‘Hiperreal’: entre el alarde técnico y el artificio

‘Hiperreal’: entre el alarde técnico y el artificio

El Museo Thyssen-Bornemisza reúne 106 obras de los últimos siete siglos que muestran cómo ha sido la evolución del trampantojo desde el quattrocento y los primitivos flamencos hasta la actualidad. Se trata de un paseo cargado de trampas y equívocos entre reflejos, cortinas falsas, muros fingidos y figuras que se salen del marco. Hiperreal. El arte del trampantojo presenta, hasta el 22 de mayo, los artificios de Osias Beert, El Labrador, Sánchez Cotán, Crespi, Arcimboldo o Dalí, entre otros.  

Desde el famoso episodio de las uvas de Zeuxis picoteadas por los pájaros, artistas de todos los tiempos han tratado de engañar mediante juegos ópticos, perspectivas y recursos visuales a quienes contemplan sus obras. Guiados quizá por su deseo de impresionar –tal vez solo sea un anhelo de presumir, una simple demostración de su capacidad técnica–, los autores se han esforzado por superar la barrera que toda superficie pictórica les impone: la segunda dimensión.

De una forma u otra, se las han ingeniado para que la pintura parezca siempre real. Que resulte tan verídica que quiera tocarse, como Zeuxis cuando cayó en su propia trampa al pretender descorrer la cortina pintada por Parrasio. El primero engañó a los pájaros, pero el segundo engañó a su contrincante, por eso ganó el concurso a mejor pintor. Plinio recogió esta anécdota para ilustrar hasta qué punto el arte de la mimesis era inherente a la pintura durante la Antigua Grecia.

La representación fiel de la naturaleza ha sido, durante muchos años, la mejor manera de calibrar el virtuosismo de un pintor. Si además era capaz de crear una escena que confundiese al espectador, entonces ya era todo un triunfo. Esta falacia, unida a nuestra curiosidad innata por asomarnos a cualquier tipo de escena, ya sea ficticia o real, es la que ha fomentado que todavía hoy artistas como Banksy o Ron Mueck sigan cultivando este género.

Juan Fernández El Labrador. Bodegón con cuatro racimos de uvas. Hacia 1636. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid.

ESE ARTE DE LA MENTIRA QUE MUESTRA AHORA EL THYSSEN NO DESCUBRE NADA NUEVO, PERO ES PURO DELEITE PARA LA MIRADA. TODO SEDUCE LOS SENTIDOS Y TODO SE ANTOJA UN JUEGO DE ARTIFICIO.

Francesco del Cossa. Retrato de un hombre con una sortija. Óleo sobra tabla. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid.

Decía Platón que «todo lo que engaña, seduce» y tenía razón. No podemos apartar la mirada del cuerpo inerte que cuelga de Naturaleza muerta con pájaro de Jean Démontreuil presente en la primera sala de la muestra, hasta que descubrimos que no es más que un relieve en madera y perdemos el interés.

Resuelto el misterio, se acabó la magia. Pero el engaño se repite constantemente –»el arte es una mentira que nos acerca a la verdad», según Picasso–, por eso el público recorre expectante cada sala en busca de la trampa, el secreto o el detalle oculto (como esas tres moscas minúsculas repartidas por sendos cuadros).

Ese arte de la mentira que nos muestra ahora el Museo Thyssen Bornemisza no descubre nada nuevo, pero es puro deleite para la mirada. Todo seduce los sentidos y todo se antoja un juego de artificio. Las ostras, frutas y viandas pintadas por Osias Beert o Cornelius Norbertus Gijsbrechts despiertan nuestro apetito (aunque conociendo la minuciosidad de los flamencos, buscamos también reflejos entre sus copas).

Lo mismo ocurre con las modestas verduras de Sanchez Cotán o los membrillos de Isabel Quintanilla. Las manos de los retratados durante el quattrocento italiano nos incitan a saludarles, especialmente ese personaje que ofrece una sortija al espectador; mientras que La Gioconda impúdica de Pierre Gilou nos incita a correr del todo la cortina para ocultar sus pechos desnudos.

Hiperreal. El arte del trampantojo explora los límites de la pintura y plantea un recorrido por este género, en un arco cronológico que abarca desde el siglo XV hasta el XXI (con excepción de una pieza romana del siglo I procedente del Museo Arqueológico Nacional). Tomando como punto de partida algunas de las obras maestras de la colección del museo –entre las que se encuentra el mencionado Retrato de un hombre con una sortija de Francesco del Cossa y el Díptico de la Anunciación de Jan van Eyck–, la institución propone un itinerario temático por este tipo de escenas ficticias.

Mar Borobia, comisaria de la muestra junto a Guillermo Solana, explica que cuando comenzaron a trabajar en el proyecto en 2018 hicieron una selección de 250 imágenes. Finalmente han conseguido reunir un total de 106 obras venidas de Europa y Estados Unidos. Todas son pinturas salvo una: la última pieza, una instalación realizada expresamente para la ocasión por Isidro Blasco y titulada Tren elevado en Brooklyn.

La bienvenida nos la dan varios racimos de uvas, en un guiño al pintor griego que cayó en su propia trampa. A partir de ahí, se suceden decenas de cortinas, hornacinas y ventanas; cristales rotos, huecos para curiosos y objetos que parecen caerse de la alacena, además de platos aparentemente partidos, grisallas o puertas que conducen a ninguna parte. Un sinfín de artificios y trompe-l’oeil que engañan al espectador al tiempo que le seducen.

Confiesa Solana que “la mirada del trampantojo tiene que ser una mirada lenta, con la tentación de tocar”, por eso casi todas las obras tienen cordón de seguridad. Hiperreal cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid y ofrece “un mundo de sensaciones” para dejarse engañar sin remordimientos. Sol G. Moreno

Juan Sánchez Cotán. Bodegón con frutas y verduras. Hacia 1602. Óleo sobre lienzo. Colección Abelló.
Jan van Eyck. Díptico de la Adoración. Hacia 1433-1435. Óleo sobre tabla. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid.
Osias Beert. Bodegón. 1600-1625. Óleo sobre tabla. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Antonio López. Ventana por la tarde. 1974-1982. Óleo sobre tabla. Colección ACS, Madrid.