París, la meca del arte catalán en el siglo XX
El Museu Picasso inaugura este jueves 22 de noviembre una exposición multidisciplinar que pone el foco en la relación de artistas catalanes como Santiago Rusiñol, Ramón Casas, Marià Pidelaserra o Ricard Canals, entre otros, con París. Una muestra que incluye más de 200 obras testimonio de la efervescencia cultural, el cambio de siglo y algunos acontecimientos de gran calado social, como la Exposición Universal o la inauguración de la Torre Eiffel.
En la segunda mitad del siglo XIX, la capital francesa eclipsó a Roma y se convirtió en la meca de peregrinación para artistas de todas las disciplinas y ciudades. Especialmente para los pintores catalanes, que se desplazaron a París atraídos por el microcosmos bohemio que se desarrollaba en barrios como Montmartre o Montparnasse. El poeta Jaume Sabartés, amigo y compañero inseparable de Picasso, escribió contagiado por la fiebre parisina: «Eso de ir a París era como una enfermedad que estaba haciendo estragos entre nosotros; yo la contraje, sin duda, por contagio».
Pintores como Santiago Rusiñol o Miguel Utrillo trasladaron esta efervescencia artística y cultural tanto a sus obras como a las crónicas que escribieron para La Vanguardia desde la ciudad del Sena. Una laboriosa tarea que retoma el Museu Picasso con su exposición De Montmartre a Montparnasse. Artistas catalanes en París, 1889-1914.
La propuesta, que se inaugura el próximo 22 de noviembre, permite al público viajar sin moverse de las salas del museo. Un billete de ida y vuelta para explorar a través de una vasta muestra de más de 200 obras la relación de los artistas catalanes con la Ciudad de la Luz.
El Museu contextualiza acertadamente la exhibición entre los años 1889 y 1914. Se trata de un periodo de tiempo corto, pero en el cual tienen lugar la Exposición Universal de París, la inauguración de la Torre Eiffel, la celebración del centenario de la Revolución Francesa y el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Son los años de la Belle Époque. Atraídos por la modernidad y la libertad creativa, artistas, escritores y músicos bajan del tren con la cabeza llena de ideas. Las estaciones de Lyon y Orsay les dan la bienvenida, pero atravesados los grandes edificios y las largas avenidas, cada viajero hace frente a su propia realidad: ya sea en la pequeña calle l’Armée d’Orient en el caso de Santiago Rusiñol, en la calle Gabrielle de Picasso, ambas en Montmartre; o en el cuarto de penurias de la calle Delhambre de Joaquim Sunyer, en Montparnasse.
La geografía es un aspecto que está presente en las obras de los autores catalanes. Por ejemplo, Andreu Solà Vidal pinta la catedral de Notre Dame desde el Quai de la Tournelle; Marià Pidelaserra retrata el Sena en un día nublado; y Manuel Feliu de Lemus plasma en su cuadro una vista del Moulin de la Galette (un espacio con el que ya se atrevió Renoir en 1876).
Durante su estancia, estos autores también son partícipes del insaciable mundo subterráneo de París. Son muchos los que retratan la ciudad del espectáculo permanente a través de sus cabarets en El Gato Negro o el Auberge du Clou, sus bailes en el Moulin Rouge o el Diván Japonés, las actuaciones del Cirque Madrano, y los distintos espectáculos de cancán que ofrece la vida nocturna.
Pero no todo es elegancia, diversión y desenfreno en la Belle Époque y hay quienes prefieren mostrar las condiciones modestas –y en algunos casos miserables– en las que viven no solo los artistas, sino también la población. Nonell, Sunyer y Rusiñol dejan un extenso testimonio de obras que retratan esta situación.
En medio del descubrimiento de nuevas realidades y con la llegada de las vanguardias, el panorama parisino se transforma. En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial y, aunque son varios los que deciden continuar en la ciudad, muchos otros optan por regresar a Barcelona. Parte del arte catalán hace las maletas y pone fin a su viaje, pero sus obras permanecen en el tiempo como testimonios de una vida ligada artística y sentimentalmente a París.