El realismo crítico y pop de Beatriz González
La trayectoria artística de Beatriz González (Bucaramanga, Colombia, 1938) ha sido un ejercicio de plena libertad, inspirado en los medios de masas y tejiendo un diálogo interactivo entre los relatos populares y la pintura más formal, Por este hilo conductor ocupa un lugar único dentro de la historia del arte latinoamericano, al saber transformar una serie de hitos del arte universal y adaptarlos al gusto popular, apropiándose del soporte fotográfico para después trabajar el dibujo, la pintura, la escultura o versiones multimedia de retratos extraídos de las noticias que conectan el arte pop y la política- dos de sus referentes- y, por último, sus monumentales cortinas impresas con iconos universales, que suponen subvertir la historiografía artística clásica.
Ahora el Palacio de Velázquez del Parque del Retiro acoge la primera monográfica que se ha organizado en Europa sobre Beatriz González, y que ha sido coproducida por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el CAPC musée d’art contemporain de Bordeaux, donde acaba de ser expuesta, y el KW Institute for Contemporary Art de Berlín, donde viajará cuando se clausure el próximo 2 de septiembre en Madrid.
María Inés Rodríguez, comsiaria de la exposición, ha seleccionado alrededor de 160 piezas, entre pinturas, dibujos, láminas, esculturas e instalaciones, que abarcan desde 1965 a 2017, junto una serie de archivos cedidos por distintos museos y coleccionistas particulares de todo el mundo, Artista polifacética ha trabajado en temas educativos y de mediación, que introducían el concepto de museo como “plataforma de conocimientos” en el Museo de Arte Moderno de Bogotá durante los años sesenta, donde lideró el departamento de educación, y ha sido crítica de arte y comisaria de exposiciones.
El objetivo de esta retrospectiva es profundizar en el conocimiento, contextualización y puesta en valor de la obra de una figura central del arte colombiano y latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX. Y este conjunto tan variado de obras permite una revisión global de su evolución, sin caer en una mera lectura cronólogica sino que incide en las conexiones y continuidades que existen entre las diferentes facetas y etapas de su trabajo, riguroso y poliédrico.
La artista colombiana ha sabido mantener una fuerte personalidad y eso le ha hecho quedarse al margen de los gustos estéticos dominantes, lo que ha reforzado su sentido crítico y reinvindicativo para hacer una hueco a la memoria y contar de otro modo la verdad oficial. Y lo hace ligando su obra al presente, dando testimonio sincero del tiempo que le toca vivir. Un país marcado por la violencia como Colombia ha hecho que Beatriz González sea incisiva en denunciar el dolor perpetrado a los más débiles, siempre desde su experiencia personal y con una metodología rigurosa, Sabe analizar los iconos de la tradición moderna y popular hasta llegar a una simplicidad formal como quizá culminó en las estilizadas siluetas de las lápidas de Auras anónimas (2009), la intervención que realizó en los columbarios del Cementerio Central de Bogotá.
En el recorrido por el Palacio Velázquez encontramos propuestas con telones y cortinas de plástico, en los que a menudo imprime sus variaciones y copias de obras maestras de la pintura universal. Son copias elaboradas a partir de reproducciones que ella encuentra durante sus interminables paseos por el centro y los mercadillos populares de Bogotá. Por ejemplo Telón de la móvil y cambiante naturaleza (1973) en la que pinta sobre un telón de siete por doce metros una copia del cuadro Le déjeuner sur l’herbe [Almuerzo sobre la hierba, 1983], de Édouard Manet, que hizo a partir de una desvaída reproducción del mismo que encontró en la portada de una revista. Fue una reflexión sobre cómo las producciones artísticas y culturales occidentales son transformadas y recodificadas cuando llegan a un país del “tercer mundo”, y fue presentada por Beatriz González en la Bienal de Venecia de 1978.