Gustavo Torner, polifacético y clásico, celebra su centenario en la Real Academia

Gustavo Torner, polifacético y clásico, celebra su centenario en la Real Academia

El próximo mes de julio cumplirá 100 años un artista polifacético y en buena medida ya clásico como Gustavo Torner (Cuenca,1925). Ayer la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para conmemorar este centenario presentó la exposición Torner. Centenario en la Academia [Obra 1977-2008], comisariada por Arturo Sagastibelza, e integrada por destacadas pinturas de gran formato de la etapa de madurez del artista, procedentes -excepto la que forma parte de la colección del propio Museo de la Real Academia y que donó el artista conquense- de préstamos particulares que se han cedido para esta ocasión única, y que tienen además la importancia de que más de la mitad son inéditas y el resto hace mucho tiempo que no se exponían.

Gustavo Torner. Homenaje a Strawinsky II, 2008. Colección particular

En la presentación de la exposición, junto al comisario, estuvieron presentes Tomás Marco, Alfredo Pérez de Armiñán y Víctor Nieto Alcaide, director y vicedirector de la RABASF, y delegado del Museo de la Academia, respectivamente; y María José Barrero, coordinadora general de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid, entidad que colabora en la muestra, y que permanecerá abierta hasta finales de julio.

Como dijo Arturo Sagastibelza la selección de las obras está acotada a un período de madurez de Gustavo Torner y más en concreto a su faceta como pintor en piezas de grandes dimensiones, dado que este creador ha cultivado con notable éxito durante casi ocho décadas el dibujo, la escultura, la litografía, la escenografía, la arquitectura y la ordenación de espacios, entre otras habilidades a lo largo del tiempo.

La muestra reúne trece pinturas variadas formal y conceptualmente, que configuran una buena representación de esa síntesis de culturas, civilizaciones y tiempos -a la par que de recursos, técnicas y procedimientos- que caracteriza la obra de Torner; un excelente testimonio de la densidad y riqueza de ese momento esplendoroso de su pintura.

Gustavo Torner es una figura clave del arte español, perteneciente a la llamada segunda generación abstracta o generación de los años cincuenta del pasado siglo. Su obra, muy diversa y difícil de clasificar, se adscribe por lo general a la vertiente más lírica, construida e intelectual del arte, alejada de esa otra línea expresionista de «veta brava» representada por el grupo El Paso.

Torner, además de su ya extenso catálogo de pinturas, esculturas (muchas de ellas monumentales, repartidas por la geografía española, como Reflexiones I, de 1972, que popularmente ha dado nombre a la «Plaza de los cubos» en Madrid), ha cultivado el dibujo, el collage o diferentes  estampaciones en las más diversas técnicas, entre otros ámbitos de la creación.

Tomás Marco, director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando durante la presentación de la exposición. Y detrás, de izquierda a derecha: Víctor Nieto Alcaide, académico; María José Barrero, coordinadora general del Área de Cultura , Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid; Alfredo Pérez de Armiñán, vicedirector de la Academia; y Arturo Sagastibelza, comisario de la exposición "Torner. Centenario en la Academia [Obra 1977-2008]".
Vista de la sala 1 con la obra"Oro y Ceniza II", 2004. Fotografía: Cortesía de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando".
Vista lateral del montaje de la exposición "Torner. Centenario en la Academia [Obra 1977-2008]". Cortesía de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando".

Gustavo Torner, ingeniero de montes de formación, se interesó desde muy joven por el arte. Ya antes de acabar la carrera, sus profesores, captaron su habilidad para el dibujo, y le encargaron la realización de una serie de láminas de botánica a la acuarela para publicaciones científicas, un reto que resolvió con tal brillantez que lo animó a seguir en ese camino de una forma autodidacta.

En los años 50 siguió las corrientes figurativas discretamente renovadoras del momento, pero mediada la década su pintura fue tendiendo hacia la abstracción, con un peculiar informalismo matérico, de ricas texturas y alejado de lo gestual, que despertó el interés de críticos como Juan Eduardo Cirlot. Quizás esta sea una de las etapas más conocidas de Torner, la que culminó con sus composiciones binarias a modo de «paisaje» simplificado en dos zonas contrastadas.

Su evolución posterior, en los sesenta, le condujo a algo más complejo en su pintura, «construida» y mental, con mucha frecuencia «objetual», hasta el extremo de ser en ocasiones una obra –construcciones o ensamblajes- sin gota de «pintura»; es el momento de sus conocidos homenajes a distintas figuras de la cultura, el arte o la ciencia de todos los tiempos.

En la década de los setenta Torner se dedica con gran intensidad a la escultura, y muy especialmente a la monumental -dejando más de treinta repartidas por la geografía española-. Al final de esa década retorna con energía renovada a la pintura. Aun siendo el mismo artista reflexivo y mental de siempre —sin menospreciar por ello el gran peso de lo inconsciente en el proceso creativo— lo hace desde una posición un tanto distinta, con «un tipo de obra de naturaleza más empática, romántica, subjetiva, o, cuando menos, menos irónica y distante», en palabras de Francisco Calvo Serraller.

Sus nuevas pinturas parecen reflejar el entusiasmo y la vitalidad de una segunda juventud, pero con el dominio y la sabiduría de un artista consumado. Son obras, por lo general, de gran impacto visual y poderosa presencia física, por sus grandes dimensiones, por su exuberancia y variedad de colorido, por su formato —muchas veces irregular— o por su complejidad compositiva, resuelta a través de los más diversos paneles, elaborados individualmente, que se conjugan hasta conformar polípticos.

Gustavo Torner. Quevedo en Roma, 1996.