Genovés, Zóbel y Canogar marcan la diferencia en Segre
La cita de ayer se salda con las esperadas ventas de los lotes importantes y un balance muy positivo para ser el inicio de curso en septiembre
Segre continúa su andadura firme y segura. Ha quedado demostrado en esta cita, tradicionalmente más costosa, que otras del año por la vuelta del verano y la cuesta de las vacaciones. Los coleccionistas ajustan, es cierto, pero siguen comprando si las piezas ofrecidas son de calidad y en precio ajustado, como las que ofrecía la sala del Viso.
Como sugeríamos en nuestro artículo de previos (ver), habría tres ventas importantes; la más destacada fue, finalmente, la del primero de los tres lienzos del tríptico de 1971 de Juan Genovés: 129-1 (A/L, 165 x 175 cm; lote 388); expuesta en la muestra itinerante Genovés, el mismo año de 1971 por Frankfurt, Berlín, Stuttgart y Düsseldorf y procedente de la Marlborough (Toronto y Londres) tras haber pasado por la Arte/ Contacto galería de arte en Caracas, se ofrecía por 65.000 euros y en esa cifra se adjudicó al único postor interesado, que sumado el 20,57% de la comisión de la sala y los impuestos, queda en 78.370 euros. Queda claro que los precios de esos años no son los que alcanzan sus últimas piezas renovadas -concepto social o político similar, mucho más mitigado por efecto de todo lo decorativo-, pero siguen siendo atractivas al mercado.
Le siguió, como era de esperar, la del internacional Fernando Zóbel. De su mano se ofrecía un interesante y delicado Reflejo (O/L, 38,5 x 46,2 cm; lote 385), fechado en enero de 1969. Sin apenas historia, su calidad fue percibida claramente por los coleccionistas que pujaron repetidamente por ella hasta subir de 40.000 euros de inicio al remate final de 55.000.
De Rafael Canogar, se ofrecía su Pintura nº 63 (O/L, 162 x 130 cm; 387), fechada en 1959, años de apogeo de aquel grito conquense rupturista y casi futurista llamado El Paso. Propuesta diferente, con una calidad y un tamaño poco habituales, no fue tampoco extraño que el mercado se interesara por ella, pasando de los 35.000 de inicio a unos mucho más interesantes 46.000 euros de martillo.
Eduardo Úrculo no se quedó fuera de este envite y su ya un tanto simplificado Lluvia sobre Dublín, 1995 (A/L, 162 x 140 cm; 463), adquirido directamente al artista por su propietario actual y haber itinerado por Beijin, Kuala Lumpur, Shanghai y Jaén a lo largo de 2003, pasó de 25.000 a 32.000 euros. No nos olvidemos tampoco de Eduardo Arroyo: su Fiche antrophometrique de Napoléon, 1962 (O/L, 60 x 100 cm; 392), subió de 11.000 a 19.000 euros, mientras su esquemático dibujo La nuit espagnole, 1985 (lápices de color sobre papel cebolla, 101,5 x 74,5 cm; 398), hizo lo propio de 7.000 a 9.000 euros.
A alguno quizá le sorprendió la subida de 4.000 a 11.000 euros del acero inoxidable de Francisco Sobrino, Transformación inestable, 1971 (8/9, 101 x 30,5 x 28 cm; 377), pero la lógica de su mercado internacional terminó poniendo un precio más acorde con su calidad. En una línea similar, de Elena Asins, su Menhires, 1997 (construcción de ocho piezas en cartulina y cartón piedra, 20,5 x 111 cm; 376), se adjudicó por los 5.500 euros pedidos. Y para terminar esta sección, mencionemos dos fotografías: la de Ouka Leele, Domingo por la mañana, 1981 (intervenida con acuarela, pieza única, 58,5 x 49 cm; 405), portada del vinilo del grupo Los ilegales (1983), subió de 3.000 a 7.000 euros, y la de Chema Madoz, Sin título, 1994 (gelatina de plata, 9/15, 33,7 x 47 cm; 404), procedente de la galería Moriarty, de 3.500 a 5.000 euros.
Si retrocedemos conceptualmente, y ligeramente en el tiempo, la obra que brilló con luz propia fue la de Benjamín Palencia: su Paisaje de Villafranca de la Sierra, Ávila (O/L, 64 x 80 cm; 357), tardío, colorista y muy deshecho, pasó de 25.000 a 30.000 euros, mostrando una vez más la fuerza que sigue teniendo este autor para un público amplio. En línea modernizante, por decirlo de alguna manera, debemos citar también el Desnudo en interior, c. 1933 (O/L, 56,5 x 47 cm; 342), de Joaquín Sunyer, que pasó de 15.000 a 17.000 euros, y la Muchacha con abanico (O/L, O/L, 61,5 x 56 cm; 331), de Ignacio Zuloaga, adjudicado por los 12.000 pedidos.
En el mundo finisecular, hay que mencionar la venta del lienzo firmado en Sevilla de José García y Ramos: Fiesta flamenca después de la corrida de toros (O/L, 41 x 51 cm; 155), fue pujado varias veces hasta pasar de 10.000 a 13.000 euros, una relativa sorpresa pues, a pesar de su calidad, es una pintura que ha caído en desuso y pasado de moda absolutamente; insisto, a pesar de su evidente calidad, como muchas otras obras preciosistas de cambio de siglo.
No pasa de moda, en cambio, Julio Romero de Torres; su pintura, más simbolista, profunda y simplificada, y en ese sentido mucho más moderna, sigue interesando a los coleccionistas, y por eso su Retrato de dama (óleo y temple /L, 35 x 40 cm; 169), se vendió también, por los 28.000 euros pedidos. Lo mismo que con Luis de Morales, cuyo inédito Ecce Homo (O/T, 40 x 28,5 cm; 70), se adjudicó por los 23.000 euros pedidos; dado el tamaño, tampoco se podía esperar una gran venta. Pero sí se demuestra que las piezas de los grandes se venden mejor, sobre todo si se ofrecen en un precio un poco atractivo. Los casi 400.000 euros de los remates aquí comentados, creo que lo demuestran. Daniel Díaz @Invertirenarte