La Inteligencia Artificial, ¿artista o máquina?
Hace dos años un ordenador fue capaz de crear un retrato que parecía pintado por el mismísimo Rembrandt. No era una copia, sino un rostro nuevo. Esta noticia abrió un debate sobre lo que es ‘arte’ y lo que no. ¿Puede una máquina crear realmente o solo reproduce patrones? La respuesta probablemente tenga muchos matices. Lo que sí está más claro es el posicionamiento del mercado frente a estas piezas, como demuestra la última edición de Art Basel Miami –donde se ofrecían por 16.000/25.000 dólares– o el remate de la primera obra ofrecida en subasta y adjudicada en Christie’s Nueva York por 432.500 dólares.
Es un hecho: la tecnología avanza a pasos agigantados. Tanto, que no tenemos tiempo de asumir sus consecuencias. Desde su nacimiento, los ordenadores han ayudado al ser humano a desarrollar todas aquellas actividades mecánicas casi a golpe de un clic. Precisos y metódicos, ejecutan todo aquello para lo que se les ha programado con gran perfección. Sin embargo, hace ya unos años que la Inteligencia Artificial está avanzando hacia su propia autonomía, de modo que no solo es capaz de reproducir sino también de crear. Como los escritores, los músicos o los artistas.
Este escenario que hace unos años parecía de ciencia ficción, hoy es una realidad. Basta con haberse paseado por la última edición de Art Basel Miami, a principios de diciembre, para comprobar cómo prolifera la presencia de las obras hechas mediante algoritmos matemáticos.
La semana pasada, la feria presentó una decena de pinturas abstractas y coloridas hechas por AICAN, un programa creado en la Universidad de Rutgers bajo la dirección de Ahmed Elgammal en el laboratorio de arte e inteligencia artificial. Estas obras acapararon el interés –también el morbo– del público, que podía adquirirlas por precios que superaban las cinco cifras. Resulta curioso que el 75% de las personas no percibe la diferencia con respecto a las creaciones humanas.
Entonces vuelve a surgir el debate. ¿Podemos considerar esto arte? Y de ser así; ¿a quién deberíamos atribuir el mérito: al autor material, es decir la máquina, o al programador humano? Para Elgammal la respuesta está clara: “Hemos creado un programa que podría entenderse como un artista casi autónomo. Ha aprendido los estilos y estéticas existentes, además puede crear imágenes innovadoras propias (…) Como científico creé el algoritmo, pero no tengo ningún control sobre lo que crea la máquina”.
AHMED ELGAMMAL: «Hemos creado un programa que podría entenderse como un artista casi autónomo. Ha aprendido los estilos existentes y puede crear imágenes innovadoras propias».
Según explica el experto licenciado en Ciencia Informática por la Universidad de Maryland, el algoritmo de AICAN se denomina “red creativa de adversarios” porque obliga al programa a competir contra dos oponentes. “Por un lado, trata de aprender la estética de las obras de artes existentes. Y, por el otro, será penalizado si, al crear una obra propia, imita demasiado un estilo establecido”. De modo que no imita. Tampoco copia. Además es capaz de ponerle nombre a los trabajos que hace. ¡Titula sus propias piezas! Por ejemplo La playa de Pourville muestra un paisaje algo desdibujado con un cielo azul que se confunde con los tonos del mar.
Lo cierto es que el trabajo desarrollado en la Universidad de Rutgers de Nueva Jersey no es el único. En París otro grupo formado por el ingeniero informático Hugo Caselles-Dupré y sus amigos Pierre Fautrel y Gauthier Vernier elaboran piezas a partir de algoritmos. Unidos bajo el nombre de Obvious investigan la relación entre arte e inteligencia artificial utilizando GAN (Generative Adversarial Network). Ellos son los ‘autores’ del Retrato de Edmond de Belamy, la pintura subastada en Christie’s Nueva York el pasado mes de octubre.
La jornada de Prints & Multiples de la casa neoyorquina se convirtió en un día histórico, ya que era la primera vez que salía a pujas una obra de este tipo. El lote 363 salió con una estimación de 10.000 dólares, pero escaló hasta los 432.500 dólares tras unos seis minutos de pujas en sala y al teléfono. El comprador que finalmente se hizo con la obra fue un anónimo francés que hizo su oferta por Internet. ¡Ironía de máquinas!
¿Podemos considerar esto arte? Y de ser así; ¿a quién deberíamos atribuir el mérito: al autor material, es decir la máquina, o al programador humano?
En realidad la pintura no es única, ya que existe otra decena de retratos elaborados por Obvious. Según Hugo Caselles-Dupré, “esta nueva tecnología nos permite experimentar sobre la noción de creatividad de una máquina y el paralelismo con el papel del artista en el proceso de creación”. En su caso, defiende no solo la autonomía del algoritmo que ha diseñado, sino su propia capacidad para inventar algo inédito.
“La creatividad es un término muy amplio y puede llegar a malinterpretarse, porque siempre se ha entendido como algo relacionado con los humanos. Al programa se le dio un conjunto de imágenes y él pudo crear otras nuevas que no pertenecían a este conjunto inicial. Ha conseguido transformar el modelo, de modo que ahí existe algún tipo de creatividad”, se defiende el ingeniero ante las críticas por la falta de originalidad de la máquina.
Lo cierto es que el primer paso para crear arte mediante ordenador ya se dio hace dos años, cuando un grupo de científicos, ingenieros e historiadores consiguieron un algoritmo capaz de reproducir o pintar un retrato de Rembrandt. The Next Rembrandt fue un proyecto elaborado por la Universidad de Delft, en colaboración con Microsoft y los museos Mauritshuis y el Rembrandt Museum.
En aquella ocasión fueron necesarios 18 meses de trabajo para analizar cerca de 300 obras del maestro holandés a través de 160.000 fragmentos de sus pinturas, e introducir los datos en la computadora. Esta fue capaz de recrear el estilo, mientras una impresora 3D reproducía la textura de las pinceladas mediante 13 capas de pintura.
Un prodigio que sin embargo despierta los recelos de algunos. Especialmente de los artistas tradicionales de lápiz y pincel, que se muestran escépticos. Para ellos un ordenador no tiene ni imaginación ni creatividad, por tanto difícilmente podría compararse con la mente de Miguel Ángel o Tiziano.
Es posible que el temor a perder su estatus de creadores únicos pueda más que la curiosidad por el funcionamiento de estas máquinas singulares, que pueden llegar a convertirse en sus competidores. De momento, ya comienzan a serlo en el mercado del arte. Sol G. Moreno