Estudió pintura y escultura, pero acabó dedicándose a la fotografía. Quizá por eso no le gusta que le llamen “fotógrafo” sino “artista”. Lleva cuatro décadas experimentando con la cámara, a veces con resultados bastante polémicos como su crucifijo de plástico inmerso en un vaso de orina. Ha fotografiado sin complejos el racismo, la violencia y la muerte, pero ahora, de repente, ha empezado a dibujar.
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