La armonía visual de Kjartansson en el Thyssen
La pasada semana se abrió en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza una exposición singular de Ragnar Kjartansson (Reikiavik, 1976), titulada Paisajes emocionales, organizada por TBA21 (Thyssen-Bornemisza Art Contemporary) y comisariada por Soledad Gutiérrez, que reúne cuatro videoinstalaciones y once acuarelas de la serie Desde el valle del desencanto en la Columbia Británica, realizadas en 2011, de un creador polifacético al que han influido tanto el cine, como la música, la literatura, el teatro o la pintura, entre otras disciplinas, en una serie de proyectos que no dejan indiferente al espectador por su apuesta por el paisaje y por historias humanas cargadas de verdad, donde la naturaleza siempre está presente. La muestra, que estará expuesta hasta el 26 de junio, cuenta con el apoyo de la Fundación Ecolec.
En la planta sótano se pueden contemplar dos de las videoinstalaciones: The Man (2010) y The Visitors (2012), sin duda su obra más conocida que fue un encargo de TBA21, entidad fundada y presidida por Francesca Thyssen desde 2002. En la primera de ellas, The Man (2010), Kjartansson capta una interpretación completa del repertorio del célebre músico de blues de Mississippi Pinetop Perkins, de 97 años, en medio del paisaje, que rememora el encuadre de la obra maestra del pintor Andrew Wyeth, El mundo de Cristina (1948), una mujer tendida en una pradera con pocos elementos, solo con un granero, unos árboles al fondo, para que concentremos nuestra mirada en cómo siente e interpreta la música Perkins. Un hombre, un piano y la naturaleza se funden para ofrecernos un relato de gran belleza.
De esa sala pasamos a The Visitors (2012), una videoinstalación de nueve canales, en la que participan un grupo de músicos, la mayoría amigos del artista, de poco más de una hora de duración. Se estrenó en el Migros Museum für Gegenwartskunst de Zúrich, en 2012, y desde entonces se ha exhibido en ciudades como Bilbao, Malmö, Milán, Nueva York, Ohio y Viena, entre otras.
Ragnar Kjartansson que participa como actor en casi todas sus videoinstalaciones documenta una perfomance musical que se desarrolla en la granja Rokeby, una mansión histórica situada en el Valle del río Hudson, en el estado de Nueva York, lugar que descubrió en 2007. Esta granja desprende un aire romántico y bohemio, que atestigua la larga y ecléctica historia que sirvió de inspiración al artista.
A través de esos nueve canales podemos observar cómo los músicos tocan con sus instrumentos la misma melodía en espacios diferentes de la mansión, el baño, una habitación, el salón, la cocina, entre otras estancias. Se puede analizar la noción de la interpretación musical de un modo colectivo y nos propone una reflexión sobre los lazos afectivos con un aire melancólico, rasgo que define la personalidad de Ragnar Kjartansson y algo de su cultura nórdica. El título de la pieza alude al último álbum de Abba (1981). La letra y la música que escribió la exmujer de Kjartansson desprenden la nostalgia de un mundo armónico y frágil, en medio de la naturaleza que tanto ha inspirado al creador islandés.
En la primera planta, cerca de las obras reunidas de Pintura americana en el Thyssen encontramos la tercera videoinstalación The End (2009), en cinco canales y con las Montañas Rocosas canadienses como escenario, un lugar que le sirve a Kjartansson para cuestionar la idea romántica del artista y su conexión con el paisaje. Vemos al artista con atuendo de trampero tocando el piano en medio de un paisaje nevado con las montañas al fondo, luego caminando en dirección a las montañas o tocando la guitarra o el banjo junto a los árboles, muchos de ellos instrumentos propios de la cultura americana. Nuevamente un paisaje emocional en territorio fronterizo donde el sol adquiere un claro protagonismo.
En una sala anexa cuelgan once acuarelas en formato pequeño de la serie Desde el valle del desencanto en la Columbia Británica (2011), en la que Kjartansson fija su mirada en esos bosques desnudos, fragmentados y algo espectrales, donde priman una paleta de ocres y de tonos blancos, que curiosamente expresan algo trágico que le ha sucedido a la naturaleza y que el capta con sus aguadas.
Por último, y en la sala de obras estadounidenses modernas del Thyssen, en la planta primera, la videoinstalación God (2007), un encargo que le hicieron TBA21 y The Living Art Museum en Reikiavik, en la que este artista parte de la cultura pop estadounidense de mediados del siglo XX hasta envolverla en satén rosa. Con una duración de media hora, Kjartansson vestido impecablemente como un crooner de los años 50 aparece con una orquesta de jazz, dirigidos por su colaborador Davíð Þór Jónsson, e inspirado en la figura de Frank Sinatra. Tiene el glamour de esa década dorada del cine y la música melódica, a la que Ragnar dota de una imaginería muy efectista, un estereotipo de un tiempo que transmitía cierta sensación de felicidad fingida.