Todos debemos estar interconectados
El Museo Guggenheim Bilbao presentó ayer su retrospectiva sobre Yayoi Kusama (Matsumoto, 1929). Coorganizada junto al M+ de Hong Kong y patrocinada por Iberdrola, la exposición llega a nuestro país en un momento de nuevo auge de la artista japonesa. Más allá de sus característicos lunares y del aura de misterio que rodea su día a día, la muestra recorre su trayectoria profesional desde 1945 hasta la actualidad a través de varias secciones temáticas en las que el visitante se zambulle en su potente fuerza creadora. Podrá visitarse hasta el 8 de octubre de 2023.
La de ayer era una fecha esperada. Los medios de comunicación acreditados –nacionales y sobre todo extranjeros– para cubrir la presentación de Yayoi Kusama. Desde 1945 hasta hoy así lo atestiguaron. La exposición, que itinera desde el M+ de Hong Kong, llega a Bilbao en el mejor de los momentos, ahora que la imagen de la artista japonesa ha tomado literalmente las calles de París gracias a una gran firma de moda francesa.
En la rueda de prensa se palpaba el interés. Juan Ignacio Vidarte, director de Guggenheim Bilbao, destacó la irrupción de la japonesa en el museo como la segunda gran apuesta de este año, tras Kokochska, dentro de su programación, a la vez que recalcó el compromiso de la institución para dar protagonismo a mujeres artistas. Por su parte, Fernando García Sánchez, Presidente de la Fundación Iberdrola, ratificó su compromiso para apoyar y reconocer los procesos de innovación del arte, como es el caso.
Desde luego, el término “innovación” define perfectamente a Yayoi Kusama, nacida en Matsumoto (Japón) en 1929. A sus espaldas lleva más de siete décadas de trayectoria profesional a medio camino entre su país natal y Estados Unidos, donde residió entre 1957 y 1973. En todos estos años ha pasado por el éxito, el fracaso, el olvido y el resurgir. Y es precisamente esa época en la que los focos se apagaron en las que la exposición ha puesto especial empeño, como indicó Lucía Aguirre, una de las tres comisarias junto a Doryun Chong y Mika Yoshitake.
Kusama se define a sí misma a través de su imagen, que es una proyección más de su arte. Ella lo sabe bien y la ha explotado a conciencia. También lo es su forma de vida. Tras su regreso a Japón, agotada e inmersa en una gran depresión tras la muerte de su padre y de su íntimo amigo, Joseph Cornell, decidió ingresar voluntariamente en una residencia –un hospital, pero no como lo entendemos en Occidente– para tratar su salud mental. Ahí ha vivido desde entonces, cerca de su estudio, a donde acudía cada día hasta la Pandemia.
Hoy, a sus 94 años, sigue trabajando desde ese retiro autoimpuesto en formatos más pequeños, para continuar en esa senda tan suya del arte como medio para sanar y transformar. Precisamente esto fue lo que recalcó en la presentación Suhanya Raffel, directora del M+ Museum for Visual Culture de Hong Kong. Es precisamente allí donde arrancó la que ha sido su primera muestra itinerante desde que abriera sus puertas en noviembre de 2021, con préstamos excepcionales de Asia, Europa y América.
La exposición muestra, a través de más de doscientas piezas entre dibujos, pinturas, esculturas, instalaciones y material de archivo, el modo en que Kusama aborda las preguntas esenciales que impulsan su práctica artística. Obsesiva, singular y vanguardista, única y a la vez esponja de lo que le rodea, el visitante puede recorrer su trayectoria profesional desde sus primeros dibujos realizados durante la Segunda Guerra Mundial hasta sus obras inmersivas más recientes. Para ello, se ha organizado en cinco secciones según criterios temáticos y también cronológicos, aunque hay que recalcar que estos no son compartimentos estancos; todo lo contrario, están interconectados los unos con los otros.
Sus patrones de trabajo, sus característicos lunares, son muestra de su compleja psique que hace de su arte un mundo particular, único, a través del cual reflexiona sobre sí misma. Todo en su obra es interconexión, pues como señala Kusama en su autobiografía, todos debemos estar interconectados. Quizás esto sea consecuencia de su propia vida, pues lo tuvo muy difícil para desarrollarse como artista desde sus primeros pasos en su Japón natal, donde nació en el seno de una familia muy tradicional. También en Estados Unidos, donde los grandes encargos tardaron en llegar. Y de nuevo en su país de origen tras su regreso en 1973, donde una vez más tuvo que luchar hasta la extenuación para ser reconocida como una artista seria.
El recorrido de la muestra, que ocupa dos salas de la planta baja del museo, arranca con sus autorretratos, desde el pintado en 1950, pasando por los collages surrealistas de la década de 1970 hasta el más reciente de 2015, donde están presentes sus patrones de lunares y sus recurrentes redes y formas tentaculares.
Infinito y sus redes interconectadas se desarrollan en grandes composiciones a través de las cuales se exploran las estrellas, los planetas y la propia Tierra como “un lunar entre un millón de estrellas”. Las piezas, realizadas entre 1959 y 2011, aluden al ciclo continuo de la vida. Esto también se aprecia en Acumulación, donde la expansión de su creatividad se hace tridimensional y en la que explora sus grandes miedos (el sexo o la alimentación), contra los que lucha enfrentándose a ellos mediante la repetición obsesiva. El agotamiento ante tanto trabajo le lleva a incluir entonces los espejos, que transmutarán la repetición hasta el extremo.
En Conectividad radical nos asomamos a sus años de crítica social en Estados Unidos. Las performances, su postura anticonformista frente a la injusticia social, la sacan a la calle. Es entonces cuando se acerca también a la moda (una pionera por lo que otros aristas harán más tarde) y cuando llena de lunares los cuerpos desnudos en sus «happenings» en un acto liberador que ella denomina “auto-obliteración”.
La vida y la muerte se entrelazan en las siguientes secciones. En la primera Kusama explora la conexión vital de naturaleza, algo que ella conocía desde la infancia pues se crió en el vivero de plantas de su familia materna, de la que por cierto toma su apellido. En ella están algunas de sus célebres calabazas, elementos que son además transformadores si tenemos en cuenta que en Japón estas tienen un carácter peyorativo que ella reelabora.
En el umbral de la vida está la muerte que tan bien conoció durante la Segunda Guerra Mundial y en los años postreros. Quizás sea su instalación La muerte de un nervio (1976) la que mejor lo encarna, aunque solo sea como medio de tránsito hacia una nueva vida dentro de las creencias orientales de la reencarnación.
El último ámbito, La fuerza de la vida, supone por tanto ese salto, literal (porque lo inunda en todos muros y en las instalaciones centrales), de la oscuridad al color. En él se muestran además sus últimas creaciones de la artistas, ya en formatos más reducidos pero con amplios títulos tan sugerentes como poéticos que demuestran que, además, Yayoi Kusama es una gran escritora: Nadie permanece impasible ante la maravilladle poder ver la belleza de la creación cada día en el mundo y el universo en que vivimos o Vamos a ver las flores que brotan en el cielo. Con ellas hablé de amor son ejemplo de ello.
Esta experiencia inmersiva culmina en la planta tercera del edificio con la instalación Sala de espejos del infinito (2020). En la pieza, que solo se ha expuesto con anterioridad en el Museo Yayoi Kusama en Japón, la artista transforma sus inquietantes alucinaciones que tenía desde niña en una visión mística al sumirnos en el polvo estelar de un universo infinito.