La alteridad y otredad de Juan Muñoz en Alcalá 31
Ayer se presentó en las salas de exposiciones de la Comunidad de Madrid en Alcalá 31 Todo lo que veo me sobrevivirá, cita de la poetisa rusa Anna Ajmátova, con obras significativas de los últimos 11 años, 1990-2001, de Juan Muñoz (Madrid, 1953-Ibiza, 2001) cuando se van a conmemorar los 70 años de su nacimiento en 1953. La muestra, comisariada por Manuel Segade, director del Centro de Arte Dos de Mayo, permanecerá abierta hasta el 11 de junio. Unos días después ese mismo centro en Móstoles acogerá otras obras del artista fallecido prematuramente con 48 años, que se podrán ver hasta noviembre de 2023. Ambos proyectos sintetizan muy bien por donde transitó su obra y cómo intuyó por dónde iba a transitar el arte y más en concreto la escultura en las décadas siguientes. Muñoz no solo recuperó la figuración sino también el sentido de teatralidad y saber concernir al espectador al contemplar sus instalaciones.
Juan Muñoz comenzó la carrera de Arquitectura en la Politécnica de Madrid pero abandonó los estudios y se marchó a Londres, donde se formó en dos centros de arte y más tarde prolongó en Nueva York, unos años que tuvieron una impronta formativa muy útil para su desarrollo como artista. Gracias a su amistad con Carmen Giménez centró en contacto con Richard Serra, uno de los mejores escultores del siglo XX y XXI. Cuando regresó a España y nuevamente con Carmen Giménez comisarió Correspondencias: 5 arquitectos, 5 escultores, que incluía piezas de Serra, en el Palacio de las Alhajas de Madrid.
Segade ha logrado reunir cerca de una veintena de piezas que resumen esos últimos 11 años de gran creatividad cuando Juan Muñoz ya estaba exponiendo en los mejores museos y galerías de arte contemporáneo del mundo. La entrada de la muestra nos sorprende con una instalación Dos centinelas sobre suelo óptico (1990), en ese juego entre ficción y realidad, donde observamos la silueta de dos figuras con un arma, una de ellas está en reposo y otra con la escopeta apoyada en uno de los hombros, que parecen custodiar un puesto en la frontera, quizá inspirada en la novela de Dino Buzzati, El desierto de los tártaros, al compartir una reflexión sobre qué da sentido a la existencia de la frontera y sería la vigilancia misma.
El recorrido continúa con dos piezas muy relevantes que le entroncan con representaciones velazqueñas del mundo de los bufones, aunque en este caso escultóricas: Umbral, un bronce y terracota de 1991; y con Sara con vestido azul (1996), en ambas creó una tipología molde de un enano o enana, en este caso mirándose en un espejo lo que confiere un modelo de representación dual. En el primer caso vemos cómo un enano mira al horizonte y su figura es una otredad emocional porque como le ocurrió a Juan Muñoz en un semáforo cuando vemos a una persona con enanismo a veces nos sentimos culpables y lo que Muñoz tal vez quiso fue colocarle en una posición existencial que nos interpela.
En esa planta baja encontramos Pieza de alfombra III (1993), con tres figuras humanas envuelta en alfombra que no se saben si se esconden o quieren escapar, mientras que en Mesa con dispositivo de reserva, 1994, está presente ese modo de hacer trampas con una carta y reservarse un as en la manga, ya que se sentía atraído por la capacidad de engaño de los prestidigitadores y su capacidad para que quien los mira lleguen a percibir lo que no existe. Los dos balcones en hierro, datados en 1991 y 1994, ese espacio para vigilar y señalar esa interacción entre dentro y fuera para el voyeurismo.
La pieza central de la exposición ocupando el ágora de la misma es Plaza (1996), una instalación con 27 figuras de resina y pigmento que concibió para la exposición que le dedicó el Reina Sofía en el Palacio de Velázquez. Un grupo de figuras con rasgos chinos, que como había hecho con enanos, muñecos de ventrílocuo, todos ellos no occidentales, terminan constituyendo un repertorio de alteridades. Los viste con trajes Mao como obreros, sus cuerpos están cortados por los tobillos y hay una sensación de extrañamiento en un conjunto de figuras que parece estar riéndose, sin que cuando miremos sepamos porqué lo hacen y con esos dos que sitúa al margen del grupo. Es una obra para ser contemplada desde la altura pero también a ras de suelo, que desprende ese aire de conversación o comunicación que se establece en todo grupo humano.
En la planta primera dos bronces titulados Dos fuegos (1990), descontextualizados de la escultura clásica; Dos sentados en el muro (2001), dos hombres suspendidos con esas caras realistas que se ríen de manera ostensible en una especie de plano teatral, que vuelven a apelar a nuestras emociones; Vitrinas cruce de caminos: mayo, julio, octubre(todas de 1999), que exhiben una tipología de objetos como gabinete de curiosidades para que nos detengamos en un ejercicio de voyeurismo porque muchas veces miramos lo que somos; Figura de papel absorbente con persiana II o viniendo hacia (ambas de 1999) con esos humanoides cubiertos por una superficie gris, subrayando la teatralidad; y suspendido un tipo de figura que Muñoz creó para ser colgada desde el techo, en este caso Con la cuerda en la boca (1997), a base de resina con tono grisáceo, inspirado en un óleo que pintó Degas como homenaje a una trapecista del último tercio del siglo XIX.
Y en la última parte del recorrido una obra emblemática como Coche cargado (1998), en acero, un automóvil que contiene una ciudad en miniatura, con escaleras que parecen un laberinto y donde podemos vislumbrar edificios con ventanas y puertas selladas como aquellas ficciones que dibujó Piranesi. El hecho de estar volcado transmite una sensación de incertidumbre para quien lo contempla. Y ya saliendo esos Dos vigilantes (1993) que también son obras de conversación en una interacción que suscita el interés de quien mira y siente; y En el espejo (1997), en el que una figura se mira en el espejo con una especie de máscara que le protege la nariz. Una exposición que nos devuelve a un artista culto que dominaba el relato.