Lo ‘inaccesible’ en las Colecciones Thyssen-Bornemisza
Las salas temporales del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid presentan hasta el 24 de septiembre la exposición Lo oculto en las colecciones Thyssen-Bornemisza, que cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid y está comisariada por Guillermo Solana. Cuenta con una selección de 59 pinturas donde se rastrean influencias y códigos de la tradición esotérica , conocimientos misteriosos donde están presentes la alquimia, la magia o la astrología, entre otras disciplinas, tal vez porque en las artes visuales han encontrado un terreno en el que mostrar mensajes cifrados en los que se puede reparar con una observación atenta por parte de los aficionados al arte.
Asunción Cardona, directora general de Bellas Artes de la Comunidad de Madrid, dijo que la exposición ha sido un reto difícil porque abarca pinturas desde el Renacimiento hasta avanzado el siglo XX y porque el Thyssen sigue ofreciendo propuestas expositivas interesantes para el público general.
Por su parte, el director artístico del Thyssen Guillermo Solana, mencionó que los museos quieren ofrecer una nueva relectura de sus colecciones y ahí se inscribe esta última exposición, ya que las corrientes esotéricas recorren todos los géneros de la historia del arte en el tiempo y todos los movimientos artísticos. “En las últimas décadas ha habido varias exposiciones en Estados Unidos y en Europa como por ejemplo muestras sobre el tema como la de Surrealismo y magia en la Peggy Guggenheim de Venecia. Incluso algunas de esas exposiciones nos han permitido recuperar trayectorias de mujeres artistas como Hilma af Klint o Agnes Pelton”.
Y Solana añadió que su planteamiento fue buscar referencias esotéricas en las pinturas para mostrárselas al espectador y dejar abierta la mirada para su valoración. “En el montaje hay un afán didáctico con una serie de cartelas explicativas no solo de las secciones que componen la exposición sino de cada una de las obras expuestas con un breve texto”.
El recorrido se articula en siete secciones que abordan integralmente lo oculto en la pintura, desde la alquimia, la astrología, la demonología, el espiritismo, la teosofía, el chamanismo y el último capítulo dedicado a los sueños, oráculos y premoniciones.
En la primera sala cuelgan siete obras, entre otras algunas escenas religiosas de Marco Zoppo con San Jerónimo en el desierto o de Cosmè Tura, ambas del siglo XV, como también un retrato psicológico de Francesco del Cosa, Retrato de un hombre con una sortija, que tal vez sugiera la obra de un alquimista, pintado entre 1472-1477, mientras que el paisaje de Roelandt Savery alude a los tesoros ocultos de la montaña y ya en el siglo XX, dos pinturas de Max Ernst, una de 1940, Árboles solitarios y árboles conyugales, una especie de transmutación de los elementos, algo que también está latente en Treinta y tres muchachas salen a cazar la mariposa blanca (1958); o en esa evocación al metal más preciado de Lucio Fontana en Venecia era toda de oro (1961).
La astrología reúne doce pinturas, entre clásicas y contemporáneas, en las que de modo explícito o implícito encontramos movimientos y posiciones de los astros que ayudan a predecir rasgos de los caracteres humanos. Así se puede ver en Cristo resucitado de Bramantino, pintado hacia 1490, con esa luna con rostro humano; los hilos del zodíaco en una obra de Mälesskircher; el Retrato de Matthäus Schwarz pintado por Amberger donde además de fijar la mirada limpia del retratado el pintor dispone una carta astral que complementa la visión del carácter del modelo; las dos escenas mitológicas de Ricci; la calle de Nueva York con luna de Georgia O’Keeffe, pintada en 1925, o esos dos mirós donde están presentes las constelaciones, donde proliferan soles y lunas, una cartografía celeste; o la Burbuja de Jabón azul de Joseph Cornell, una caja construida a finales de la década de los 40 del siglo pasado en la que reflejó su pasión por los astros.
Lo demoníaco en las artes visuales han estado muy presentes en obras de iconografía religiosa. En esa parte se exhiben 12 obras, entre las que caben destacar Jesús entre los doctores, 1506, de Alberto Durero, donde uno de ellos acerca su cara a Jesús y toca sus manos en una actitud poseída por el demonio; La ninfa de la fuente, hacia 1530-1534, de Lucas Cranach el Viejo, donde se alude al sátiro; la cerámica de Paul Gauguin con la cabeza de una joven (1893-1894); Adán y Eva de Hans Baldung; una escena de taberna de Jan D. Steen con los rasgos mefistofélicos del joven amante de la mujer embarazada; ese ojo que mira en los pliegues del sudario en La piedad (1633) de José de Ribera; y esa pintura emblemática de George Grosz, Metrópolis (1916-1917), una versión moderna del infierno plasmado por el expresionista alemán, donde no falta ese color rojizo y esos coches fúnebres y esqueletos endemoniados.
El espiritismo renació durante el siglo XIX en Estados Unidos, aunque también en Europa, y tuvo su proyección en el arte y la literatura, para conectar a los vivos con sus seres queridos en el más allá. Un pintor nórdico como Edvard Munch estuvo muy vinculado a esta tendencia como se desprende al contemplar Atardecer (1888), colgada junto a una radiografía de la misma pintura en la que observamos como Munch borró en el óleo final la figura de su hermana Inger, dejando solo a su otra hermana Laura, que mira ensimismada el horizonte. En el género del paisaje cuadros como Pantanos en Rhode Island (1866) de Martin Johnson Heade; Noche con luna (1888) de John A. Grimschaw o el paisaje campestre de W. L. Metcalf, sin olvidar los atardeceres de Le Sidanier o El Viaducto (1963) de Paul Delvaux, una escena onírica y surreal, donde el artista belga deja fluir el misterio que impregna a la composición.
La teosofía y más adelante la antroposofía, caracterizadas por combinar elementos de la filosofía neoplatónica con otros de las religiones orientales como el hinduismo y el budismo, a principios del siglo XX, tuvieron un gran impacto en los pioneros del arte abstracto como Kandinsky, Mondrian, Balla o Kufka. Precisamente de este último se exhibe un óleo como Localización de móviles gráficos I (1912-1913), donde el pintor checo hizo que todos los elementos convergieran en un único punto, simbolizando la marcha de la humanidad en un espacio cósmico.
Un artista tan relevante como Kandinsky estudió en profundidad el ocultismo moderno y dejó esa huella en Pintura con tres manchas, nº 196 (1914) porque el pintor nacido en Moscú plasmó sus emociones como vibraciones del alma en esa correspondencia entre formas, sonidos y colores, junto a la Manifestación patriótica ( 1915) de Giacomo Balla; y el neoplasticismo de Piet Mondrian en una obra de 1931, plena de armonía.
A comienzos del siglo XX muchos artistas de las vanguardias centraron sus miradas en las culturas tribales y se acercaron al chamanismo y a los poderes que a los chamanes se atribuían por su facilidad para curar y sus dotes como adivinos. Entre las obras seleccionadas por Guillermo Solana llaman la atención una acuarela de Picasso de 1907, Estudio para la cabeza de Desnudo con paños, o un óleo del genio malagueño de 1934 en Corrida de toros; la vinculación que muchas veces los chamanes tenían con algún animal se representa en El gallo (1928) de Marc Chagall; la influencia que tuvieron unos chamanes navajos en Marrón y plata I de Jackson Pollock, pintado hacia 1951, con la gestualidad de la caligrafía nativa; y Números imaginarios, un óleo de Yves Tanguy con ese laberinto de rocas que recuerda los alineamientos de Carnac.
Por último, Sueños, oráculos y premoniciones, una sala en que se incluyen nueve obras, algunas de ellas relacionadas con los surrealistas, un movimiento que estuvo apasionado por los saberes del ocultismo y con algunas de sus prácticas. Desde Mujer ante el espejo (1936), de Paul Delvaux a un par de óleos de Dalí: Gradiva descubre las ruinas antropomorfas( Fantasía retrospectiva) y Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar (1944), pasando por los seres errantes de Tanguy o La llave de los campos (1936) de Magritte.
Y cómo no mencionar dos retratos que tuvieron un carácter premonitorio: Retrato del Dr. Haustein (1928) de Christian Schad, con esa sombra que parece predecir la muerte; y Retrato de George Dyer en un espejo (1968) de Francis Bacon, un modelo con el que el pintor tuvo una intensa relación amorosa. En ese se percibe el desgarramiento del retratado frente al espejo.