La búsqueda de la belleza de Helen Frankenthaler en el Guggenheim Bilbao

La búsqueda de la belleza de Helen Frankenthaler en el Guggenheim Bilbao

Desde mañana y hasta el 28 de septiembre el Museo Guggenheim Bilbao presenta Helen Frankenthaler: Pintura sin reglas, una exposición organizada por la Fundación Palazzo Strozzi de Florencia y la Fundación Helen Frankenthaler de Nueva York y que cuenta con el patrocinio de la Fundación BBVA. La selección de piezas abarca todo el universo plástico de la artista neoyorquina, desde 1953, en esa treintena de abstracciones poéticas, hasta 2002. Y junto a sus obras es un privilegio disfrutar de las creaciones de algunos de sus coetáneos como Anthony Caro, Morris Louis, Motherwell, Noland, Pollock, Rothko o David Smith, observándose las diferentes interacciones en ese conjunto de pinturas y esculturas de un grupo decisivo en el devenir del arte de la segunda mitad del siglo XX.

Es una muestra muy ambiciosa, comisariada por Douglas Dreishpoon, director del catálogo razonado de Helen Frankenthaler  (Nueva York, 1928- Connecticut, 2011). En la presentación también han participado la directora del Museo Guggenheim Bilbao, Miren Arzallus; Elizabeth Smith, directora ejecutiva de la Fundación Frankenthaler; Arturo Galansino, director del Palazzo Strozzi; y Silvia Churruca, directora de Comunicación y Relaciones Institucionales de la Fundación BBVA.

El recorrido permite observar el papel protagonista que la artista tuvo en la transición del Expresionismo Abstracto a la pintura de los Campos de Color, contextualizando ese periodo de gran efervescencia artística en los Estados Unidos y también cómo supo caminar con singularidad en unos años importantes de la creación contemporánea. Algo visible en sus composiciones  durante más de cinco décadas, que sigan siendo plenamente reconocibles de una artista poco complaciente con lo que hacía y en una búsqueda constante de formas y uso de materiales.

Uno de sus rasgos más conocidos quizás sea su modo de desarrollo de la técnica de empapar y manchar, tanto sobre lienzo como sobre papel, demostrando una gran versatilidad como escultora, ceramista, tejedora o al dedicarse al grabado. Ese áurea polifacética y su deseo de no encasillarse hizo que sus innovadoras obras actualmente formen parte de las colecciones de algunos de los museos de arte contemporáneo de varios países.

Dos pinturas monumentales de la exhibición han sido adquiridas por el Guggenheim Bilbao para su colección. Una de ellas, Santorini (1965) es un homenaje a la isla griega del Egeo, en la que la artista sintetizó lo amorfo y lo geométrico para simbolizar la tierra, el mar y el cielo. La otra es una obra de 1991, Réquiem, una composición de la que emana de los colores oscuros una luz infinita que atenúa lo lúgubre.

Helen Frankenthaler. Santorini, 1966. Acrílico sobre lienzo. 269,2 x 175 cm. Museo Guggenheim Bilbao. Donación de Helen Frankenthaler, Inc. © 2025 Helen Frankenthaler Foundation/ VEGAP.
Frankenthaler en su estudio de la Tercera Avenida con 'Alassio' (1960, obra en progreso), Nueva York, 1960. Helen Frankenthaler Foundation Archives, Nueva York. Foto: Walter Silver © The New York Public Library/Art Resource, Nueva York. Material gráfico. © 2025 Helen Frankenthaler Foundation, Inc./Artists Rights Society (ARS), New York /VEGAP

El recorrido sigue un criterio cronológico, desde los años 50 hasta la primera década del nuevo siglo y eso hace que la lectura nos enriquezca a través de una mirada inconformista y en búsqueda constante. De esa primera década cabe mencionar cómo le influyeron las pinturas de Jackson Pollock y su proceso innovador para producir sus composiciones. Esa interacción con el artista le llevó a cultivar una espontaneidad en el dibujo y a proyectar su imaginación a partir de esos signos, símbolos y escenas pictóricas. Todo ese misterio de Pollock le llevó a considerar que la pintura fuera un proceso abierto, que tenía su correspondencia en el dibujo de Frankenthaler.

Una obra de ese período, Montañas y mar (1952), junto a otras de esa década ya revelaban un gran talento y una apuesta por el color. Mientras que en Pared abierta, datada un año después, supo dotar al muro de un estilo abierto y surcado por franjas de luz y color, en ese difícil equilibrio entre espacio y límite, en esa compleja “interacción de espacios y yuxtaposición de formas”, según definió la propia artista.

La década de los años 60 supuso un cambio en su pintura. Junto a su marido, el pintor Robert Motherwell, pasaron algunos veranos en Cape Cod, en la costa de Masachusettts. Desde los ingrávidas nubes de Tutti-Frutti (1966), algo optimista como su sonrisa en esos años, hasta El Límite humano (1967). Algo más tarde introdujo en sus composiciones imperfecciones y humor, a la par que reflejó su socialización con artistas a los que admiraba como el escultor David Smith. Ambos compartían su rechazo a las reglas, alternando piezas que desprendían alegría y tristeza. Y una prueba de ello es una escultura sin título, Zig VI de Smith, realizada en 1964, que asemeja una especie de juguete infantil.

La amistad y el amor ocuparon un espacio muy relevante en su vida. Estuvo casada 13 años con Robert Motherwell pero también estableció vínculos con los Rothko; la influencia que la obra y las ideas de Mark Rothko tuvo para ella a la hora de encarar la abstracción, sin olvidar la amistad que mantuvo con David   Smith, lazos que le acompañarían siempre.

En los 70, tras su divorcio con Motherwell, Helen Frankenthaler se reinventó y decidió viajar intensamente por Italia, Francia, Suiza. Austria, Bélgica e Inglaterra. Tras su vuelta a los Estados Unidos se alquiló una casa en Connecticut, donde pasaba más tiempo fuera de su ciudad natal, Nueva York. Más tarde se construyó un nuevo estudio en una casa en Shippan Point y desde allí veía el estrecho de Long Island con una vista panorámica que trasladaría a su pintura como se observa en Ocean Drive West #1 (1974).

De esa década son también Mañanas (1971) que desprende ese aire de formaciones geológicas, casi siempre con cierta ambigüedad; Azul móvil (1973), una pintura horizontal de gran formato con ese modo de extender las manchas dentro del espacio, que le hicieron afirmar “No hay nada más plano que un lienzo plano. Respetamos el juego y los riesgos de, en cierto modo, embaucar a esa superficie para crear una luz espacial móvil”.

Helen Frankenthaler. Mañanas, 1971. Acrílico sobre lienzo. 294,6 x 185,4 cm. Helen Frankenthaler Foundation, New York. © 2025 Helen Frankenthaler Foundation, Inc./Artists Rights Society (ARS), New York/VEGAP Foto: Rob McKeever, cortesía: Gagosian
Helen Frankenthaler. Mesa Matisse, 1972. Acero. 209,6 x 134,6 cm. Helen Frankenthaler Foundation, Nueva York. © 2025 Helen Frankenthaler Foundation, Inc/Artists Rights Society (ARS), New York/VEGAP. Foto Jeffrey Sturges, cortesía: Helen Frankenthaler Foundation, New York

En los años 80 cuando Helen Frankenthaler estaba en su madurez creadora le obligó a repensar cómo podía mantener un equilibrio entre su estancia en Nueva York con su necesidad de estar cerca del mar, donde ella vivía y creaba con más tranquilidad. Seguía siendo muy curiosa y quería impregnarse de lo más valioso de la historia del arte para seguirse inspirándose en Tiziano, Velázquez, Rembrandt y Monet, entre otros, atraída por la luz de esos pintores clásicos, uno de sus grandes hallazgos para sus pinturas. En esas obras ella supo reconocer detalles abstractos que luego proyectó en Luz oriental (1982), Catedral (1982), Madrid (1984) y Contemplando las estrellas (1989).

Y con ese paso fructificó una mayor espontaneidad combinada con una pintura más reposada durante la última década del siglo pasado. Buen ejemplo de ello son sus composiciones Jano (1990), Yin Jang (1990) en esa confluencia de los opuestos. Mientras que La huella del rastrillo (1991) y Jardín de fantasía (1992) fueron el reflejo de su experimentación, aunque sin olvidar cuestiones existenciales en Sueño prestado (1992) y Vorágine (1992).

Ya en el nuevo milenio y en la última década del anterior, Frankenthaler siguió pintando y nos legó algunas obras tardías como Cassis (1995), en esa pulsión constante que buscaba la belleza, y en esa dirección también su Exposición al sur (2002), y Conduciendo hacia el este (2002) donde con gran sutileza ahonda en la ambigüedad del final del trayecto en esa idea del amanecer frente al atardecer. Tal vez una reflexión sobre últimos años como artista y como ser humano.

Mark Rothko. Sin título, 1949. Óleo y técnica mixta sobre lienzo. 228,9 x 112 cm. National Gallery of Art, Washington, Donación: The Mark Rothko Foundation, Inc., 1986.43.158 © 1998 Kathe Rothko Prizel & Christopher Rothko/VEGAP, Bilbao, 2025
David Smith. Sin título (Zig VI), 1964. Acero y pintura. 200,3x112,7x73,7 cm. The Estate of David Smith, Nueva York. © 2025 The Estate of David Smith, VAGA, Nueva York//VEGAP, Bilbao, 2025. Foto: Jonty Wilde