La historia de los tres velázquez Wildenstein
Este es el relato de la dinastía de anticuarios más poderosa durante décadas, uno de los pintores españoles más importantes de la historia del arte, dos herederos, una viuda y una deuda millonaria con hacienda.
El anuncio de la venta el próximo mes de febrero en Sotheby’s del retrato de La reina Isabel de Borbón de Velázquez ha revolucionado el mercado. Tal y como conté en mi anterior artículo, los maestros españoles sufren una escasez de tales proporciones que se han quedado atrás en la competición por el podio de los más caros.
Por eso, cada vez que aparece una obra de alguno de ellos de primera línea es complicado no emocionarse, no tanto por la perspectiva de que alguien a quien probablemente no conoceremos desembolse esa cantidad de dinero. Más bien, se abre una breve ventana temporal por la que asomarnos a una pieza del puzle de las mejores colecciones y, también, de los mejores vendedores de arte.
Y con La reina Isabel de Borbón el panorama es especialmente fascinante ya que procede de la colección Wildenstein. Por si a alguien no le suena el apellido, los Wildenstein son la dinastía de anticuarios más importantes del mundo. Sus negocios se remontan al siglo XIX y por sus almacenes han pasado las mejores obras maestras (y, probablemente, todavía están llenas de otras tantas).
Como ocurre con algunas colecciones históricas, la marca Wildenstein da solidez a las atribuciones. A pesar del evidente interés económico de la familia, su posición destacada les ha permitido seleccionar con cuidado lo mejor de lo mejor durante décadas. En el caso de Velázquez, han tenido tres.
Además de Isabel de Borbón, los Wildenstein tuvieron en su poder el retrato de Ferdinando Brandani y Retrato de una muchacha (La contadina). El destino del primero todavía está por escribirse, es improbable que pueda volver a nuestro país –a pesar de ser el deseo de muchos–, aunque su venta parece asegurada como mínimo en los 35 millones de euros estimados por Sotheby’s.
En cuanto a los otros dos, a finales de 2003 y comienzos de 2004 ocuparon las páginas de cultura de los diarios de nuestro país, cuando visitaron los talleres del Museo del Prado para su estudio y posible adquisición. El retrato de la reina también trató de venderse en aquel momento, pero con menos fortuna y mucha más discreción.
Todos sabemos el destino deFerdinando Brandani –antes conocido como El barbero del papa, adquirido por el Estado español por 23 millones de euros tras una negociación que, como publicaron los medios de la época, habían rebajado considerablemente la oferta inicial.
En el caso de La contadina es más complicado. Pero antes de contarlo, conviene comprender por qué la familia Wildenstein, conocida por el secretismo de sus negocios, puso a la venta sus Velázquez de una manera tan pública.
Como suele ocurrir con estos temas, todo comienza con un funeral. Cuando Daniel Wildenstein murió en 2001, dejó como principales herederos de su fortuna a su segunda mujer, Sylvia Roth, y a sus dos hijos, Alec y Guy (quien acabó haciéndose con el control de la galería).
Hasta ese momento, nadie entraba por casualidad en su sede neoyorquina: una townhouse construida por la propia familia en el Upper East Side en 1932. La galería Wildenstein no era un lugar acogedor –en el más popular de los sentidos–, era un lugar en el que la palabra “librea” no desentonaba.
La escena de un cliente yendo a comprar una pintura sería algo así: dos miembros del servicio uniformados le acompañarían a un salón con las paredes forradas de seda y le mostrarían la obra en cuestión. Nada de visitas improvisadas y nada de husmear.
Durante la mayor parte de la historia de la galería, su posición era tan destacada por encima de sus competidoras que ni siquiera atendían ferias. Pero todo cambió gracias a Sylvia.
La segunda mujer de Daniel Wildenstein era la viva imagen del privilegio de Park Avenue, una de aquellas esposas que Tom Wolfe llamó “radiografías sociales” en La hoguera de las vanidades: rubia, delgada y con una capacidad para el gasto nunca antes vista en la historia de la humanidad.
Las herencias son cosas serias y más aún cuando está en juego una fortuna que The New York Times describió como “estimada entre 43 millones y 4 mil millones de dólares”. De alguna manera, Alec y Guy convencieron a su madrastra para que renunciase a su parte de la herencia –a cambio de una millonaria asignación anual– para evitar problemas fiscales.
Cuando la asignación no llegó y la viuda se dio cuenta de su error, denunció a sus hijastros y desembocó una batalla legal que la sobreviviría a ella –fallecida en 2010– y que hasta hoy sigue afectando a la saga de galeristas.
Los problemas con el fisco estadounidense, que les llegó a reclamar 200 millones de dólares de impuestos, supusieron que los Wildenstein tuvieron que bajar al mundo de los mortales y hacer negocios de una manera distinta a la que estaban acostumbrados.
Fue así como a finales de 2003 y comienzos de 2004 los tres velázquez aparecieron en el mercado. El retrato de Isabel de Borbón no llegó a abandonar el almacén neoyorquino donde se encontraba, pero hasta nuestro país viajaron el retrato deFerdinando Brandani y La contadina.
Esta última, tal y como publicó ABC en su momento, se importó temporalmente para su estudio por la galería Caylus, que acabó vendiéndolo a una colección neoyorquina. Los anticuarios también gestionaron temporalmente el retrato de la reina, sin llevar a buen puerto la transacción, aunque tuvieron más suerte con una réplica de taller, procedente de la colección de Guzmán Ponce de León, gobernador de Milán, y anteriormente al príncipe de Ascoli.
Volviendo a Brandani y La contadina, los retratos coincidieron en el taller de restauración del Museo del Prado, donde todavía era común que llegasen obras del mercado para su valoración (más aún cuando el Estado podía tener interés en su adquisición, como era el caso). Ahora se sabe que ambos cuadros los pintó Velázquez durante su segundo viaje a Italia, pero en 2004 su identificación y atribución no estaba tan clara.
ABC publicó un artículo firmado por Jonathan Brown y la contestación de Alfonso E. Pérez Sánchez que demuestran lo encendido que estuvo el debate. Brown echó por tierra la atribución a Velázquez del retrato, que por aquel entonces se conocía como La gallega y, a cambio, Pérez Sánchez la defendió apuntando que «no advertir en ella la huella del pincel sobrio y sensible de Velázquez […] es ceguera imperdonable».
Tras el cierre de la compra del retrato de Ferdinando Brandani por el Estado en 23 millones, hubo un momento en el que se pensó que La contadina podría correr la misma suerte a cargo de la constructora ACS que negoció la dación en pago de impuestos de la pintura por 20 millones de euros. No pudo ser, y sus actuales propietarios desde Nueva York no tienen motivos para una donación semejante.
Tampoco es probable que el retrato de Isabel de Borbón vuelva a España. En la batalla campal del mercado internacional de los velázquez de Wildenstein nuestro país ha ganado en una de tres ocasiones. Dadas las circunstancias, no es un mal resultado. Héctor San José.