La escultora Luisa Roldán y su contexto en Valladolid
Con la exposición Luisa Roldán. Escultora real, el Museo Nacional de Escultura salda su deuda pendiente con la más famosa de nuestras artistas del Siglo de Oro. Un proyecto largamente buscado que permite visibilizar los esfuerzos de la institución en los últimos años por ir incorporando manifestaciones de su arte a la colección del museo estatal. TEXTO: Roberto Alonso Moral
En realidad, la Roldana había sido objeto de deseo desde la creación del museo vallisoletano, aunque no consiguió colmarlo la compra en 1950 de un Niño Jesús que ha encontrado mejor acomodo bajo la atribución del gran renovador del barroco sevillano José de Arce.
Esa compra fallida, que ahora –a manera de nota histórica– figura en la propia exposición, no permitió cumplir tal anhelo hasta el año 2017, cuando pudieron adquirirse sus primeras obras autógrafas: un relieve de la Virgen de Atocha y un conjunto de 19 piezas de una Cabalgata de los Reyes Magos, poco antes presentada en las páginas de ARS Magazine.
A diferencia de la primera y hasta ahora única muestra dedicada a la gran escultora celebrada en 2007, la retrospectiva que se presenta en Valladolid tiene el mérito de contextualizar 32 piezas suyas con otros coetáneos con quienes se relaciona en inteligente entendimiento.
Debe reconocerse este acierto a los dos comisarios de la exposición, Miguel Ángel Marcos Villán, conservador del Museo Nacional de Escultura, y Pablo Amador Marrero, investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM de México. Ambos han trabajado en equipo, demostrando hasta que punto es necesaria la conjunción museo-universidad en proyectos expositivos.
Una reflexión historiográfica abre la primera sala, rescatando con toda justicia la labor de Elena Amat, autora de una pionera tesis doctoral dedicada a la artista. Defendida en la Universidad Central en 1927 y aún inédita, lo será por poco tiempo, pues el propio museo anunciaba su inminente publicación en la presentación a los medios.
Rápido la exposición se adentra en el contexto de aprendizaje de la escultora en el taller de su padre y maestro Pedro Roldán, con obras excelsas salidas de su gubia como el San Roque del Retablo mayor de la iglesia de la Santa Caridad de Sevilla. En esa sección pueden verse igualmente un Santo Domingo de su hermana María Josefa Roldán, también escultora e integrante de ese gran engranaje empresarial levantado por el patriarca, junto a obras del epígono más joven, el nieto Pedro Duque Cornejo. Aquí se invita a repensar el funcionamiento del taller, muchas veces pasado por alto y en el que participó de manera sobresaliente la artista.
La actividad de la escultora en Sevilla y Cádiz, ya independiente de su padre, constituye otra sección de la exposición, en la que se ahonda y se da el justo lugar a la colaboración con su marido Luis Antonio de los Arcos, que pasó a la sombra en su etapa cortesana, pero que debió tener un papel en el sostenimiento del taller familiar. Como obras maestras de esa etapa, han venido esculturas del paso de la Exaltación para la Hermandad del mismo nombre en Sevilla, y los Santos Servando y Germán de la Catedral de Cádiz, contratados en 1687 en colaboración de su cuñado el policromador Tomás de los Arcos (que también ahora encuentra su sitio).
La cita alcanza su punto culminante en el capítulo dedicado a la Roldana en la corte, donde su obra se confronta con la de otros que alcanzaron el rango de escultores del rey como Giovanni Battista Morelli o Nicolás de Bussy. Otro acierto ha sido mostrar su arte junto al del escultor Nicola Fumo o el pintor Luca Giordano, savia nutricia de sus años cortesanos, santo y seña del gusto imperante en los palacios de Carlos II.
Emociona ver, juntos por primera vez, los dos Niños Jesús Nazareno de la Real Congregación de San Fermín de los Navarros de Madrid y del Convento de San Antón de Granada realizados esos años, el primero de ellos encargado por la mismísima reina Mariana de Neoburgo.
La exposición sigue discurriendo entre deliciosos grupos de barro, esas “alhajas” de las que habla la propia escultora,algunos de ellos exquisitos tesoros aún en colecciones particulares y por tanto difíciles de contemplar en público. Desde la Educación de la Virgen o el Nacimiento con san Gabriel y san Miguel, el recorrido llega al Tránsito de la Magdalena, última y recientísima adquisición del Museo Nacional de Escultura.
El recorrido concluye con una incursión en los estudios de materialidad, a partir de las restauraciones ultimadas para la ocasión, fruto de esa otra colaboración necesaria en todo proyecto expositivo: el de los equipos de restauración y la academia.
Con esta exposición el Museo Nacional de Escultura culmina de forma brillante un anhelo que no quedará como proyecto pasajero, pues gracias a las adquisiciones iniciadas hace poco más de un lustro, se dará lugar de honor a una de las grandes protagonistas de nuestro barroco español.