La exuberancia creativa de Néstor en el Reina Sofía

La exuberancia creativa de Néstor en el Reina Sofía

Un creador polifacético y brillante como Néstor Martín-Fernández de la Torre (Las Palmas de Gran Canaria, 1887-1938) merecía una antológica como la que ahora le dedica el Museo Nacional Reina Sofía, organizada en colaboración del Museo Néstor de Las Palmas y del TEA Tenerife Espacio de las Artes . Néstor murió joven, con solo 51 años, pero nos ha legado un gran conjunto de piezas de un artista difícil de encasillar por su exuberante personalidad que le llevó a cultivar diferentes disciplinas. Se han reunido más de 200 obras, seleccionadas por el historiador y comisario Juan Vicente Aliaga. La retrospectiva permanecerá abierta desde mañana y hasta el 8 de septiembre y después viajará al TEA Tenerife.

En la presentación Manuel Segade, director del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, señaló que Néstor es una figura poco conocida para el público general y esta exposición nos permite visibilizar a un artista polifacético de las cuatro primeras décadas del siglo XX. Por su parte José Carlos Acha Domínguez, presidente del TEA Tenerife Espacio de las Artes, agradeció al Reina Sofía y a los cedentes de las obras, museos y particulares, la cesión de obras y destacó la dimensión de la canariedad de un artista como Néstor, donde tras sus periplos viajeros por España y Europa no perdió sus raíces-

Daniel Montesdeoca, director del Museo Néstor de las Palmas de Gran Canaria, y buen conocedor de la trayectoria del artista canario al que ha dedicado más de dos décadas de investigación y reiteró su agradecimiento por el trabajo de grupo que se ha desarrollado. Calificó a Néstor como un virtuoso y añadió que no se quedó en la superficie del arte sino que ahondó en la esencia canaria tan presente en su obra.

Y por último, el comisario e historiador Juan Vicente Aliaga manifestó que su propuesta artística chocó con la disciplina que impuso Miguel Primo de Rivera y su exaltación de la masculinidad. El confiaba en la libertad creativa y no siguió las pautas establecidas en torno a la moral y además su polifacetismo le llevó a abordar diferentes disciplinas, bien por herencia familiar, la música y la arquitectura, o por la curiosidad que siempre tuvo a lo largo de su vida.

Con esta exposición, el Museo Reina Sofía pretende rescatar del olvido a un pintor inclasificable, que se movió entre el modernismo, el decadentismo y el simbolismo, y cuya obra mostró una profunda fascinación por los cuerpos andróginos, con una sensualidad y homoerotismo que desafió los estándares morales de su tiempo. El lema ex tota vita ut opus faciamus artis necesse est / es necesario que hagamos de toda la vida una obra de arte, preside la vida y la obra de este pintor canario.

Plasmó su arte en diferentes disciplinas: pinturas de estilos diversos, murales, arquitectura y escenografías teatrales de autores tan destacados como Manuel de Falla o la Argentina.

Nacido en el seno de una familia acomodada, Néstor fue un artista reconocido internacionalmente en su época, el primer tercio del siglo XX, que murió prematuramente, con 51 años, y dejó inconclusa su obra más ambiciosa, el Poema de los Elementos (agua, tierra, aire y fuego). De este proyecto solo llegó a exponer el Poema del Atlántico (ocho lienzos). El Poema de la tierra (cinco obras terminadas y tres más inconclusas), con un alto contenido erótico-sexual, permaneció en gran medida invisible.

En estas series épicas de grandes pinturas, en las que los cuerpos masculinos y femeninos se funden en composiciones llenas de barroquismo y fantasía, el artista canario explora los principios esotéricos de la masonería, el erotismo y la representación de lo autóctono canario a través de la flora, la fauna y la profundidad insondable de sus aguas. En el Reina Sofía se han reunido obras centrales en su trayectoria.

Néstor Martín-Fernández de la Torre, nacido en Las Palmas de Gran Canaria, se desplazó pronto a la península, primero a Madrid, donde inició su periodo de formación, y después a Barcelona, donde vivió de 1907 a 1913, frecuentando los círculos modernistas. Fue bien recibido en la capital catalana, expuso su obra en la sala Parés, con grandes críticas de Eugeni D’Ors entre otros.

En 1913 se trasladó de nuevo a Madrid donde conoció a Valle- Inclán, Lorca y a un joven Dalí que quedó prendado por la audacia proto surrealista de su obra. Viajó también a Londres, París y Bruselas y asumió algunos rasgos de los prerrafaelitas, de Whistler y de los simbolistas europeos como Gustave Moreau o Franz Von Stuck. Vivió en la capital francesa junto a su pareja, el compositor Gustavo Durán, durante una década. En París tuvo una gran reconocimiento internacional, especialmente tras su exposición en la Galería Charpentier en 1930.

Sin embargo, en 1934 tras su ruptura con el músico  regresó a Las Palmas también preocupado por los problemas económicos que le afectaron desde la crisis de 1929.  Cuatro años después murió de forma inesperada por una neumonía. Desde su fallecimiento su obra fue cayendo paulatinamente en el olvido pero su huella sí permaneció en el arte español posterior, a pesar del declive que tuvo el simbolismo como corriente y que él practicó durante parte de su trayectoria.

Su relación con la masonería y el ocultismo o su papel de promotor de la cultura e identidad canaria a través de proyectos como el diseño y construcción del Parador de Tejeda o la serie de paisajes Visiones de Gran Canaria (1928- 1934), son otras de las facetas que se abordan en esta exposición

El comisario ha estructurado la exposición en diez capítulos que ocupan la primera planta del Edificio Sabatini, donde además de sus composiciones plásticas podemos encontrar  una extensa recopilación de publicaciones relacionadas con Néstor: libros, cuadernos, revistas, pósters, postales y fotografías, que se exponen en varias vitrinas y que nos dan una visión integral de un creador único.

La primera sala se centra en sus inicios, cuando Néstor está buscando su identidad como artista. Desde muy joven se vio que estaba muy dotado para el dibujo y gracias a su madre primero tomó clases con el pintor catalán Eliseu Meifrén en Barcelona y más tarde en Madrid con Rafgael Hidalgo de Caviedes, donde ya vieron la luz sus primeros retratos y escenas en la calle. Néstor pintó a su madre, a su hermano y se autorretrató. Una obra que cuelga en esta sala es Adagio (1903), que le sirvió para indagar en el mundo simbolista a través del mito de Leda y el cisne con una gran carga sexual.

Los años que vivió en Barcelona, desde 1907 a 1913, le hicieron participar en un período de gran vida cultural en la capital catalana. De ese sexenio nos ha legado importantes piezas llenas de cromatismo: La hermana de las rosas (1908) y Retrato de Enrique Granados (1909-1910), incluso de un lienzo de grandes dimensiones como Epitalamia o las bodas del príncipe Néstor, que se exhibió en Bruselas en 1910, y donde el pintor canario presenta dos figuras cogidas de la mano, a la izquierda, un retrato del pintor y a la derecha su propia versión travestida y feminizada. Fue una obra que suscitó polémica; o El jardín de las Hespérides (1909) que enlaza con la pintura del prerrafaelita Edward Burne-Jones. Café Levante. En esta primera fase de formación, retrata a su hermano, su madre, a sí mismo y en el marco de una exposición colectiva

En la siguiente sala late una sensación de decadencia en la que Néstor ahondó en personajes ambiguos y refinados, seres etéreos y sensuales que se escapan de los cánones binarios de la época. Su estilo se nutrió de guiños literarios e imaginarios, así como de una serie de figuras de físico andrógino como Un caballero inglés (1910) o Estampa romántica (1910-1913), así como una composición como  Los siete vicios (1913), de trasfondo homoerótico, que acompañaba un poema de Rubén Darío.

Quizás su proyecto más ambicioso fuera El Poema de los Elementos, el que trabajó toda su vida desde 1913 sin llegar a concluirlo por su inesperado fallecimiento en 1938. Este impulso artístico obedecía a un deseo casi quimérico: la construcción de una suerte de capilla, el Palacio de los Elementos, donde presentar cuatro grandes murales dedicados a las cuatro estaciones y cuatro momentos del día: aurora, mediodía, crepúsculo y noche. Es una obra que se nutre del simbolismo cercano al proto surrealismo, los principios de la masonería, un erotismo exuberante y mayormente homoerótico y una exaltación de lo canario, centrado en la flora y lo marítimo.

El Poema del Atlántico o El poema del mar (1923) consta de ocho lienzos que llevan por título: Amanecer, Mediodía, Tarde y Noche. Y Bajamar, Pleamar, Mar en borrasca y Mar en reposo. En esta serie, comparten espacio enormes y desproporcionados peces con jóvenes desnudos suspendidos en las aguas que provocan una visión fantástica donde conviven las sensaciones de sueño, pesadilla, temor y placer. Mar en Reposo, que es el lienzo que cierra El poema del mar, muestra dos cuerpos masculinos desnudos, uno de los cuales, el de cabellos dorados es Gustavo Durán, un joven músico que fue pareja del artista durante una década, como una de las muestras más destacadas del amor entre dos hombres.

En el Poema de la tierra, late el simbolismo masónico como la representación de la sexualidad en cuerpos que concilian el género femenino y masculino, donde están presentes algunas especies de la flora canaria: cardones, dragos e higueras del Himalaya…).  La serie la componen ocho obras, tituladas Orto, Mediodía, Véspero, Noche y Primavera, Verano, Otoño e Invierno, tres de ellas inconclusas, que están en esa sala central de la retrospectiva y que proceden como las anteriores, de la Fundación Museo Néstor de las Palmas de Gran Canaria.

En la quinta sala, dedicada a las Feminidades: entre la españolidad y el cosmopolitismo, Néstor eligió un estilo propio para sortear las principales corrientes de esos años, aunque atento a lo que demandaba el mercado. Y ahí podemos contemplar pinturas, dibujos y grabados que representan a la mujer española ataviadas con trajes elegantes, regionales o de maja y manola. Buenos ejemplos son Mantillas (1915) o El garrotín (1928);  Señorita Acebal (1914) que sigue la estela simbolista o Marquesa de Casa Maury (1931) está próxima al art decó cosmopolita, mientras que Requiebro (1930) se identifica plenamente con el folklorismo español.

La mitología sexualizada y el universo de los sátiros fue para Néstor una fuente de inspiración constante. Las leyendas y el misterio eran una posibilidad de expresar los deseos en una sociedad normativa y puritana como la que le tocó vivir. Eligió a un sátiro de origen griego,  caracterizada por su cornamenta, patas de macho cabrío y cuerpo masculino, está asociada a deidades  como Dionisos, Pan y Príapo. Hay una mirada lasciva y unos cuerpos torneados y se convirtió casi en un género desde su juventud a su madurez.

La influencia de la música es otra constante en algunos períodos de su vida y durante varios años pudo desarrollar un gran talento escenográfico. Creó la escenografía de  El amor brujo de Manuel de Falla, estrenado en el Teatro Lara en 1915, donde demostró sus dotes vanguardistas en los decorados y el vestuario, capaz de dotar una atmósfera espectral.  Más tarde colaboró con la bailarina Antonia Mercé, la Argentina, en El fandango de candil  (1927) que se estrenó con éxito en Francia y Alemania, donde los decorados revelan una concepción del espacio escénico sumamente atrevida, cuyos encuadres se inspiran en la estética fotográfica de la Nueva visión y el cine expresionista alemán.

Pocos días antes del estallido de la Guerra Civil española participó con una escenografía muy rompedora en la puesta en escena de La sirena varada de Alejandro Casona, incorporando algunos elementos  próximos al repertorio surrealista como son el ojo, la oreja, los labios o las alas.

La octava sala reúne su proyección como muralista porque consideraba que este tipo de pintura podía ser un medio muy efectivo para hacer realidad uno de sus lemas vitales: «una vida rodeada de belleza» y se supo inspirar en detalles renacentistas para el conjunto que hisco para la Sociedad El Tibidabo en su etapa barcelonesa, junto a otros posteriores que hizo para el Teatro Pérez Galdós en Las Palmas y otros que hizo como Alegoría del Mar y Alegría Tierra para el Casino de Santa Cruz de Tenerife.

Su polifacetismo tiene la penúltima sala como eje y ahí podemos ver un retrato de su amante, el músico Guatavo Durán, con el que compartió una década de su vida; su labor como diseñador de telas; su acercamiento a la arquitectura , donde sobresalen esos dibujos que hizo para el Albergue de la Cruz de Tejeda y el Pueblo Canario, que más tarde vieron la luz gracias a los proyectos de su hermano, Miguel Martín-Fernández de la Torre.

Y como colofón en la sala 10, el influjo de la canariedad en su obra y como promoción de la cultura popular. Las Canarias y la insularidad estuvieron siempre en toda su trayectoria y especialmente en El poema Atlántico, que esboza la realidad canaria, el paisaje, la flora y la fauna autóctona, algo que cobró nueva vigencia cuando regresó a Canarias en 1934. Y en ese espacio cuelgan sus Visiones de Gran Canaria (1928-1934), donde lo canario se entremezcla con lo mediterráneo.