La conciencia de Goya en la Real Academia de San Fernando

La conciencia de Goya en la Real Academia de San Fernando

Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos, 1746- Burdeos, 1828)  es uno de los grandes artistas de la historia de la pintura, con una vida muy vinculada a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, a la que estuvo unido como director de Pintura y director honorario de la Corporación. Ahora la Real Academia le dedica una exposición muy ambiciosa, Goya. El despertar de la conciencia, comisariada por Victor Nieto Alcaide, director del Museo, que incluye 28 pinturas, seis dibujos y cerca de 300 estampas y matrices de cobres grabadas por el maestro aragonés.

Esta exposición, que cuenta con la colaboración del Palazzo Reale, 24 Ore Cultura y Fundación Ibercaja, permanecerá abierta hasta el 23 de junio. En ella se quiere destacar tanto su obra como su fuerte personalidad, además de comprobar la evolución que tuvo desde sus obras iniciales hasta las que hizo en su madurez, lo que revela las profundas diferencias estilísticas y temáticas, que oscilan desde su academicismo inicial, que se explican por el contexto artístico imperante, hasta llegar a un período aún si cabe más libre para poder expresar una actitud vital y crítica de un fino observador de lo que acontecía en la España de las primeras décadas del siglo  XIX.

En la presentación, el director de la Real Academia de San Fernando, Tomás Marco, señaló que esta exposición es el resultado de un proceso amplio, que tuvo su primer episodio en una exposición que tuvo lugar primero en el Palazzo Reale de Milán con el título Goya. La rebelión de la razón, aunque la de Madrid es diferente porque comparte una idea común pero incorpora todas las planchas de cobre y sus estampas realizadas por el maestro de Fuendetodos, y que han sido recientemente restauradas.

Por su parte, Víctor Nieto Alcaide subrayó que no es una exposición más de Goya porque ese conjunto de planchas restauradas transmiten muchos elementos significativos de su talento porque nos permite observar la transformación que se produjo en su conciencia como artista y ciudadano. «En Goya aparece la prospección del sentimiento y eso inaugura la pintura contemporánea. Era un ilustrado y el grabado le ayudó a difundir los temas imperantes de su obra». Y añadió que la pintura de Goya podríamos definirla como una pintura ‘sin estilo’, aunque siempre fiel a la representación pero que rompe con los estilos dominantes de su tiempo, si bien siempre apuesta por la expresividad.

Francisco de Goya. Joaquina Candado Ricarte, h. 1802-1804. Óleo sobre lienzo. Valencia, 169 x 118 cm. Museo de Bellas Artes, colección de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia
Francisco de Goya. Leandro Fernández de Moratín, 1799. Óleo sobre lienzo, Madrid, 73 x 56 cm. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Museo

El comisario ha estructurado la exposición en cuatro secciones: El pintor, la norma y la clientela; El despertar de la conciencia; Una pintura al margen del estilo; y La expresividad de la razón, que conforman un conjunto amplio que ahonda en los cambios estilísticos y temáticos de Goya, junto a las posibilidades que le brindaba su maestría en el grabado.

En esa primera parte se exhiben diez pinturas de un creador que ya gozaba de gran prestigio y que recibía numerosos encargos. Tenía una gran consideración y ya era académico en la década de los años 80 del siglo XIX. Además de esa serie de niños jugando que pintó entre 1775 y 1785, caben destacar piezas como Autorretrato con caballete, en la que Goya se representa seguro de sí mismo; el retrato de Mariano Goya Goicoechea, Marianito; la sobriedad de Joaquina Candado Ricarte  (1802-1804) o ese retrato abocetado de perfil del Duque de San Carlos (1815).

Francisco de Goya. Caprichos 61, Volaverunt h.1797-1799. Lámina de cobre. Aguafuerte y aguatinta y punta seca. Madrid, Real Academia de Bellas Artes de san Fernando, Calcografía Nacional
Francisco de Goya. Vuelo de brujas, 1797. Óleo sobre lienzo. Madrid. 43,3 x 30,5 cm. Museo Nacional del Prado. © Archivo fotográfico del Museo Nacional del Prado
Francisco de Goya. El entierro de la sardina, 1808-1812. Óleo sobre tabla, Madrid, 82 x 60 cm. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Museo

Además podemos ver su destreza en seis dibujos: una vista de Madrid desde la pradera de San Isidro (1788), a lápiz; Cuaderno de Madrid 6. Dios la perdone y era su madre, una aguada de 1794-1795; Mujeres lavando, pluma y aguada de gran expresión gestual; Fraile muerto (1821-1824); Vínculos indisolubles (1816-1820); y La pirámide (1788-1808).

En la sección El despertar de la conciencia cuelgan o se exhiben en vitrinas las planchas de cobre de la serie completa de Los Caprichos (1797-1799), junto a las estampas de la misma serie, lo que revela a un artista de profundas inquietudes para captar lo que sucedía a su alrededor y eso le fue transformando debido a su entorno ilustrado.

Un buen ejemplo de ese entorno queda reflejado en el retrato que hizo en 1798 de Gaspar Melchor de Jovellanos, hoy en la colección del Museo del Prado, que era uno de los más ilustres representantes de la Ilustración española y que Goya probablemente fijó su imagen cuando aquél era Ministro de Gracia y Justicia. Su actitud pensativa, su sobriedad y elegancia melancólica, convierten esta imagen en un símbolo de la admiración que suscitaba ese intelectual en Goya.

Y en esa misma sala mencionar su magisterio como retratista en esa galería de hombres ilustres como Juan de Villanueva, Leandro Fernández Moratín, Rafael Esteve, José Luis Munárriz, todos realizados con sobriedad y gran  capacidad introspectiva.

En Una pintura al margen del estilo se centra la mirada en la fluidez y espontaneidad de la pintura de Goya frente al rigor que seguía teniendo cuando dibujaba. Cada vez su plástica se fue haciendo más expresiva. Y ahí encontramos óleos emotivos como El lazarillo de Tormes (1808-1812), Fusilamiento en un campo militar (1808-1812); o su modo singular para captar el carnaval en El entierro de la sardina (1808-1812).

Hay una obra anterior Vuelo de brujas (1797), donde representa a tres personajes, vestidos con faldillas, con el torso desnuco y tocados con capirotes en forma de mitra.  Debajo dos hombres vestidos de campesinos parecen haber alcanzado la cima de la montaña en una reflexión sobre la ignorancia  y la superchería, tal vez simbolizado en ese asno que está parado más abajo. Sin dejar de mencionar los grabados de la serie Los Desastres de la guerra (1810-1815), en la que Goya reveló su empatía con notable libertad compositiva y temática.

Francisco de Goya. Casa de locos, h. 1814-1816. Óleo sobre tabla. Madrid. 45 x 72 cm. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Museo

En la última sección, La expresividad de la razón, cuelgan óleos como Asalto a la diligencia (1786-1787) o esa serie que pintó entre los años 1808-1812, en la que fijó con su paleta, cada vez con menos color, Vagabundos descansando en una cueva, Hospital de apestados, Casa de locos, Escena de inquisición, Procesión de disciplinantes, o ese Autorretrato de 1815, cuyo rostro refleja otro estado de ánimo diferente al que había pintado 30 años antes.

Y las series de Disparates (1815-1824) y La Tauromaquia (1814-1816) con las planchas y estampas en el Gabinete Goya conforman un conjunto de piezas de madurez de Goya, donde tal vez su modo expresivo de concebir el arte refleje cómo encaraba el mundo en su vejez.

Francisco de Goya. Autorretrato, h. 1815. Óleo sobre tabla, Madrid. 46 x 51 cm. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando