El salto a la abstracción: ‘Kandinsky’ en el Guggenheim
El museo bilbaíno inaugura hoy, 20 de noviembre, la exposición dedicada a la trayectoria de Vasily Kandinsky. A través de las 62 obras reunidas, seguimos la evolución de su pintura desde sus comienzos con paisajes de influencia postimpresionista, a la descomposición de las formas y la realidad. La muestra cuenta con el apoyo del BBVA y se incluye dentro del programa expositivo bienal que se sirve de los fondos de la fundación Solomon R. Guggenheim de Nueva York. Estará abierta hasta el 23 de mayo.
Vasily Kandinsky (Moscú 1866 – Neuilly-sur-Seine, Francia, 1944) es una de las figuras fundamentales del arte del siglo XX y encarna uno de los cambios más significativos y con más repercusión: el paso de la figuración a la abstracción. Pero el Museo Guggenheim de Bilbao no se limita a ofrecernos un relato enfocado en esa transición, sino que se lanza al territorio de las retrospectivas con una selección de 62 obras que recorren toda su trayectoria, desde los paisajes figurativos de la década de 1900 hasta la subversión de las formas y los colores que le caracterizó hasta su muerte en 1944.
La exposición, titulada simplemente Kandinsky, la ha comisariado Megan Fontanella con fondos pertenecientes a la fundación Solomon R. Guggenheim de Nueva York, que cuenta con más de 150 piezas del ruso. El magnate y coleccionista fue un entusiasta de su obra, que compró desde 1929 aconsejado por su asesora, y también artista, Hila Rebay.
Durante la presentación, Juan Ignacio Vidarte, el director general del museo, ha destacado la importancia de la muestra en el contexto de la pandemia. Más allá del ambicioso concepto, “la coordinación con la sede de Nueva York, donde estaban depositadas las obras y que ha estado cerrado hasta hace tan solo seis semanas, ha sido un reto”. A estas dificultades se suman ahora las restricciones que pesan sobre Euskadi, cuyos municipios están en estos momentos confinados. No obstante, Vidarte se ha mostrado optimista: “las visitas en los meses anteriores habían caído entre un 25 y 30% respecto al año pasado, ahora evidentemente la diferencia es mayor. Pero la exposición estará abierta hasta mayo y esperamos que la situación mejore pronto”.
Lekha Hileman Waitoller, conservadora del museo que sustituyó en la presentación a la comisaria, destacó cómo el tono esperanzador de algunas obras de la muestra puede trascender a nuestra vida. “La biografía de Kandinsky es, en muchos aspectos, un reflejo de la historia de la primera mitad del siglo XX. Las dos Guerras Mundiales le obligaron a exiliarse, pero su convicción en que el arte puede transformar a mejor a las personas se traduce en un fuerte optimismo en su obra. Creo que nos podemos contagiar de ese espíritu”.
La exposición se distribuye en tres secciones organizadas a lo largo de tres salas en las que se ha establecido un solo sentido de la visita para evitar las aglomeraciones y garantizar el flujo del público.
En la primera, titulada Los comienzos: Múnich, se reúnen sus primeros trabajos, que realizó cuando ya había cumplido los 30 años. Kandinsky nació en una familia acomodada, su padre era un exitoso comerciante, y pasó sus primeros años entre Moscú y Odesa, a las orillas del Mar Negro. Estudió Derecho y Economía, y desarrolló su carrera alejado del mundo artístico hasta 1895.
Es entonces, con 29 años, cuando se convirtió en responsable de la empresa de artes gráficas Kushnerev. Un año después, se trasladó a Múnich para formarse como pintor tras haber encontrado la inspiración en una exposición de impresionistas. Sus primeras obras –Múnich, Barcos de pesca, Sestrio Ámsterdam–vista desde la ventana– tienen influencias directas de ese movimiento.
De 1904 a 1907 viajó por Europa y el norte de África. A su vuelta a Alemania pintó con vivos colores varias escenas de naturaleza, como Estudio para paisaje con torre o La montaña azul. Estas composiciones se alejan de sus primeras influencias postimpresionistas y viran hacia el expresionismo. La última, además, introduce el tema del jinete y el caballo, con una fuerte carga simbólica para Kandinsky. También producirá composiciones que beben del folclore ruso, como tres de las xilografías expuestas: Iglesia–donde aparece la catedral de San Basilio–, Chirimía o Mujeres en el bosque.
Su serie de Improvisaciones–cuyo título, al igual que Composiciones, es una referencia musical– coquetea con la abstracción, pero aún con elementos reconocibles deformados como en el Número 28. En diciembre de 1913 concluye Líneas negras, que se considera una de las primeras obras en la que el lirismo ha superado a la representación figurativa. Esa pintura representa el gran salto de la plástica del siglo XX.
La siguiente sección, Dominios cósmicos: de Rusia a la Bauhaus, trata sobre su trayectoria en Moscú, donde se ve obligado a volver tras el estallido de la Primera Guerra Mundial. En su ciudad natal se relaciona con la vanguardia geométrica, que desembocará en el Constructivismo soviético, y con el Suprematismo de Malevich. Pero el planteamiento espiritual de Kandinsky –buscaba la revelación de las grandes verdades a través del color y la forma puros– chocaba con el materialismo de sus coetáneos. Él era un entusiasta de la teosofía –movimiento que intentaba poner en relación la ciencia, la filosofía y la religión, puesto que argumentaba que todas eran expresiones de una única verdad– y consideró que su pintura podía ser una puerta al mundo sutil.
A cada color le atribuyó un significado trascendente, al igual que a las formas geométricas básicas (triángulo–emociones activas positivas y negativas, cuadrado–seguridad y paz, círculo–mundo espiritual). De esa manera, podía trasladar al observador conceptos complejos a través de formas simples y colores puros.
En 1922 su posición intelectual irreconciliable con los materialistas del constructivismo propiciaron su traslado a Dessau. Allí dio clases en la Bauhaus hasta su clausura por el Gobierno nazi en 1933. Fueron años muy prolíficos para Kandinsky, que pintó algunas de sus obras más reconocibles. Composición 8, sin duda la obra más relevante de la muestra –la fotografía en la que cuelga de la pared de la suite del Hotel Plaza donde vivían los Guggenheim se encuentra en la mayoría de libros de texto–, se concluyó en esta época.
La última sección de la muestra, Mundos minúsculos: París, se corresponde con los últimos años de vida del pintor en el barrio de Neuilly-sur-Seine en la capital francesa. Hay una clara transición hacia sus nuevas obras, que presentan colores mucho más apagados. También es un momento de gran experimentación, como en A rayas, con una particular textura conseguida gracias a una carga de arena mezclada con los pigmentos, o en Formas caprichosas, que representa siluetas orgánicas influidas por un interés científico que Kandinsky desarrolló en sus años en la Bauhaus.
La escasez de materiales que acarreó el comienzo de la II Guerra Mundial le obligó a utilizar cartón y papel como soportes. Estas últimas pinturas son composiciones de grandes dimensiones y fondos oscuros donde proliferan las formas irregulares de apariencia más orgánica combinadas con el uso del círculo, símbolo constante en su producción.
Kandinsky abre la posibilidad de conocer toda la trayectoria de uno de los artistas más influyentes del arte contemporáneo, con algunas de sus piezas más relevantes. El Guggenheim en un alarde de sus fondos, ha montado una impresionante exposición en plena pandemia contando solo con piezas de sus almacenes. Es una cita ineludible, que esperamos que se pueda disfrutar pronto por el mayor público posible. Héctor San José.