo esta huella, descubrimos en Berlín el busto más bello -también el más disputado- que ideó Tutmosis, aunque solo tenga un ojo pintado: Nefertiti.
En la capital alemana damos el salto a otra cultura milenaria. De Grecia, la sede de la democracia moderna, aún perdura el Altar de Pérgamo con esos frisos llenos de cuerpos atléticos de época helenística que representan la Gigantomaquia (visita virtual aquí). Aunque teniendo la cuna de la civilización griega tan cerca, sería una pena no visitar personalmente el Partenon, porque las metopas del British Museum pueden ser ilustrativas, pero es en la Colina de Filopapo donde realmente se aprecia el gran templo de Atenea. Una vez allí, debo confesar mi predilección por el monumento vecino, el Erecteion, quizá por todas esas esculturas que embellecen la arquitectura porticada.
Un pequeño salto en el tiempo y en el espacio nos traslada a Roma, la antigua y la nueva, que siempre es un placer visitar. De día o de noche, en verano o invierno, el Coliseo, el Arco de Tito, la Columna Trajana, el Ara Pacis o la Basílica Emilia, entre otras muchas joyas, recuperan las hazañas de César, los Flavios o el denostado Nerón.
Cambio de aires para cruzar el océano y conocer otras culturas lejanas que terminaron por converger con España (aunque muchos siglos después). Primera incursión en los pueblos precolombinos, los mayas (2.000a.C.), una de las seis cunas de la civilización humana, cuya historia se extiende hasta el Descubrimiento de América.
Los vestigios mayas dejan constancia de su poderío en diversos lugares de México (además de El Salvador y Honduras). Desde la impresionante Pirámide del Sol en Teotihucán hasta su homóloga en Chichén Itzá, sin olvidar los restos arquitectónicos de Tulum ni los murales pintados en Palenque, todos ilustran la realidad de una cultura avanzada que conocía la escritura, la astronomía y las matemáticas.
De hecho, los 365 escalones que simulan los días del año en el Templo de Kukulcan en Chichén Itzá demuestran cómo los mayas itzáes ofrecían mucho más que sacrificios humanos a sus dioses.
Y de esta Maravilla del Mundo Moderno a otra más nueva todavía, situada en la otra punta. Menos centenaria, pero igual de fascinante, El Taj Mahal nos descubre una civilización creada con influencias persas, turcas, indias e islámicas: la mogola. Resulta curioso pensar que, de todos los monumentos levantados por este pueblo guerrero, el más conocido sea un monumento funerario. La «lágrima en la mejilla del tiempo», como escribió Tagore, fue construida por mandato de Shah Jahan a la muerte de su esposa favorita y posee varios jardines, una mezquita y distintas casas que ofrecen una estampa idílica al caer el sol.
Ya en el viaje de regreso desde el continente asiático, nos despedimos de Camboya y sus templos de la época jemer, antes de pisar suelo europeo y recordar la grandeza del Imperio Bizantino gracias a Santa Sofía. ¿Y China? Tras recorrer culturas milenarias como Egipto, Grecia o Roma, solo faltaría la civilización surgida en el río Amarillo. Pero tendrá que esperar. Si ha sobrevivido más de 3.000 años, bien puede esperar unos añitos. Sol G. Moreno