‘Identidades compartidas’ en el Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa
Hoy se inaugura en el Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa la exposición Identidades compartidas. Pintura española en Portugal, comisariada por Benito Navarrete, catedrático de Historia del Arte de la Complutense de Madrid, y por Joaquim Caetano, director del museo portugués. La muestra quiere ser una referencia en la presencia que ha tenido la pintura española y su lugar en los museos y colecciones de Portugal, abarcando desde la Edad Media al Romanticismo.
Una huella que no deja de ser una consecuencia de las relaciones culturales e históricas de dos países vecinos, Portugal y España, que en algunos períodos claves de la historia mantuvieron contactos muy estrechos y eso propició coleccionismo, encargos eclesiásticos y diplomáticos, adquisiciones de instituciones públicas y privadas, entre otras actividades.
Y sobre todo flujos artísticos que hicieron posible que algunos artistas españoles trabajaran para mecenas portugueses o viceversa, así como la formación de pintores portugueses en algunos centros neurálgicos para el arte como Sevilla, puerto de las Indias, que atrajo a Vasco Pereira, Baltasar Gomes o Josefa de Óbidos; y más tarde Madrid, que hizo que un pintor como Alonso Sánchez Coello trabajara en la Corte española.
La exposición, que estará abierta desde el 1 de diciembre al 30 de marzo, cuenta con el mecenazgo de la Fundació «la Caixa y el BPI, y supone una ocasión única para observar los elementos comunes y compartidos de la pintura española en las colecciones portuguesas, vislumbrando las influencias mutuas. Los comisarios lo han logrado con una perspectiva innovadora e integradora.
Hay en el recorrido una interacción entre creadores españoles y portugueses a lo largo del tiempo, bien de algunos pintores nacidos en España que trabajaron en Portugal o de otros artistas portugueses que desarrollaron parte de su actividad profesional en España. Además cuelgan restauradas muchas de esas obras de pintura española y se ha investigado sobre muchas de ellas, lo que arroja nueva luz sobre atribuciones y hallazgos importantes.
Un ejemplo de ese diálogo fue el caso de Bartolomé Bermejo, un pintor del siglo XV, que desarrolló su talento y aportó algunas novedades de la pintura flamenca. Su San Damián, presente en la exposición revelan a este médico y santo sujetando un frasco de vidrio en un espacio solemne e indeterminado, definido por un pavimento cerámico de tradición islámica en un fondo neutro.
Y cómo no mencionar el Retrato del Príncipe Don Carlos de Austria, pintado en 1564 por Alonso Sánchez Coello, en el que captó al hijo único que tuvo Felipe II con María de Portugal. Es una imagen infantilizada, no exenta de nobleza y sin el labio leporino del príncipe, que luce un collar que probablemente portaba, aunque no se ve, el Toisón de Oro.
Y otras dos obras muy importantes: la Santa Faz de El Greco, un cuadro marcadamente devocional con esa tela que lleva impresa la cara de Cristo, revelando el dominio de retrato del pintor cretense, aunque con la variación personal que confería a sus modelos; y la segunda un San Sebastián, atribuido a Francisco de Zurbarán, datado hacia 1634-1636, que representa al santo durante su martirio, ordenado por Diocleciano y asaetado por numerosas flechas en muchas partes de su cuerpo. Llama la atención el rostro angustioso y su mirada hacia el cielo que parece implorar a Dios que le libere de ese trance. La luz está manejada con gran maestría por el pintor extremeño.
Y una pintura de excelente factura de Bartolomé Esteban Murillo, Casamiento místico de Santa Catalina (1650-1655) de la Colección del Museo Nacional de Arte Antiguo, un ejemplo del naturalismo del pintor sevillano muy recurrente en sus representaciones religiosas. En esta ocasión vemos a la santa contrayendo matrimonio con el Niño Jesús.
En resumen una gran exposición que nos hace reflexionar sobre el paso del tiempo y los flujos compartidos entre España y Portugal, que hoy se conservan en los museos y colecciones del país vecino.
Coincidiendo con la exposición una de las salas acoge como Obra invitada una joya de Murillo, El Buen Pastor (1660), un préstamo excepcional que procede del Museo Nacional del Prado.
Las imágenes dedicadas a la infancia divina fueron de las más populares, sirviendo de encuentro empático, casi amoroso, con lo sagrado hecho humano. En esta pintura de madurez del maestro sevillano representa a un niño junto a su rebaño, en medio de un paisaje que evoca el paraíso perdido, todo en un contexto no exento de lirismo.
En esa imagen hay una simbología religiosa, y ese niño no deja de ser una parábola de Cristo como Buen Pastor. En esa composición Murillo utilizó una delicada paleta y un uso equilibrado del dibujo, la luz y el color, con la intención de expresar emotivamente esa devoción y dramatismo de la escena.