HANNAH ROTHSCHILD: “LAS ESCENAS GALANTES POSADAS Y ARTIFICIALES DE WATTEAU ME RECUERDAN A LAS QUE VEO EN LAS SUBASTAS”

HANNAH ROTHSCHILD: “LAS ESCENAS GALANTES POSADAS Y ARTIFICIALES DE WATTEAU ME RECUERDAN A LAS QUE VEO EN LAS SUBASTAS”

Descendiente de una de las familias más célebres de banqueros en Europa e hija de un ilustre magnate británico, Hannah Rothschild (Inglaterra, 1962) ha vivido siempre rodeada de arte. El peso de su apellido le ha acompañado toda su vida y, aunque ella poco tiene que ver con la rama familiar que sufrió el expolio nazi, está acostumbrada a que le pregunten por todos esos cuadros robados, escondidos y posteriormente recuperados, cuya historia sigue inspirando películas y novelas. Ella misma ha sucumbido a esta fascinación en su libro La improbabilidad del amor (Suma, 2016), donde teje una historia ficticia de robos artísticos y rivalidades entre coleccionistas.

Esta primera novela de la escritora, que se define a sí misma como una “yonqui del arte”, cuenta un relato tan singular como el que vivió el Astrónomo de Vermeer, que pasó de manos de los Rothschild a Hitler, y retornó nuevamente a la familia de banqueros antes de terminar colgado en el Städel Museum de Frankfurt. En este caso, Hannah imagina las vicisitudes de una pintura de Antoine Watteau descubierta en un anticuario londinense que perteneció a una familia judía y terminó en manos de los descendientes de un nazi, oculto bajo un apellido falso. El libro, editado en español por Suma de Letras, refleja además los entresijos de las subastas actuales, pues Rothschild es buena conocedora del mercado del arte, como presidenta del Patronato de la National Gallery. De mercado y de otras cuestiones que giran en torno al mundo del arte, hablamos con ella.

     * La descripción de la subasta con la que inicia la novela parece una fotografía del mercado actual: magnates rusos, una jequesa dispuesta a comprar la obra a un precio récord, otro coleccionista que quiere crear su propia fundación… ¿se ha inspirado en alguien en concreto?

* Las salas de subastas son lugares fascinantes porque representan a todo el genero humano: el bueno, el malo, el avaricioso, el apasionado… Es verdad que describo distintos perfiles, pero no todos ellos se basan en personas concretas. Lo que sí que se distinguen es diferentes tipos de coleccionista.

Portada del libro “La improbabilidad del amor”.

    * ¿De verdad que no hay ningún personaje ficticio con nombres y apellidos reales?  

* [Risas] Hombre, a lo mejor uno o dos… Es cierto que Barthy resulta muy claro, me inspiré en el diseñador Nicky Haslam. Y la jequesa, casualmente de Qatar, también recuerda mucho a la mujer que adquirió el cuadro de récord de Gauguin hace año y medio.

     * Sheikha Al-Mayassa pagó 300 millones de dólares por Nafea faa ipoipo, la cifra más alta jamás ofrecida en subasta. ¿Qué le parece que una obra pueda alcanzar esos precios?

* Personalmente encuentro extraordinario que la gente llegue a pagar cientos de millones de dólares por un cuadro. Hace meses se vendieron también dos pinturas de Pollock y De Kooning por 500 millones en subasta privada. Lo encuentro increíble, pero si yo tuviese 300 millones de dólares, preferiría llevarme a casa una pintura antes que exhibir lingotes de oro o acciones de una empresa. Así que no les culpo del todo.

Lucien Freud. “Large Interior, W11 (after Watteau)”. 1981-1983.

Para crear su novela se inspiró en una obra de Lucien Freud [Large Interior W11 (after Watteau)]. ¿Cómo fue el encuentro con esa pintura?

* Freud era un amigo de la familia, retrató a mi padre dos veces. Además, su hija era una de mis mejores amigas, la conozco desde la infancia. Una vez asistí a una sesión de trabajo del artista, cuando su hija posaba para la obra que está ahora en el Thyssen [se refiere a Gran Interior. Paddington], fue entonces cuando el pintor me explicó por qué Watteu era tan interesante. Yo suelo decir que un artista contemporáneo inglés ‘me lo presentó’.

* ¿Qué es lo que más le atrajo del autor rococó francés?

Lo que sus pinturas esconden. Cuando miras cualquiera de sus obras te parecen artificiosas al principio pero, si te fijas con más detenimiento, te das cuenta de que hay un elemento siniestro detrás de esa ligereza: hay parejas que en lugar de mirarse retiran sus rostros mutuamente, otras veces parece que se abrazan cuando en realidad ella está escapando de él. Por otro lado, todas esas escenas galantes posadas y artificiales me recuerdan a las que suelo ver en las salas de subastas o inauguraciones de grandes exposiciones, donde todo parece perfecto; luego te das cuenta de que lo que ocurre allí no siempre es tan bonito como parece.

     * En la novela deja hablar al propio lienzo, que pasa de manos de Luis XIV a Catalina la Grande y Napoleón. ¿Cómo se ha documentado para escribir esta parte? 

* Manejando mucho material de archivo, registros y libros. Cuando era pequeña, mis padres me llevaban a los museos, yo miraba los cuadros y siempre deseaba que ellos mismos me contaran no solo cómo fueron pintados sino las cosas que había presenciado a lo largo de los siglos. En mi novela, Bonaparte roba el lienzo a Felipe IV, lo sube en un burro y se lo lleva cruzando los Pirineos hacia París. No es una historia poco frecuente… Al final se trata de llevar a cabo una labor de investigación, que me encanta.

     * Supongo que ese interés se despertó en sus inicios, trabajando para la BBC.    

Así es. Mi primer empleo fue como documentalista en reportajes de música y arte. Participé en varios documentales sobre mercado del arte y en una serie sobre cuadros perdidos; fue bastante divertido. También hice reportajes de artistas. ¡Estuve 12 años tratando de convencer a Frank Auerbach para que me dejase grabar en su taller! Vive y trabaja en un cuartito de Londres. Las únicas personas que acepta ver son los modelos que posan para él; por eso a su mujer no la ve más que los miércoles, porque es cuando la pinta. A su hijo lo ve los jueves.

     * ¿En serio?

* Es totalmente cierto. Frank siente que no tiene tiempo que perder, por eso no hace otra cosa más que pintar.

     * También conoció a Warhol. 

Hannah Rothschild. Fotografía: Roberto Garver.

* Sí, coincidí con él un par de veces. Primero en Nueva York, cuando trabajaba en La Factory, y después en Oxford. Yo tendría 17 años y estudiaba en la universidad, él vino para conocer la ciudad. Mi trabajo consistía en enseñársela, así que reuní a mis amigas más guapas para que me acompañasen. Ahora pienso que podría haberle preguntado un montón de cosas, pero en aquella época todavía no era una superestrella y no se me ocurrió. Creo que hay que preguntar siempre, sobre todo a las generaciones que nos preceden, porque no solemos hacerlo y cuando queremos hablar con nuestros padres o abuelos, es demasiado tarde.

     * ¿Ha hablado con su familia sobre cómo se formó la colección Rothschild depositada en Waddesdon Manor?

¿Qué si he preguntado? ¡Les he vuelto locos! Es una colección extraordinaria que inició en 1858 el barón Ferdinand Rothschild. Las obras de arte le hacían temblar de emoción, casi se arruina por comprar tantas. Gracias a él tenemos muebles y objetos preciosos, cerámica de Sévres, dos fantásticas obras de Guardi… Todos los que han vivido en esa casa han ido añadiendo más piezas. Mi padre, por ejemplo, ha comprado piezas de Edmund de Waal y Joana Vasconcellos. También compró una escultura de Giacometti, aunque esa la tiene en casa.

     * ¿Recuerda una anécdota que le hayan contado de alguna obra adquirida en el pasado? 

* Bueno el giacometti del que te hablaba: es una mujer desnuda. Mi padre la vio y se enamoró de ella. Tuvo que vender una colección de sellos y postales que acababa de heredar para poder pagarla, su padre se puso furioso.

François Boucher. “Louis-Philippe-Joseph, duque de Montpensier”. 1749. Wadesdon Manor, Londres.

  * Me refería a alguna de las obras robadas por los nazis.    

* Tenemos dos pinturas: una de François Boucher y otra de Philips Wouverman. En realidad pertenecían a la colección francesa, pero nuestros primos las recuperaron y después nos las regalaron.

* ¿Qué pasó con el resto de las 3.500 obras expoliadas?

* La mayor parte fueron recuperadas poco después de la guerra; en parte porque la familia llevaba registros muy detallados, y en parte porque los registros de los nazis eran igual de detallados o más. Aún así de vez en cuando aparece alguna obra nueva. Por ejemplo, hace unos años se descubrió que un oficial de las SS había mantenido en una cámara de banco pinturas que había robado durante la guerra. Cuando la abrieron, encontraron tres cuadros de la familia, dos de ellos de Wouverman, no recuerdo de quién era el tercero.

     * ¿Ha heredado el gen coleccionista de los Rothschild?

* Bueno me encanta el arte, especialmente el español y los pintores venecianos. Cuando tenía 14 años pensé que había descubierto un rembrandt en una tienda de antigüedades, la vendía por cuatro libras [comenta conteniendo la risa], todavía la conservo en mi dormitorio, es un grabado de su madre. También tengo un grabado basado en Los Caprichos de Goya. Solo compro por amor, me parece la mejor manera además, por eso compro fotografías de mis amigos. En lo contemporáneo estoy un poco más anclada en el arte británico: Bacon, Auerbach, Freud.

     * ¿Y Damien Hirst qué le parece? 

* Creo que tiene ideas maravillosas: el tiburón en formol, sus trabajos recientes con brillantes y moscas… pero no me lo compraría. Lo encuentro bastante cínico; aún así, lo considero un artista interesantísimo.

     * No se puede negar que es uno de los creadores más cotizados. 

Efectivamente, y hay mucha gente que compra con fines especulativos. El público busca todo tipo de áreas donde invertir su dinero y para muchos el arte se ha convertido en una inversión más. Sin embargo, todavía quedan coleccionistas que compran por amor al arte. Sol G. Moreno