El caso del turista austríaco que rompió la semana pasada una escultura de Cánova en el museo de Possagno por hacerse una fotografía se suma a otras historias similares ocurridas en el pasado; como la del estadounidense que quiso chocar la mano de una Virgen en el Duomo de Florencia y se quedó con uno de sus dedos, el San Miguel de Lisboa destrozado por un empujón involuntario de un visitante que andaba (y tomaba fotos) de espaldas, o la estudiante que tropezó con una pintura de Picasso en el Metropolitan y la rasgó 15 centímetros. Todos estos sucesos nos plantean una pregunta, ¿es falta de sentido común o deberíamos considerarlo vandalismo?
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