El universo de León Ferrari en el Museo Reina Sofía
Para culminar 2020 el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía exhibe desde ayer un ambicioso proyecto expositivo: La Bondadosa Crueldad. León Ferrari 100 años, fruto del acuerdo logrado entre la Fundación Augusto y León Ferrari Arte y Acervo (FALFAA) y el museo madrileño para dar a conocer la obra de un artista autodidacta, polifacético y provocador como León Ferrari (Buenos Aires, 1920-2013) en al menos tres países europeos: España, Holanda y Francia. El conjunto reúne alrededor de 300 obras, seleccionadas por los comisarios Fernanda Carvajal, Javier del Olmo, Andrea Wain y el equipo FALFAA, que permitirá hasta el 12 de abril en Madrid acercarse de un modo integral al universo plástico y político que desarrolló durante varias décadas. Posteriormente la exposición viajará al Museo Van Abbe de Eindhoven y al Centre Pompidou de París, coorganizadores de la muestra junto al Reina Sofía.
El artista argentino había estudiado ingeniería y su inclinación a la práctica creativa se inició en Roma a mediados de los años cincuenta cuando realizó sus primeras esculturas en terracota. El uso de diferentes materiales y técnicas fue una constante a lo largo de una trayectoria plástica en continua metamorfosis. Tras el golpe de Estado en Argentina, se exilió en São Paulo, donde permaneció entre 1976 y 1991. En 1999, su obra fue incluida en la exposición Global Conceptualism: points of origin, 1950s-1980s en el Queens Museum of Art de Nueva York, y en 2000 en Heterotopías. Medio siglo sin lugar: 1918-1968, en el Museo Reina Sofía, institución que nueve años después presentó León Ferrari y Mira Schendel. El alfabeto enfurecido. Dos años antes, en 2007, León Ferrari había obtenido el León de Oro en la 52ª Bienal de Venecia.
La bondadosa crueldad toma su título de un libro de poemas y collages que el artista publicó en el año 2000 y dedicó a su hijo Ariel, desaparecido durante la dictadura argentina. Incluye cerca de 300 obras entre las que se encuentran algunas que forman parte de la importante donación realizada por la familia Ferrrari al Museo Reina Sofía, compuesta por un conjunto de 15 collages, dibujos, escultura, vídeo, y uno de los Juicios finales de su serie Excrementos y de 219 copias únicas de objetos y series de León Ferrari, entre las que destaca la instalación La Justicia/V Centenario de la Conquista de América.
El universo de León Ferrari es un camino de exploración constante, que compone y descompone las retóricas visuales y discursivas de cualquier tipo de poder y además subraya el apoyo que el creador argentino mantuvo durante toda su trayectoria en favor de diferentes causas para responder así a los desafíos que se presentaban en la sociedad de su tiempo. Con sus creaciones invitaba a detenerse, sentir y ayudar a que cada uno adoptara una posición personal a partir de estrategias conceptuales, en las que vinculaba el dibujo y la escritura, una especie de «arte visual escrito» con un pensamiento en imágenes gracias a las posibilidades que ofrecía el collage.
Durante los años sesenta, Ferrari a través de los dibujos, acuarelas, esculturas y ese vínculo con la escritura y la poesía desarrolla un campo de experimentación formal, que aúna lo poético, lo político y lo conceptual en un modo muy singular de encarar el proceso creativo.
La exposición no tiene un itinerario lineal ni cronológico porque sus ejes se entrecruzan a lo largo de tiempo. La muestra se inicia con la sala La justicia y los juicios, que acoge la obra Juicio Final (1994), donada al Museo, en la que el autor se interrogaba sobre los límites de la justicia terrenal y la divina, proponiendo rupturas de pensamiento. Muchos de los trabajos colgados fueron pensados para denunciar la apología de la tortura por parte de la religión y podrían considerarse como un dispositivo de co-creación en el que según explican los comisarios, sería determinante la asociación entre las aves vivas y toda la serie de indicaciones en torno a su alimentación, digestión y defecación.
En Laboratorio Ferrari, se observan sus primeros trabajos en la última parte de la década de los cincuenta y principios de los sesenta, que incluyen algunos de los experimentos realizados en su laboratorio con compuestos químicos para su práctica artística. Fue un período para explorar el volumen, la escultura y la escritura como herramienta plástica, deformada para dar salida de manera oculta a sus primeros mensajes políticos, como sucede en Carta a un general (1963).
Le interesaba investigar con diversas tintas, pigmentos y las posibilidades del color en sus acuarelas, sobre las que hace aparecer las huellas de los collages iniciales, comenzando una sostenida práctica de recortar y reorganizar imágenes y palabras de otros y así explorar el lenguaje poético. Además usó la técnica del collage y reensamblaje de significados como queda patente en su pieza de 1965, La civilización occidental y cristiana (1965), donde el artista identificaba la semilla de la guerra con el mensaje de castigo y la intolerancia hacia los que no practican la fe.
En Relecturas de la Biblia, un conjunto de collages realizados a partir de 1985, Ferrari reescribe iconográficamente los textos religiosos del Antiguo y Nuevo Testamento, con críticas a la misoginia o a la homofobia. La bomba que aparece en varias piezas de la serie supone la materialización del infierno en la tierra, algo que conecta con Ideas para infiernos, donde identificó los objetos-infiernos e hizo una reflexión con ironía y humor sobre la justicia divina. Él creía que el verdadero infierno es la intolerancia y la fe ciega en ideas inamovibles.
El itinerario sigue en la sala Desafiar la realidad, en la que se ven reflejadas una serie de iniciativas colectivas de politización artística que alcanzan su punto álgido con la experiencia de Tucumán arde (1968). También se recoge su serie Nosotros no sabíamos (1976), ácida reflexión a través de recortes de noticias aparecidas en diversos diarios argentinos que dan cuenta de la desaparición de personas, huellas cotidianas del horror expuestas a la vista de todos. Una crítica a todos porque muchas veces miramos hacia otro lado en cuestiones de crueldad extrema.
Y nuevamente La justicia, más tarde renombrada 1492-1992 Quinto centenario de la Conquista, una obra también donada al Reina Sofía, que conecta procesos históricos como la Conquista y la dictadura para mostrarnos la continuidad de una “violencia ilegítima” que aparece cíclicamente y que la cultura y la barbarie van a menudo asociadas.
A mediados de los noventa Ferrari tomó el periódico diario como soporte para realizar su serie de collages Nunca más, en la que expone el desahogo de su experiencia directa con el horror y viene a ilustrar la reedición en fascículos del Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) que circuló masivamente con el diario argentino Página12.
Además de la instalación sonora basada en la puesta en escena de Palabras ajenas, primer collage literario de Ferrari realizado entre 1965 y 1966, la muestra finaliza con el espacio Modos de hacer/Ferrari inmaterial, donde a través de un conjunto de obras se plantea un recorrido no cronológico por la biografía de León Ferrari, el espectador se enfrenta a una constelación de sus modos de hacer que visibiliza su trayectoria como una compleja trama entre arte, política y vida, a través de obras y documentos inéditos rescatados de su archivo personal.
En la vida de León Ferrari hubo dos episodios que le produjeron incertidumbre y pesar en su proyecto de vida. El primero un viaje a Italia en 1952 cuando su hija mayor se vio afectada por una meningitis tuberculosa, y la segunda el exilio a Brasil en 1976 y la posterior desaparición de su hijo Ariel en 1977, fruto de la represión de los militares argentinos que dieron un golpe de estado. Los dos acontecimientos estuvieron en la frontera entre lo público y lo privado y por ello la última sala es reveladora del modo de sentir y de su relación con el arte a través de un activismo político a favor de los derechos humanos, junto a la relación que mantuvo con pintores y escritores como Alberti, o la vinculación con su padre César Ferrari (1871-1970), arquitecto, pintor, diseñador y constructor de numerosas iglesias en Argentina. Todo ello dejó una honda huella en su vida y proyecto artístico.