La mirada libre de Chagall en Mapfre
En los últimos años algunas exposiciones en España nos han acercado un poco más a la trayectoria plástica de Marc Chagall (Vitebsk, Bielorrusia- Saint-Paul-de-Vence, Francia, 1985). Ahora la Fundación Mapfre en su sala de Madrid presenta Chagall. Un grito de libertad, una muestra ambiciosa organizada en colaboración con la Piscine- Musée d’Art et d’Industrie André-Diligent, Roubaix, el Musée National Marc Chagall de Niza. Las más de 160 obras expuestas siguen un itinerario cronológico y temático que revela su compromiso humanista en un siglo tan convulso cómo fue el siglo XX, del que fue testigo privilegiado.
Nadia Arroyo, directora del Área de Cultura de la Fundación Mapfre, agradeció poder presentar esta gran exposición dedicada a Marc Chagall, uno de «los faros del siglo XX» y de este modo acceder a una nueva lectura sobre la vida y obra de un artista vinculado a la realidad de su tiempo, que apostó por una paz universal.
La muestra, que permanecerá abierta hasta el 5 de mayo, ha sido comisariada por Ambre Gauthier, directora del catálogo razonado de la obra de Marc Chagall, y por Meret Meyer, copresidenta del Comité Marc Chagall y nieta del artista. La primera resaltó la capacidad del pintor ruso para alumbrar una obra que se ancla en los avatares del siglo XX y dotado de un fuerte humanismo, a partir de sus raíces judías pero capaz de ir sumando las culturas que fue conociendo durante los casi 100 años que le tocó vivir.
Por su parte su nieta Meret Meyer ahondó en su figura y explicó que tanto su obra pictórica, gráfica como la serie de documentos (textos, cartas, revistas en las que colaboró), que se exhiben en numerosas vitrinas, nos llevan a tener una visión más integral de su dimensión como artista y como ser humano.
A los nueve años Chagall comenzó su formación artística en la escuela de dibujo y pintura de Vitebsk y un año más tarde (1907) se trasladó a San Petersburgo donde asistió a la Escuela Imperial de Dibujo para el Fomento de las Artes. Sin embargo en 1911 viajó a París y allí entró en contacto con las vanguardias europeas, gracias al apoyo del poeta Apollinaire. La Primera Guerra Mundial le sorprendió en Rusia y eso le hizo permanecer en su país hasta 1922, obteniendo tras la Revolución de Octubre el estatus de ciudadano ruso -ilustrado por su pasaporte y otros documentos en una de las vitrinas- superando la discriminación por su origen judío. Fundó en 1918 la Escuela Popular de Arte de Vitebsk y en 1920 tras llegar a Moscú le encargaron la decoración del Teatro Nacional Judío de Cámara de Moscú.
En 1922, tras pasar unos meses en Berlín, se instaló en Francia. Posteriormente sufrió la persecución del nazismo en la Francia ocupada y tuvo que exiliarse a Estados Unidos en 1941. Siete años después regresó a Europa y concretamente a Francia, donde se le encargaron diferentes proyectos de pinturas, escenografías teatrales e ilustraciones de libros. En muchos de sus trabajos proyectó su compromiso por la paz, ya que sufrió algunos de los acontecimientos más violentos del siglo XX y eso le posicionó como un artista que se expresó con libertad para legarnos un corpus pictórico claramente humanista.
La selección de obras expuestas, más de 160 obras, junto a casi un centenar de documentos reunidos, muchos de ellos inéditos que proceden del Archivo Marc e Ida Chagall, así como un conjunto de escritos en yidis del artista ruso en los que expresaba su visión política y humanista, van a ayudar por su concepto integral a una nueva lectura de la obra de Chagall, que no solo fue onírico sino que se preocupó por la armonía y la paz universal, en su apuesta por el diálogo y el compromiso.
Los préstamos de museos franceses, norteamericanos, españoles e israelíes, así como de colecciones particulares de numerosos países han hecho posible no solo un conjunto tan extenso de obras, sino la ocasión de reunir piezas de excepcional calidad.
Como un prólogo a la exposición, estructurada en nueve ámbitos, las comisarias han incluido una serie de estudios para La Commedia del Arte, antes de introducirnos en la primera parte de la muestra: Identidades plurales, el artista migratorio. Un espacio definido por su pulsión hacia el autorretrato, con varios ejemplos, desde uno de 1907 cuando tenía 20 años y otros posteriores de 1911, con sombre rojo (1941) o uno con tinta china de un año antes. Su evolución fue paralela a la construcción de su identidad, representándose a menudo con aspecto juvenil, como un ángel o pintando en esa continua migración y desarraigo que ejemplifican la experiencia de millones de personas en la primera mitad del siglo XX. Todos esos ejemplos, incluidos esa joya de El hombre de la cabeza al revés (1919), Buenos días, París (1939-1942) o La Carretera de Cranberry Lake (1944-1952) reflejan un mundo interior rico que, tal vez, le sirvió de protección frente a un exterior hostil.
En Rusia. Primera Guerra Mundial, tras su estancia en París donde entró en contacto con Léger, Modigliani, Archipenko o Soutine experimentó de cerca con el cubismo y el surrealismo, así como con escritores de la talla de Max Jacob, Salmón o Apollinaire, regresó en 1914 a Rusia y allí le sorprendió la Primera Guerra Mundial. De ese período destacan los dibujos a tinta china que plasman la dramática realidad de la guerra: la marcha de los combatientes y los soldados heridos. En pinturas como El vendedor de periódicos, La gaceta de Smolensk o El saludo, el artista profundiza en la representación de las vivencias cotidianas de los habitantes de su ciudad natal durante la contienda bélica, alejándose del tono más lírico y onírico de sus composiciones.
En esos años se produce la Revolución de Octubre de 1917, acontecimiento que acogió con entusiasmo Marc Chagall, que fue nombrado Comisario de Bellas Artes de su región notal de Vitesbsk, una geografía fundamental en su pintura por la fascinación que sentía por la cultura popular que impregnó su juventud en esas composiciones figurativas, que fueron sus señas de identidad como artista: el mundo del circo, los arlequines o El jinete soplando en una tromba.
Dos años después los dirigentes comunistas optaron porque Kazimir Malévich le sustituyera al frente de la escuela por lo que se trasladó a Moscú, ciudad en la que desarrolló una actividad prolífica en el Teatro Nacional Judío de Cámara de Moscú, espacio que acogía obras teatrales en yidis, y allí Chagall pintó siete paneles que reflejaban la importancia de la danza, el teatro, la música y la literatura, entre otros. En la Fundación Mapfre se puede observar una pieza estelar como El Violinista verde (1923-1924), pintado en París, y algunos estudios preparatorios, en ese intento de crear un espectáculo de arte total.
La modernidad yidis, con la renovación que supuso en un momento álgido de la cultura rusa tras la revolución bolchevique, alentó en Chagall la ilustración de libros en yidis por parte de artistas de vanguardia, en poemarios de Dovid Hofstein en Troyer o en las revistas literarias Shtrom Hefnt y Khaliastra, en las que colaboró con entusiasmo un creador tan polifacético como el autor de La casa gris (1917).
El quinto ámbito, No son tiempos proféticos, fueron unos años de nomadismo para él. Pasó una temporada en Berlín en 1922, junto a su esposa Bella y su hija Ida, y posteriormente se instaló en París, retomando el contacto con artistas y marchantes como Vollard, que le encargó la ilustración de algunas obras maestras como Las almas muertas de Gógol y Las Fábulas de La Fontaine, cuando el antisemitismo comenzaba a recorrer ya el viejo continente. En 1931 viajó a Palestina donde realizó algunos paisajes llenos de color, retratos de rabinos y otros personajes que portan la Torá y su homenaje a Moisés, Abraham e Isaac, o su modo de fijar El Muro de las Lamentaciones. Todo ello reflejaba la incertidumbre del antisemitismo creciente de los años 30.
A partir de la subida al poder de Hitler en 1933, el partido nazi comenzó a quemar en ceremonias públicas obras de arte como ocurrió en Mannheim, donde ardió la pintura de Chagall, El rabino, algo que ya era síntoma de una amenaza real para el pueblo judío. Cuatro años después, se presentó en Múnich la exposición Arte degenerado, con más de siete centenares de obras de más de 100 artistas, muchos de ellos judíos, entre ellos Chagall, para mostrar a las masas su valoración de los nuevos enfoques del arte moderno, ridiculizando el tipo de arte que representaba, alejado de la supuesta pureza de la cultura alemana según el canon nacionalsocialista.
Aunque vivió en Francia gran parte de todos esos acontecimientos, la invasión posterior de este país por los alemanes hicieron que pensara en exiliarse en 1941 con destino a Estados Unidos, gracias a la acción decidida del periodista Varian Fry y del Comité de Rescate de Emergencia que había organizado un viaje en barco desde Marsella a Nueva York.
Durante los años de exilio en Estados Unidos, la conciencia política de Chagall frente a las atrocidades cometidas contra el pueblo judío se manifestó con intensidad, tanto en su activismo organizado como en su modo de representar los horrores de la guerra, con ejemplos de la crucifixión. El pintor ruso plasma a Cristo crucificado con el talit (paño blanco de oración) alrededor de las caderas, como un alegato militante a lo que había sentido la Noche de los Cristales Rotos (1938). En esa sala circular de la Fundación Mapfre se exhibe un célebre tríptico: Resistencia, Resurrección y Liberación, que comenzó en 1937 y concluyó hacia 1948-1952, cargado de simbolismo político y religioso, ante el horror que sintieron millones de personas al ver la devastación de Europa.
Tras esos siete años en Nueva York, Chagall regresó en 1948 a Europa, instalándose en Francia, a orillas del Mediterráneo. Fue el momento de ocuparse de proyectos monumentales en torno al tema de la paz, como las vidrieras para la sinagoga del hospital Hadassah de Jerusalén (1962), cuyos bocetos preparatorios son unos testimonios de un quehacer febril, o los tapices y mosaicos para la Knéset, el Parlamento israelí, en la misma ciudad (1967). Durante este período, el artista se erigió en el mensajero de una paz que era la esencia que impulsó sus proyectos de vidrieras para la sede de las Naciones Unidas en Nueva York (1963-1964) y la capilla de los Cordeleros de Sarreburgo (1974-1976).
Los mensajes espirituales de la Biblia fueron vehículos para difundir mensajes e imágenes de cariz político, a la vez que propugnaba espiritualidad y una paz universal. Este retorno se plasmó en los diecisiete cuadros del Mensaje bíblico (1956-1966), donados a Francia en 1966 para la creación del actual Musée National Marc Chagall de Niza, primer museo dedicado a un artista vivo.
Fueron unos años de gran actividad en los que además de experimentar diferentes disciplinas: escultura, cerámica, vidrieras, tapices o mosaicos, unido a su pasión pictórica, le ayudaron a reflejar una escala monumental que alternó con sus collages, que también le sirvieron para preparar piezas de mayor tamaño como las citadas maquetas de las vidrieras para la sinagoga Hadassah (1960-1962), inspiradas en las doce tribus de Israel, y también los estudios de pinturas entre las que se encuentran El homenaje, Huida a Sils Maria / Maternidad / Sobre el gallo alado o los bocetos para La caída de Ícaro. En todas estas obras, el collage y sus texturas brindan a Chagall la posibilidad de crear una visión lúdica, de gran viveza y luminosidad, que transmite alegría y, más que nunca, la urgencia de vivir.