Herrera el Mozo renovado en el Prado

Herrera el Mozo, un artista renovado en el Prado

El museo presenta una retrospectiva en torno al autor sevillano compuesta por 70 obras que ilustran sus facetas como dibujante, pintor y escenógrafo. Consta de 19 nuevas atribuciones y un 88% de trabajos restaurados para la ocasión. Todo un esfuerzo que permite redescubrir a uno de los artistas menos reivindicados del Siglo de Oro español.

Comparativa del antes y el después de la restauración de "Cristo camino del Calvario" del Museo Cerralbo.

Francisco de Herrera el Mozo (Sevilla, 1627 – Madrid, 1685) fue un autor del siglo XVII con una versatilidad enorme para pintar, dibujar, grabar y crear escenografías. Sin embargo, el tiempo ha visto cómo se destruían sus frescos y dejaba en el olvido algunos de sus lienzos. Ahora Herrera el Mozo se presenta como un artista renovado en el Museo del Prado, gracias a la retrospectiva que se inaugura hoy con más de un tercio de atribuciones nuevas. “No solo estamos ante una exposición única, sino ante la creación de un autor con todo un corpus inédito”, afirma el director Miguel Falomir. Lo dice porque se exhiben 19 obras anteriormente consideradas de Federico Zuccaro, Francisco Rizi, Pier Francesco Cittadini o Velázquez que Benito Navarrete –comisario de la muestra– devuelve a la mano del maestro sevillano.

Herrera el Mozo y el Barroco total es fruto de una investigación de cinco años. En ella ha participado tanto el catedrático de la Complutense como el taller de restauración del Prado, responsable de recuperar los colores de más de medio centenar de pinturas como Cristo camino del Calvario del Museo Cerralbo y El sueño de san José que por primera vez abandona la parroquia de San Sebastián en Aldeavieja (Ávila).

El sevillano fue un pintor “de fortísima personalidad que habló con voz propia, y muy poderosa, en medio del fecundísimo siglo XVII español”, en palabras de Falomir (recordemos que competía con Velázquez o Murillo).

Fue vanidoso, altivo y desafiante. Quizá por eso fue envidiado por algunos de sus coetáneos. Matemático, astrónomo y geómetra además de ingeniero, arquitecto y escenógrafo, este artista que ahora se presenta renovado en el Prado que cubrió todas las artes. De ahí el subtítulo de la muestra: el Barroco total.

El recorrido se inicia con un cuadro de Francisco de Herrera el Viejo prestado por el Louvre: Los fundadores de las órdenes monásticas tomando su regla de san Basilio. Esa es la primera vez que El Mozo colabora con su padre, de quien aprenderá prácticamente todos los modelos pictóricos.

La presencia de este lienzo francés resulta fundamental para entender la influencia que ejerció el primer Herrera sobre su hijo, que en 1648 huyó con parte de esos modelos familiares a Roma. Un robo que no extraña del todo, si tenemos en cuenta la mala relación entre ambos (el primero ni siquiera acudió a la boda del segundo).

Francisco de Herrera el Mozo. Vendedor de pescado. Hacia 1650. Óleo sobre lienzo. National Gallery of Canada, Ottawa.

ES UN DESCUBRIMIENTO LA RECONSTRUCCIÓN DE ESA ETAPA ROMANA Y SU ACTIVIDAD GRÁFICA. LAS INVESTIGACIONES HAN DEVUELTO AL MAESTRO HASTA UNA DECENA DE AGUADAS ANTERIORMENTE ATRIBUIDAS AL CÍRCULO DE CITTADINI.

La capital italiana abrió un mundo de posibilidades al artista, que comenzó a ser conocido como “il spagnolo degli Pexe” [el español de los peces]. Para dejar constancia de ello, se muestra un posible autorretrato –Vendedor de pescado– venido de la National Gallery de Ottawa que es todo un descubrimiento. También lo es la reconstrucción de esa etapa romana y la actividad gráfica que allí desarrolló, porque las investigaciones han devuelto al maestro hasta una decena de aguadas anteriormente atribuidas al círculo de Cittadini.

Francisco de Herrera el Mozo. El sueño de san José (antes de la restauración). 1662. Óleo sobre lienzo. Parroquia de San Sebastián, Aldeavieja (Ávila).

Decenas de dibujos, estampas y telas –imposible no mencionar el monumental Triunfo de san Hermenegildo– completan el recorrido, concebido con un cuidado montaje que acompaña al ritmo de la muestra.

Esta acaba con una última faceta de Herrera el Mozo como escenógrafo. Es así como llegamos al manuscrito Los celos hacen estrellas de Juan Vélez de Guevara expuesto por vez primera en Madrid o a la recreación del Salón Dorado del Alcázar que seguro gustará al público infantil.

Cuenta Navarrete que la muestra está dedicada a la memoria de Plácido Arango, el que fue presidente del Patronato del Museo durante años.

Precisamente en las primeras salas se muestra el Sueño de san José que donó en su momento al Prado, junto a la versión completamente renovada –más bien «resucitada»– que el autor realizó para el retablo de Aldeavieja (ahora el verde malaquita brilla con luz propia).

Francisco de Herrera el Mozo. El sueño de san José (después de la restauración). 1662. Óleo sobre lienzo. Parroquia de San Sebastián, Aldeavieja (Ávila).

Una lástima que este lienzo no pueda colgar junto a La Inmaculada, la otra tela que Arango regaló en su momento a la institución madrileña. “Considero que esta pintura no se corresponde con la técnica del artista, tampoco el santo Tomás de Aquino de Sevilla. Por eso, y por honestidad científica, no están aquí expuestos”, defiende el comisario.

Herrera el Mozo y el Barroco total es la primera monográfica del artista organizada en el Prado, tras un primer acercamiento al maestro en 1986 de la mano de Pérez Sánchez. Cuenta con el patrocinio de la Fundación Amigos del Museo del Prado y la colaboración del Ayuntamiento de Madrid, y podrá verse en la primera planta del museo hasta el 30 de junio. Sol G. Moreno

*Más  información en el artículo de María Álvarez-Garcillán Morales publicado en ARS número 58.

Francisco de Herrera el Mozo. El triunfo de san Hermenegildo. 1654. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Imagen de las salas de la exposición Herrera el Mozo y el Barroco total. Fotografía: Museo Nacional del Prado.
Francisco de Herrera el Mozo. La Inmaculada Concepción. Hacia 1670. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, donación Plácido Arango (no expuesto).